Lo que no se detiene

No nos paramos a mirar la realidad, compleja, triste, incierta, y muchas veces de muerte en la que se ven inmersos aquellos que migran.

Una lectura fácil y simple de la noticia que nos informaba del giro del flujo migratorio en el Mediterráneo, sería pensar en una suerte de justicia divina que nos castiga tras haber sido indiferentes al sufrimiento de quienes tienen que marchar de unos hogares inseguros hacia tierra desconocida. Ahora nuestro lado del Mediterráneo es el inseguro a causa de la pandemia, donde menos oportunidades hay. La falsa sensación de seguridad no nos podía durar y, tristemente, hemos tenido que pasar por una situación como esta para comprenderles y hacernos conscientes de por qué huyen.

Esta, como digo, sería una lectura. Quizás la que más fácilmente nos surja cuando hemos visto la noticia. Que nos chirría menos que leer estas noticias en clave del «no hay mal que por bien no venga» y que por fin nos damos cuenta de que como mejor estamos es cada uno en su país y controlando quién entra y quién sale, para evitar que el de fuera nos traiga lo que no tenemos dentro —hablamos, claro, solo de los perjuicios— como nos ha pasado con el virus. Mejor que vuelvan a sus casas.

El error, el terrible error, de dejarnos llevar por cualquiera de las dos lecturas es que seguimos pensando en la migración desde el cómodo yo, desde la cuenta de ventajas y desventajas que me pueden afectar. Y no nos paramos a mirar la realidad, compleja, triste, incierta, y muchas veces de muerte en la que se ven inmersos aquellos que migran. Seguiríamos sin mirarlos a ellos, los que migran. Seguiríamos sin descubrir alguna de las verdades del camino de la migración, porque pensamos más en cómo me afecta a mí que a ellos, los que se lanzan al mar, a las fronteras.

Porque lo cierto es que da igual la dirección en la que lo hagan. Da igual que vayan de un país del ‘primer’ mundo hacia uno del tercero o viceversa. Al final siempre salen perdiendo. Siempre encuentran en su camino, sea en un sentido u otro, quien se beneficia de ello, quien les explota y maltrata, quien les considera mera mercancía, donde lo que menos importa es el origen o el destino, lo único que cuenta es el precio.

Esta noticia nos devuelve a la brutal realidad de que en nuestro mundo confinado no se detiene la avaricia de quienes siguen beneficiándose a costa de otros seres humanos, de quienes siguen haciendo negocio del miedo, la incertidumbre y la necesidad. En medio de una ola de solidaridad y esfuerzo común seguimos siendo incapaces de frenar a aquellos que ven recursos en lugar de personas y dinero en lugar de vidas a la deriva.

Vivimos encerrados, aburridos, cansados, doloridos… pero no dejemos de levantar la vista y contemplar al otro, su necesidad, sin atajos, sin filtros. No olvidemos que hay dinámicas de nuestro mundo que no se han detenido ni lo harán, salvo que decidamos afrontarlas en toda su crudeza.

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Fuente: https://pastoralsj.org

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