Si no hay una especial educación sobre lo sagrado es imposible que cualquier persona pueda saber cómo relacionarse con un Dios que además de habitar los lugares sacros dignifica a cada ser humano, sea quien sea.
Hace unos años fui testigo de cómo una niña fue reprendida por sus padres por tratar mal, de palabra, a uno de sus hermanos. El padre le dijo que a las personas hay que tratarlas bien porque son sagradas. ¿Qué quiere decir que son sagradas?, preguntó la niña.
El mes pasado me decía un amigo que en el desarrollo de un fin de semana uno de los asistentes fue a la capilla con un ecosostenible vaso con café para hacer una de las meditaciones propuestas.
Y la semana pasada, perdiendo el tiempo, visioné un «reel» en el que un «telepredicador católico» reprendía a su falsa o verdadera audiencia porque algunas de las personas atendían la eucaristía cruzando las piernas y así ofendiendo al Señor.
Son tres situaciones muy distintas que apuntan a algo más grande. Una cosa es ser un maleducado y otra no saber estar en los sitios, porque nadie me enseñó o no me preocupé por preguntar. Algunas personas hemos o han recibido una educación según la cual el otro es tan importante que se merece lo mejor de nosotros, y eso le hace «sagrado». Y por supuesto la palabra, la postura y el saber distinguir los lugares ha sido crucial en nuestra formación. Y se demuestra al entrar en una iglesia o al asistir a un estadio de fútbol.
Algunas personas hemos o han recibido una educación según la cual el otro es tan importante que se merece lo mejor de nosotros, y eso le hace «sagrado».
Si no hay una especial educación sobre lo sagrado es imposible que cualquier persona pueda saber cómo relacionarse con un Dios que además de habitar los lugares sacros dignifica a cada ser humano, sea quien sea.
En los lejanos años noventa, una estudiante universitaria que había comenzado el proceso de catequesis para confirmarse me pidió que le acompañara a una iglesia para asistir a misa. Con sus veinte años no había entrado desde su infancia y no quería ofender ni hacerlo mal. Literalmente no sabía dónde se podía sentar ni qué tenía que hacer.
No he entrado nunca en una mezquita, y no se me ocurriría entrar sin orientaciones sobre qué puedo o qué no puedo hacer. Por tanto, no demos por sentado que las personas saben estar en un lugar sagrado. No creamos entonces que las personas saben lo que es sagrado.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.