Viviendo en Roma, siempre que acudía a mi acompañante una de sus preguntas era: “Anselmo, ¿qué tal los deseos?”. Debo de reconocer que siempre pensaba que me tomaba el pelo porque en cada encuentro me hacía la misma pregunta. El otro día, en una conversación con un compañero jesuita, este me preguntó: “Momo, ¿tienes deseos?”. Inmediatamente, mi mente me llevó al recuerdo de mi antiguo acompañante italiano.
Efectivamente, los deseos son importantes porque nos dan muchas pistas. Deseo aquello que no tengo, aquello que me falta. El deseo no son las ganas del momento, no. El deseo ocupa un lugar importante en mi relación con Dios. Actúa, en la mayoría de las veces, como un GPS. Me indica si estoy en movimiento o, por el contrario, si me he estancado. Además, cuando un deseo es auténtico no se descompone ante las dificultades o ante el fracaso, sino que se vuelve más fuerte, vibra con más potencia en mí.
A lo largo de mi vida, me he encontrado con personas que piensan mucho y hacen poco. No se mueven, están estancadas. Estas personas sufren porque no saben qué hacer con su vida y, posiblemente, estas personas charlatanas nunca se han callado y han viajado a su interior para tener contacto con sus deseos más profundos.
Cuando callo, y escucho mi deseo más profundo, no me escucho a mi mismo, escucho al corazón de Dios que intenta sintonizar conmigo para mostrarme un camino siempre hacia adelante. Un camino que habla de libertad, autenticidad y felicidad. Y ahora te pregunto a ti: “¿qué tal los deseos?”.
Cuando callo, y escucho mi deseo más profundo, no me escucho a mi mismo, escucho al corazón de Dios que intenta sintonizar conmigo para mostrarme un camino siempre hacia adelante.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.