Los estertores del romanticismo político

Dejar de cavilar viejas luchas ya vacías de sentido, de las que solo queda el fulgor irracional del sentimiento, y comenzar a pensar en cómo queremos organizarnos como sociedad en vistas a este nuevo tiempo.

Bonaparte inauguró el siglo XIX europeo derrocando a todos aquellos motores inmóviles que regían los estados absolutistas. De esta manera las ideas que estallaron en la Revolución Francesa contagian toda la política occidental. Nacieron del tambor y la pólvora los estados-nación, quedando atrás todas aquellas cosmovisiones que entendían el país como propiedad de un individuo o una dinastía, también aquellas que dividían el mundo según el credo, donde la palabra cristiandad era capaz de mover armadas. En esta nueva concepción cada uno de los ciudadanos parece poseer una parte inmaterial del Estado, lo que lo hace libre y responsable, acontece lo que para la filosofía significó la mayoría de edad del pueblo.

El momento de la madurez del ser humano en donde este idealiza su infancia. Los nacionalismos, la importancia de la pertenecía, la búsqueda de algo propio y originario, la intención de demarcación clara y estable de fronteras… Un amor a los símbolos cuya visualización va más allá de su significado. Tiempo de personajes que conjugaron voluntarismo y activismo en la lucha por construir una sociedad que saliera de la oscuridad, la pobreza, el analfabetismo, la ignominia…

La elección conlleva alternativas y programas divergentes. Durante el medioevo y la modernidad las facciones medraban en la corte por el favor del rey, las democracias necesitan convencer a la población. El turnismo proporcionó una gran estabilidad, pues de alguna manera es un reparto equitativo del poder, en el que cada grupo o partido sabe que va a disfrutar de su momento, pero para que funcione necesita una intensificación constante de la división, esta es su única forma de vida.

En este momento la economía, la producción, la cultura, el arte, el pensamiento… han roto las fronteras nacionales, es difícil reconocer algo como genuino de un lugar. No hay médico que lo diagnostique, pero los sistemas derivados del romanticismo político están dando sus últimos estertores. El problema quizás es que no se avienen a su muerte y luchan por sobrevivir. Pero cada vez tienen menos incidencia en lo que realmente tiene repercusión real y directa en la vida de cualquier persona. El Estado burocrático se ha hecho a sí mismo engranaje y ha dejado de ser relojero.

En este momento la economía, la producción, la cultura, el arte, el pensamiento… han roto las fronteras nacionales, es difícil reconocer algo como genuino de un lugar.

En un universo virtual, marcado por la tecnología, la inteligencia artificial, la robótica y la imagen. Donde tantas cosas que en el pasado nos ha parecido importante saber y cultivar no tendrán cabida, donde algunas ficciones formarán parte importante de nuestra realidad, parece que ni las promesas ni las medidas políticas miran hacia este nuevo escenario, más bien se ven arrastradas por él.

Tendríamos que dejar de cavilar viejas luchas que están ya vacías de sentido, de las que solo queda el fulgor irracional del sentimiento, para comenzar a pensar en cómo queremos organizarnos como sociedad en vistas a este nuevo tiempo. Recolocar las piezas sin la necesidad, como ha ocurrido tantas veces en la historia, de que un conflicto tenga que allanar el camino a un nuevo sistema.


Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.

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