La Santa Sede a la ONU: Los Estados respeten la vida y la dignidad de toda persona

El decisivo “no” a la pena de muerte, en ningún caso admisible, y la necesidad de garantizar a todos los derechos humanos fundamentales, reconocidos por la Declaración Universal, en el centro del discurso de Monseñor Gabriele Caccia ante la 77ª Asamblea General. El observador permanente de la Santa Sede espera una moratoria de la pena capital con vistas a su eliminación, y en materia de derechos pide que se evite la “colonización ideológica”.

Dos discursos en el mismo día para reiterar las opiniones del Vaticano sobre la pena de muerte y la aplicación de los instrumentos de derechos humanos. Las hizo el jueves el observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, Monseñor Gabriele Caccia, durante la 77ª Asamblea General de la ONU que se celebra en Nueva York.

EL DERECHO A LA VIDA ES LA BASE DE TODOS LOS DEMÁS DERECHOS

“La Santa Sede es una firme partidaria de la abolición de la pena de muerte”. Esta es la afirmación inicial de Monseñor Caccia, quien a continuación explica las razones de esta postura: la primera es “la dignidad inviolable de la persona humana” que nunca puede ser negada ni siquiera al autor de los crímenes más atroces; la segunda es la presencia de sistemas penales y medios suficientes “para proteger el orden público y la seguridad de las personas” sin recurrir a la pena de muerte. Por lo tanto, la autoridad puede recurrir a ellos para garantizar la justicia y el bien común. Monseñor Caccia subraya que el derecho a la vida es una consecuencia de la dignidad de la persona y el fundamento de cualquier otro derecho. Y esto tiene importantes consecuencias en la sociedad, “en particular”, señala el observador permanente, “en los ámbitos responsables de la atención a los enfermos, los ancianos y las personas con discapacidad”. Sin el reconocimiento de este derecho, advierte, caemos fácilmente en la “lógica de la cultura de la muerte” hacia la que tiende el mundo actual.

UNA MORATORIA DE LA PENA CAPITAL CON VISTAS A SU ABOLICIÓN

Una justicia “eficaz e imparcial” que respete a las víctimas, castigue y prevenga los delitos y proteja el bien común es esencial, señala Monseñor Caccia, y evita que se convierta en “una empresa privada motivada por la venganza”. Sin embargo, la posibilidad de un error judicial siempre está ahí, dice, y en el caso de la pena de muerte no es reparable. Además, el obispo estigmatiza el uso de la justicia por parte de aquellos “regímenes totalitarios y dictatoriales, que la utilizan como medio para reprimir la disidencia política o para perseguir a las minorías religiosas y culturales” considerando a estos sujetos como “delincuentes”. Monseñor Caccia recuerda unas declaraciones del Papa Francisco en las que sostiene que, en algunos casos, ni siquiera “el asesinato del criminal sería suficiente” para compensar el daño cometido y que “la venganza no resuelve nada”. Pero esto no significa impunidad. “En tales circunstancias —señala el Papa—, la no aplicación de la pena de muerte significa elegir no ceder a la misma fuerza destructiva que ha causado tanto sufrimiento”. La invitación a los Estados a adoptar “una posición coherente” respecto de la primacía de la vida y la dignidad humana, “independientemente del delito cometido”, que el observador permanente dirige a la Asamblea es clara. Monseñor Caccia pide “valentía para hacerlo, incluyendo la adopción de al menos una moratoria en el uso de la pena de muerte como un paso concreto hacia su abolición universal”.

La posibilidad de un error judicial siempre está ahí, dice, y en el caso de la pena de muerte no es reparable.

TODOS LOS SERES HUMANOS NACEN LIBRES E IGUALES EN DIGNIDAD

A pesar de los progresos realizados en la promoción y protección de los derechos humanos, siguen existiendo retos para su pleno reconocimiento. Esta fue la declaración inicial de la segunda intervención de Monseñor Caccia sobre la cuestión de la aplicación de los instrumentos de derechos humanos. Para el arzobispo, “garantizar el pleno respeto de los derechos humanos exige volver a los principios fundamentales”, al punto de partida que es la Declaración Universal de los Derechos Humanos según la cual “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Una dignidad que es intrínseca a la persona, sea cual sea su condición, y no “una concesión del Estado o de cualquier otro actor”. “Lo que garantiza nuestra común humanidad y dignidad —dice Monseñor Caccia— es la solidaridad, un aspecto de la naturaleza humana que es la fuente de los deberes que cada uno de nosotros comparte hacia los demás”.

NO POLITIZAR LOS DERECHOS

La libertad y la solidaridad son, pues, “necesarias para el bienestar” de la persona y de la humanidad, y no son valores que compitan entre sí, so pena de debilitar a ambos. Los derechos humanos, recuerda el prelado, se consideran “indivisibles e interconectados” y, a continuación, hace una importante recomendación: “Deben evitarse los intentos de promover conceptos nuevos y controvertidos, como los derechos humanos, que no gozan de consenso y que, como ha señalado el Papa Francisco, incluyen ‘cuestiones que por su carácter divisivo no pertenecen estrictamente a los fines de la organización”. Es ese intento descrito a menudo por el Papa Francisco como “colonización ideológica”. La exhortación de Caccia es, por tanto, “evitar priorizar o politizar los derechos o afirmar como derechos ideas que no tienen base en los tratados o las costumbres”, sino que hay que trabajar, concluye, para que todos “puedan disfrutar de derechos humanos y libertades fundamentales claramente establecidos”.


Fuente: www.vaticannews.va / Imagen: Pexels.

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