Los cuentos: Una sugerente puerta a la espiritualidad

Nuestras formas de enseñanza-aprendizaje, ya no solo de niños sino también de jóvenes y adultos, podrían volver a considerar la pedagogía de los cuentos como forma de descubrimiento del mundo, de la vida y de Dios.

Quisiera compartir algunas reflexiones en torno al potencial espiritual de los cuentos. Este potencial o la característica de ser una puerta abierta hacia la espiritualidad, ha sido trabajada desde todas las tradiciones religiosas. Así tenemos los cuentos sufíes desde el islam, los cuentos jasídicos en el judaísmo o las antologías espirituales de Antony de Mello desde el cristianismo. Estos ejemplos van coincidiendo en lo fundamental: la forma de escritura de los cuentos, sus mensajes centrales, o las formas particulares a través de las cuales el lector/oyente puede profundizar en sus búsquedas personales, comunitarias o trascendentes, son las claves que permiten abrazar el cuento como puerta a la espiritualidad.

Pedro Cerillo, doctor en filología hispánica de la Universidad Autónoma de Madrid, en su libro El lector literario, afirma: “Las lecturas que tienen la capacidad de despertar en los primeros años de vida de los lectores la emoción, la curiosidad y la sorpresa quedarán en sus memorias —probablemente— para toda la vida”. Aquí Cerillo recuerda cómo las primeras instancias de lectura se dan en los ámbitos familiares y luego en las escuelas y que, estos cuentos, historias breves o relatos aprendidos tienen la capacidad de despertar algo en los lectores/oyentes. Nuestras infancias han estado configuradas por los cuentos, por sus personajes entrañables y por el descubrimiento de un mundo literario e imaginativo que de ellos surge. ¿Podemos recordar alguno de esos entrañables cuentos?

Por medio de los cuentos vamos ejercitando la creatividad, la capacidad comunicativa y de memoria y los espacios de descubrimiento de lo que los cuentos nos van comunicando. Pienso, con ello, que es necesario que nuestras formas de enseñanza-aprendizaje, ya no solo de niños sino también de jóvenes y adultos, podrían volver a considerar la pedagogía de los cuentos como forma de descubrimiento del mundo, de la vida y de Dios. Tuve la experiencia durante el segundo semestre de 2021 de incorporar el relato iniciático de El Principito en las clases de una de las universidades en donde enseño teología, y resultó sugerente escuchar de parte de los y las estudiantes cómo la lectura del libro les había abierto nuevas posibilidades para pensar no solo los contenidos, sino que también sus propios caminos. Muchos de ellos habían leído El Principito en el colegio, pero ahora, y con un contexto de aprendizaje mayor, podían recibir lo escrito de modos nuevos. ¡Tanta magia hay en los relatos y en las palabras!

Las palabras de los cuentos, sus personajes y tramas pueden asemejarse a lo que Graciela Montes, en su obra La frontera indómita, llama “música de fondo”, es decir, un espacio que está contenido en el espacio, una gramática nueva y más lúdica. Dice ella: “Las palabras estuvieron allí, ya que nacimos en un mundo nombrado, pero es raro que nos detengamos a olfatearlas. Son un río constante, un murmullo, una banda de sonido, una música de fondo”. De algún modo el río constante, ese murmullo sutil, la música de fondo que resuena en medio nuestro y que debemos aprender a reconocer y comunicar, son puertas que se abren a la espiritualidad, a esas búsquedas y deseos de abrazar la realidad, a los demás, a nosotros mismos y al Dios que se cuenta en nuestros cuentos. Un viejo cuento sufí dice que un joven descubrió el miedo cuando, sorpresivamente, salió un ave volando desde una olla. El vuelo del ave fue tan inesperado que el joven sintió un fugaz escalofrío. Quizás ese modo de aprender en medio de lo sorpresivo, de lo no condicionado, de lo abierto de lo cotidiano es la forma a través de la cual los cuentos, y su potencial espiritual, se van ofreciendo a nuestra inteligencia y emoción. MSJ

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