Las nubes y la esperanza mesiánica

Qué se puede esconder en las nubes que tienen que ver con la estética de la venida del Hijo del hombre.

El fin de cada año nos invita a volver a nuestras liturgias y espacios simbólico-afectivos propios del tiempo de Adviento y de Navidad. En estas últimas semanas del año la comunidad cristiana lee y medita en torno a los textos que anuncian la venida del Señor, venida que está estéticamente marcada por la presencia de las nubes como vehículo de esa misma llegada. Así, en el libro de Daniel se narra cómo el vidente ve a uno que, con forma de Hijo de hombre, viene con las nubes del cielo (Cf. Daniel 7,13). Las nubes bien podrían constituir una imagen que nos invita a discernir los signos de las cosas y, desde allí, profundizar en la esperanza que tenemos en la justicia de Dios y de su presencia en la historia. A través de las visiones y de los sueños el profeta y los visionarios del Antiguo Testamento van comunicando los secretos que están contenidos en lo visto. Hay una sabiduría en la esperanza del Mesías que moviliza la historia, y a nosotros en ella, hacia su pleno cumplimiento, hacia la promesa de Dios.

El final de los días, la venida del Hijo del hombre, la esperanza en el nacimiento de Jesús, constituyen ese amplio y sugerente mundo simbólico, teológico y humano a través del cual vamos reflexionando y profundizando en nuestra condición de criaturas que esperan la plenitud, de esa plenitud simbolizada en las nubes que acompañan al que viene con ellas.

Para profundizar en esto, quisiera compartir con los amables lectores de esta columna un poema que he escrito para mi próximo proyecto de poemario. El poema tiene como tema central las nubes y, pienso, puede ayudarnos en la oración, en los tiempos de pausas personales y familiares o en la vida comunitaria y cotidiana. Estos versos, que tienen como título Nubes de la ciudad, intentan contar qué se puede esconder en las nubes que, como he propuesto al comienzo de estas ideas, tienen que ver con la estética de la venida del Hijo del hombre. ¡Las nubes nos dicen mucho! ¡Aprendamos a leerlas y a discernir al Dios de la promesa que viene entre ellas!

NUBES DE LA CIUDAD

(Juan Pablo Espinosa Arce)

La ciudad está tejida con nubes,
con lanas e hilos tomados por una mujer que se sienta en cualquier escaño de la plaza,
de cualquier plaza que forma el casco interior que se llama corazón.

Las nubes de la plaza,
tejido de la tejedora que toma hilos y colores,
se ovillan y acarician los rostros de los que recorren el contorno espíritu-somático del espacio humano,
de cualquier espacio que forma el diseño interior que se llama corazón.

Los rostros de la ciudad son los colores que, en las manos de la mujer sentada en la plaza manifiestan el ocre, el plomo, el rojizo y el negro.
Porque mi ciudad y sus nubes son colores formados en lo bello de un día nublado, en cualquier día nublado que camina por el cosmos del cielo de la ciudad.
El cielo y sus nubes, las nubes y los rostros, los rostros y los hilos de colores, los hilos de colores y la ciudad tejida.

Canta, baila, come y bebe los colores de la ciudad nublada e invernal.
Y canta, baila, y come y bebe porque aún se puede mirar cómo el sol atraviesa los vidrios quebrados de las torres, de los relojes y de los ladrillos de la ciudad.
Y porque puedes mirar canta, baila y come y bebe las nubes de la ciudad. MSJ

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