La progresiva mercantilización de los recursos se ha instalado como cultura dominante, y en algunos lugares se hace más difícil que en otros.
Hace unos diez años, en Indonesia, un macaco hembra cogió la cámara de fotos a un periodista y se hizo algunos selfies que durante este tiempo se han hecho muy conocidos y han llevado a bautizar al primate como “Naruto”. Esta popularidad, junto con la publicación de las fotos en distintos medios, generó un caso sobre los derechos de autor que llevó mucho tiempo en resolverse. Durante el desarrollo, una oficina de registro a la que se presentaron las fotografías, argumentaba que no reconocería trabajos generados por la propia naturaleza, animales o plantas. De ese modo se describía el material presentado, y con ello se negaba a establecer un beneficiario económico por el uso y difusión del mismo.
Más allá de la resolución final del caso, y sin caer en un simplismo que haga inviable ejercer el derecho que todo el mundo tiene a ganarse la vida, es interesante cómo se contrapone el interés económico frente a aquello que genera la naturaleza.
Quien tiene una planta en su casa, no piensa en cobrar a nadie por el oxígeno que genera, y probablemente le resulte un disparate. Tener que pagar por coger color al tomar el sol es argumento para humoristas. Nuestros deshechos, no son algo por lo que se nos ocurriría cobrar.
La progresiva mercantilización de los recursos se ha instalado como cultura dominante, y en algunos lugares se hace más difícil que en otros. Por eso también se habla de ello estos días en el Sínodo sobre la Amazonía. La tierra (y la luna) se tratan como mercancía, los minerales son mercancía, la madera es mercancía, las plantas son mercancía, los animales son mercancía, la luz del sol es mercancía, el agua es mercancía, el aire es mercancía… Algunas de estas cosas nos resultan normales comprar y vender, y otras puede que nos resulten impensables. Pero ni siempre ha sido así, ni actualmente se trata del mismo modo en todas partes.
Detrás de esto hay una dinámica que entiende a la naturaleza como algo de lo que aprovecharse en la medida en que puede reportar beneficio económico, y esta dinámica termina por incluir también a las personas. De este modo se consideran o descartan las personas en función de su utilidad productiva.
La macaco, simplemente estaba fascinada por su reflejo en el objetivo. De esa curiosidad primate surgió una foto que ha gustado mucho y resulta simpática. Esto puede ayudarnos a comprender que el mundo funciona (mejor) desde la gratuidad. A caer en la cuenta de que la naturaleza es también Creación y así ver el mundo que nos rodea desde otra mirada. Vivir con reverencia bien entendida, con entusiasmo, sin buscar siempre algo a cambio, dejándonos sorprender por lo que nos rodea y por esa actitud en los otros, y desde la fascinación, como Naruto, sonreír.
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Fuente: https://pastoralsj.org