Laudato Si’: El desafío hacia una Ecología Integral

Siguiendo con el quinto aniversario de la primera encíclica social del Papa Francisco, republicamos el texto del profesor de la PUC Francisco Meza.

El papa Francisco ha lanzado recientemente su encíclica sobre “el cuidado de la casa común”. En seis grandes capítulos, él nos presenta un documento que es parte del Magisterio Social y que ha sido construido a partir del pensamiento de sus antecesores y de distintas conferencias episcopales. Dirigiéndose a todas las personas de buena voluntad, con un nivel de conocimiento técnico destacable y usando un lenguaje cercano, el Pontífice transita fácilmente desde el diagnóstico sobre el estado del medio ambiente y sus desafíos a la invitación a promover una Ecología Integral que sitúe correctamente al Hombre como el administrador cuidadoso de la creación. En ese proceso desafía paradigmas, cuestiona las falsas dicotomías y nos plantea, a cada uno, una tarea que debemos asumir alegre y humildemente. Tanto la oportunidad con que se presenta como su contenido constituyen una muy buena (y esperada) noticia, que ha recibido una favorable acogida. Quisiera, en este artículo, comentar algunos de los elementos más interesantes que encuentro en ella, desde la perspectiva de un académico católico que realiza investigación en temas ambientales globales.

EL ESTADO DEL MEDIO AMBIENTE EN EL MUNDO

Sabemos que una de las principales características de los sistemas naturales es su gran dinamismo. Ya sea por la ac­ción de agentes externos o internos, lo más natural es que ellos experimenten variaciones en su composición y funcio­namiento a lo largo del tiempo. La atmós­fera que conocemos hoy no es la misma que existía cientos de miles de años atrás, los cauces de los ríos sufren variaciones a merced de crecidas, terremotos y cam­bios en la cobertura del territorio, y los suelos evolucionan en función de la acción del clima y de la actividad volcánica. Aún más, se sabe que los seres vivos, como consecuencia de su metabolismo, liberan energía y subproductos que terminan por alterar las condiciones ambientales. La acción modificadora del ambiente que realiza todo organismo, incluido el ser humano, será mayor cuanto mayor sea su nivel de actividad, especialmente si sobrepasa la capacidad natural del entorno de reabsorber los desperdicios generados.

Para muchos, esta condición es suficiente para no alertarse frente a las perturbaciones que se están produciendo en el medio ambiente. Sin embargo, la comunidad científica y —ahora— el Papa manifiestan su tremenda preocupación ante la velocidad con la que se están manifestando los cambios y ante la consolidación de la humanidad como poderoso agente transformador del entorno. En las últimas décadas, especialmente a partir de 1950, la acción del ser humano ha comenzado a ser discernible, mostrando una tendencia creciente de forma exponencial en el consumo de recursos[1]. Como consecuencia de ello, hemos tenido que plantearnos preguntas sobre los valores límite en indicadores ambientales o “planetary boundaries” (por ejemplo, la concentración de dióxido de carbono) que constituyen una frontera por sobre la cual el funcionamiento del planeta se compromete severamente[2], los que deben servir de alerta a fin de tomar medidas colectivas para asegurar que no se superen.

Al igual que muchos líderes, el Papa presenta un acertado análisis de los principales problemas ambientales que enfrenta nuestra sociedad, refiriéndose en varios pasajes a la contaminación atmosférica, la pérdida de biodiversidad, el deterioro y la sobreexplotación de recursos, el uso de químicos y el riesgo de bioacumulación, el acceso equitativo al agua y el cambio climático: sobre este último, el Pontífice tiene la agudeza de definir al clima como un “bien común” y advertir que en su custodia nos asisten responsabilidades comunes y diferenciadas.

En esta encíclica se nos alerta sobre los peligros de la cultura de lo desechable, que no solo se manifiesta en nuestra relación con el entorno, sino también en muchas de nuestras relaciones personales. Quizás una de las raíces de este problema sea nuestra actual desvinculación de la naturaleza. Sumergidos en el espacio urbano y afanados constantemente, perdemos la conciencia de los flujos de energía y materia necesarios para que tengamos los bienes y servicios que demandamos. Sumado a eso, la relativa facilidad con que podemos descartar y trasladar los residuos fuera de nuestro espacio de acción nos impide apreciar las consecuencias directas de nuestros patrones de consumo y comportamiento. Parece obvio y muchas veces hasta económico, entonces, usar y desechar. Los esfuerzos que se han hecho por comunicar los verdaderos costos ambientales de los productos consumidos por la vía de declarar la huella de carbono o de agua son loables y, en parte, nos ayudan a corregir este problema. Sin embargo, es posible que el impacto sobre nuestra conducta sea aún mayor si volvemos a tener una cultura que mantenga un vínculo experiencial con la naturaleza, tomando conciencia de dónde vienen y a dónde van los recursos que empleamos.

Un segundo elemento de interés lo constituye el llamado a desarrollar modelos de producción integrados y de uso de recursos más sustentables, imitando la dinámica de los ecosistemas en que los elementos son reciclados en tramas complejas e interconectadas, en vez de adoptar soluciones puntuales que corrigen las imperfecciones al ser detectadas y que terminan por ser ineficientes al mirar el conjunto. Aún nos falta mucho camino que recorrer en este sentido, pero lo que vemos en nuevos modelos de edificación sustentable que incluyen cambios sustanciales en los paradigmas de construcción y climatización, o los esfuerzos por desarrollar sistemas de control de plagas empleando agentes biológicos, constituyen ejemplos interesantes de esta filosofía.

Parece notable que el papa Francisco no pierda la oportunidad de mostrar cuán estrechamente vinculados están los seres vivos, el medio ambiente y el desarrollo humano integral. Con sabiduría nos recuerda cómo, nuevamente, son los más desprotegidos los que terminan por pagar las consecuencias de un sistema de desarrollo que afecta negativamente al medio ambiente. Así, quizás, el mérito mayor de este primer capítulo está en presentar los desafíos actuales en un marco de sistemas socio-ecológicos y llamar a una mirada más integral de los problemas: “El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social” (LS 48). Más adelante, esta mirada se manifiesta de manera más explícita, señalando: “…pero hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (LS 49).

CULTIVAR UNA ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA Y EL MODELO DE SAN FRANCISCO

El segundo capítulo de la Encíclica constituye un acierto y regalo para todos. No es fácil encontrar en un solo documento una reflexión tan profunda sobre la Buena Nueva que encierra el reconocer la acción de un Creador y el llamado a conversión del Hombre para asumir su verdadero rol en este mundo. Incluso para quienes no son creyentes, el acceso a las fuentes que inspiran el pensamiento y la espiritualidad cristiana debiera servirles de mapa para encontrar puntos de encuentro y de construcción común. Por mucho tiempo primó en el imaginario social la idea que el Hombre se erigía como un Amo y Señor de la Creación, que gozaba de muchas licencias a la hora de “llenar la tierra y someterla”. Probablemente, en su momento el mundo parecía algo tan amplio, desconocido y hasta hostil que era natural establecer una relación dualista por la cual la naturaleza se supedita a las necesidades de la sociedad. Con una pedagogía muy delicada, en esta encíclica se nos presentan otros textos bíblicos que nos ayudan a dar forma a esta sentencia original, creciendo en belleza y significado hasta asentarse definitivamente como una vocación de labrar y cuidar el jardín del mundo.

Son de especial riqueza las reflexiones e imágenes que se presentan en este capítulo sobre la alabanza que presta la creación a Dios, la revelación de lo divino y el servicio recíproco de las creaturas, algo que Gabriela Mistral, en El Placer de Servir, ya nos había anticipado. De ellas se desprende un conjunto de normas éticas importantes que nos ayudan a valorar de mejor manera la biodiversidad y la naturaleza, no solo apreciando su aporte en la provisión de recursos y de regulación ambiental, sino también en lo que respecta a los aspectos culturales, espirituales y estéticos[3].

El modelo de san Francisco de Asís surge naturalmente en toda la Encíclica, más allá de lo obvio y de la mención al Cántico de las Creaturas. La figura de este santo representa la convergencia de las grandes ideas de este documento, el respeto amoroso por la naturaleza, el compromiso con los más pobres y el cultivo de una espiritualidad más profunda que nos lleve a ser más austeros y serviciales. San Francisco es, sin duda, un restaurador ambiental y social, un restaurador de la Iglesia y un buen modelo para lo que el Papa propone como una Ecología Integral.

SUPERAR LAS DICOTOMÍAS

Un influyente artículo publicado por Lynn White en la revista Science lleva por título “The historical roots of ourecological crisis”. En este trabajo, White argumenta sobre la influencia del pensamiento occidental y en particular del cristianismo en el deterioro ambiental. El nombre escogido para el tercer capítulo de la Encíclica representa una clara referencia a este trabajo, pero, a mi juicio, lo hace proponiendo una mirada más equilibrada sobre este problema.

El Papa argumenta que hay raíces humanas, propias de nuestro tiempo, que impactan y determinan nuestro accionar, y nos sitúan en un estado importante de deterioro ambiental. La excesiva confianza en el salto tecnológico y la globalización del paradigma tecnocrático, así como el antropocentrismo moderno, merecen ser revisados críticamente. Sumado a ello, detectamos avidez por generar ganancias y extraer el mayor beneficio de la intervención humana en la naturaleza en el corto plazo, lo que nos ha hecho “pasar a fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o ilimitado que ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos” (LS 106). A pesar de esta visión, el estado actual del medio ambiente nos hace constatar que los recursos no son ilimitados y que su sobreuso genera externalidades negativas considerables y compromete la posibilidad de las futuras generaciones de satisfacer sus necesidades.

Una de las mayores dificultades de nuestra época para alcanzar las metas del desarrollo sustentable es la tendencia de muchos actores a adoptar posturas reduccionistas y plantear los problemas desde una perspectiva de dicotomías: o se abraza la agenda del desarrollo y se asumen los costos ambientales, o se preserva a ultranza el medio ambiente, comprometiendo severamente las posibilidades de superar la pobreza. Se nos fuerza a optar entre uno u otro, y se defiende apasionada (y, no pocas veces, irracionalmente) la posición adoptada. Este tipo de comportamiento lo podemos identificar en la discusión sobre la hidroelectricidad del sur, el desarrollo de nuevas variedades de cultivos mediante la biotecnología o las negociaciones internacionales para reducir emisiones de gases de efecto invernadero. Junto con cultivar un pensamiento crítico y atreverse a cuestionar las posiciones propias, debemos avanzar mucho en el desarrollo de investigación científica de calidad que nos ayude a dimensionar cabalmente los impactos de la actividad humana y nos permita tomar decisiones con mayores niveles de certidumbre.

UNA INVITACIÓN A LA CONVERSIÓN

Los tres últimos capítulos de la Encíclica contienen pautas de acción e invitaciones al discernimiento y a la conversión para desarrollar una espiritualidad ecológica. El Papa dirige un mensaje y deja una tarea a cada uno de nosotros, desde los grandes actores de la política internacional, que esperamos den señales claras de compromiso con el medio ambiente en la próxima Conferencia de las Partes de París, hasta las familias y educadores que debieran inculcar o reforzar el concepto del bien común como algo esencial de la Ecología Humana Integral: “…en la familia se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir ‘gracias’ como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y a pedir perdón cuando hacemos algún daño. Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea” (LS 213).

Para el Papa, las elecciones del día a día son fundamentales. Por ello, tiene un rol fundamental una conciencia desarrollada y atenta que permita evaluar las consecuencias de nuestros actos y, en último término, expresar a través de nuestras renuncias y austeridades un amor solidario y anónimo con el prójimo de hoy y del mañana. Aun cuando tengamos los medios materiales para enfrentar los costos económicos de nuestros estilos de vida, eso no nos da derecho a derrochar recursos. Estamos hablando de la Casa Común, de cómo hacer un espacio en la mesa para todos y de cómo garantizar que sea bella y buena, como lo quiso el Padre. No se trata solo de cuántos somos, sino, primeramente, de cómo vivimos.

Laudato Si’ es un documento iluminador, esperanzador y entusiasmante. Nos ayuda a comprender de mejor manera nuestro rol en la Creación y nos ayuda a tender puentes en múltiples direcciones y tener lazos más estrechos con la Tierra y con los Hombres. Uno no puede quedar indiferente… hay una invitación clara a amar y a servir, a prestar especial atención a todos los clamores de la Tierra. MSJ

[1] Steffen, W. et al., “The Anthropocene: From Global Change to Planetary Stewardship”, Ambio 40 (7), 739-761 (2011).
[2] Rockström, J. et al., “A safe operating space for humanity”, Nature 461, 472-475 (2009).
[3] Millenium Ecosystem Assessment, “Ecosystems and Human Well-Being”, World Resources Institute, Washington, DC (2005).

_________________________
Fuente: Revista Mensaje N° 641, agosto 2015, p. 14-17.

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