Vivir en apertura a la Ruah Divina, para poder transformar las injusticias y violencias presentes en nuestra sociedad.
Domingo 9 de noviembre
Jn 2, 13-22.
Hoy me dispongo, Jesús, para el encuentro contigo. De una manera especial quiero tener presente en este momento de oración a tantas personas que buscamos hacer tu voluntad buscando vivir tu Palabra. Hoy quiero rezar en comunidad con tantos hombres y mujeres que hacen de su fe un encuentro vivo. Sintiendo esta comunión abro mi interioridad a tu nueva noticia que hoy me quieres dar. Puedes escuchar la canción de Cristóbal Fones «Gracias Señor»: https://www.youtube.com/watch?v=IaqIyMNqXmE
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados detrás de sus mesas. Hizo un látigo con cuerdas y los echó a todos fuera del Templo junto con las ovejas y bueyes; derribó las mesas de los cambistas y desparramó el dinero por el suelo. A los que vendían palomas les dijo: «Saquen eso de aquí y no conviertan la Casa de mi Padre en un mercado».
Sus discípulos se acordaron de lo que dice la Escritura: «Me devora el celo por tu Casa». Los judíos intervinieron: «¿Qué señal milagrosa nos muestras para justificar lo que haces?». Jesús respondió: «Destruyan este templo y yo lo reedificaré en tres días». Ellos contestaron: «Han demorado ya cuarenta y seis años en la construcción de este templo, y ¿tú piensas reconstruirlo en tres días?».
En realidad, Jesús hablaba de ese Templo que es su cuerpo. Solamente cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de que lo había dicho y creyeron tanto en la Escritura como en lo que Jesús dijo.
En el Evangelio de hoy nos encontramos con una personalidad de Jesús cargada de firmeza ante las injusticias. El templo que debería ser de oración y recogimiento se ha convertido en un mercado. «Encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados detrás de sus mesas. Hizo un látigo con cuerdas y los echó a todos fuera del Templo junto con las ovejas y bueyes; derribó las mesas de los cambistas y desparramó el dinero por el suelo». Jesús no se queda callado frente a las injusticias ni frente a las estructuras que oprimen. Él enfrenta un sistema religioso y económico que no solo explotaba a los pobres, sino que también mantenía a las mujeres en la periferia, sin voz ni lugar en la vida comunitaria.
Jesús desde su convicción de cuidar el templo, expulsa a los vendedores. No solo denuncia la corrupción y el lucro en nombre de Dios, sino que abre la posibilidad de imaginar una espiritualidad liberadora, donde el acceso a lo sagrado no dependa de mediaciones económicas ni de jerarquías de género. Desde esta mirada, el gesto profético de Jesús cuestiona las lógicas que instrumentalizan la fe y reafirma la dignidad de todas las personas, incluidas aquellas históricamente silenciadas: las mujeres, los pobres, los excluidos y marginados. Jesús se lanza a decir «Saquen eso de aquí y no conviertan la Casa de mi Padre en un mercado». El corazón de Jesús abraza y transforma a la humanidad.
Jesús, al limpiar el templo, nos recuerda que nuestra fe no puede estar marcada por el negocio ni por el poder, sino por la dignidad y la igualdad de todas las personas. Él mismo dice que su cuerpo es el nuevo templo, y eso nos abre un horizonte humanizador. «En realidad, Jesús hablaba de ese Templo que es su cuerpo», donde resurge la nueva vida. El cuerpo mismo de Jesús es el lugar del encuentro con Dios accesible para todos y todas, sin distinciones.
Jesús, al limpiar el templo, nos recuerda que nuestra fe no puede estar marcada por el negocio ni por el poder, sino por la dignidad y la igualdad de todas las personas.
Hoy me surgen algunas preguntas para seguir reflexionando: ¿Qué cosas necesitamos expulsar de nuestros propios «templos» para vivir una fe más justa e inclusiva? ¿Qué atesoramos en nuestros corazones? ¿Qué lugar ocupa el dinero, la ambición del poder en tus actividades pastorales? Tal vez prejuicios, actitudes machistas, violencias cotidianas o indiferencias que dañan la vida de hermanas y hermanos; necesitas purificar y transformar. Siguiendo a Jesús, estamos llamados/as a construir comunidades donde nadie quede afuera, donde la mesa esté abierta para todas y todos, y donde lo sagrado sea el amor, la justicia y la sororidad. Donde nos miremos y nos reconozcamos necesitados/as unos de otros, hermanados/as y sostenidos/as de la gran red que es la persona de Jesús de Nazareth.
Jesús, Tú que quieres que las personas vivan en sentido verdadero, entra en nuestra vida, derriba lo que nos oprime, lo que nos divide, lo que nos aleja de tu amor. Que aprendamos a reconocer que lo sagrado no está en el poder, ni en las apariencias, sino en la dignidad de cada persona, en especial en quienes han sido excluidos/as y silenciados/as. Haz de tu Iglesia un lugar de justicia, donde las mujeres y los hombres caminemos en igualdad, donde los pobres tengan voz, y donde tu Espíritu habite libremente en nuestros cuerpos y en nuestra historia. Jesús, purifica nuestro interior para que seamos comunidad viva, signo de tu amor, y casa abierta para todas y todos.
Vuelve a contemplar el texto, trata de escuchar cada diálogo de cada personaje, observa y acoge como Jesús se arriesga a cuestionar, visibilizar y denunciar la corrupción, exige que los vendedores salgan del espacio sagrado. Él nos invita a vivir en constante conversión. Escucha, ¿cuál es su respuesta?, dado que Jesús nos pide una respuesta interior, cambiar el corazón y nuestro estilo de vida. Arriésgate a ser parte de ese proceso, dile a Jesús que te acompañe y te enseñe a vivir en apertura a la Ruah Divina, para poder transformar las injusticias y violencias presentes en nuestra sociedad.
Que nuestro corazón se vacíe de la avaricia, la corrupción y del deseo de poder, de la violencia y del engaño del Dios dinero, para que se llene de generosidad, honestidad, solidaridad y entrega al estilo de Jesucristo, que es la encarnación del amor gratuito de Padre y Madre.
Imagen: Pexels.