Asamblea pre-sinodal de los vicariatos de Requena, San José del Amazonas e Iquitos. Poco a poco van superando el miedo a castigos e insultos si no dicen lo que se quiere oír.
Uno de los grandes desafíos que la Iglesia enfrenta es el de aprender a escuchar, pues secularmente esta ha sido una institución a la que le ha gustado más hablar, dictar las normas a seguir. Esa actitud de escucha ha ganado cada vez más espacio desde la llegada del Papa Francisco, quien acepta las críticas y ve en ellas una oportunidad de rever posturas y convertirse.
Sirva como ejemplo una anécdota que se ha producido en el Sínodo de la Juventud, que se está celebrando en Roma, en el que uno de los jóvenes le preguntó si podrían silbar cuando no les gustase alguna de las cosas que eran dichas, a lo que el Papa respondió que a él sí, pero que a los otros mejor no, aunque concluía diciendo que se sintiesen libres. Esa libertad debe ser uno de los elementos que tienen que estar presentes en todos los sujetos que forman parte de la Iglesia, para así contribuir en la construcción de un mundo mejor para todos y todas, del Reino de Dios.
Del 18 al 20 de octubre ha tenido lugar la Asamblea pre-sinodal de los Vicariatos Apostólicos de Requena, San José del Amazonas e Iquitos, que ocupan la parte nororiental de la Amazonía peruana, donde han participado sus obispos junto con representantes del clero, la vida religiosa y animadores y catequistas de las parroquias y comunidades. Entre los presentes había una buena representación de los pueblos indígenas. En diferentes ocasiones, algunos de estos indígenas preguntaban si podrían decir lo que estaban pensando, a lo que repetidamente la Asamblea y los propios obispos les decían que el Papa Francisco insistía en que se pudiese hablar con libertad.
Ser libres es una de las premisas esenciales para construir juntos, para hacer realidad una Iglesia verdaderamente sinodal, participativa, que permita avanzar en esos nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral, que pide el Sínodo de la Amazonía. Lo que debemos preguntarnos es cómo ayudar a superar una actitud que se ha instalado dentro del subconsciente colectivo eclesial, en el que unos pueden hablar y otros tienen que escuchar, una dinámica que en el caso de los pueblos indígenas siempre estuvo presente. Es necesario dejar que los indígenas hablen desde dentro, que muestren los diferentes problemas que existen en sus comunidades y que desde fuera no se ven.
Algunos de los misioneros que trabajan en la región reconocen que los indígenas han aprendido a responder aquello que el otro quiere escuchar, no como una forma de mentir, sino de sobrevivir. No son pocos los que reaccionan con violencia cuando alguien les lleva la contraria. Las consecuencias de eso son los castigos, insultos, condenaciones, agresiones físicas… una dinámica de la que la Iglesia también ha participado durante siglos. De hecho, una de las críticas que tradicionalmente se le han hecho a la Iglesia es que no dejaba a la gente ser libre. Por eso, mucha gente no hablaba, lo que hoy se ha traducido en un distanciamiento, muchas veces por esos estereotipos históricos no superados. De hecho, la Iglesia hoy quiere, se empeña en escuchar, pero puede que ya sea tarde.
No podemos olvidar que el Sínodo, siguiendo la temática que propone, no es para repetir cosas del pasado, sino para descubrir nuevos caminos. Eso siempre supone riesgo, imaginación, romper esquemas y no tener miedo al futuro. Por eso, la Iglesia, y quien forma parte de ella, no puede ponerse nerviosa ante las novedades. En las asambleas están apareciendo novedades importantes, que de ser asumidas pueden suponer cambios determinantes dentro del proceso evangelizador de la propia Iglesia.
Uno de los mayores enemigos para que estas novedades se puedan implantar es el clericalismo, que no olvidemos que el Papa Francisco lo ha definido como uno de los grandes pecados de la Iglesia. Hablar de clericalismo es hablar de una estructura de poder que no siempre es fácilmente reconducida. Por eso la sinodalidad todavía es vista desde diferentes estamentos eclesiales como una amenaza, un peligro que puede acabar con esa estructura secular. Son visiones que dificultan el trabajo evangelizador en cualquier lugar del mundo, realidad que se intensifica en la Amazonía, donde las circunstancias territoriales exigen una mayor corresponsabilidad en el desarrollo de la misión.
Pero lo que se puede destacar en estas asambleas pre-sinodales es que, más allá de la dinámica sinodal, están siendo momento para ser conscientes y reflexionar sobre la realidad de la Iglesia en la Panamazonía, para encontrar respuestas que pueden ayudar en el trabajo pastoral cotidiano y pueden mejorar la presencia eclesial en medio de la gente, de personas que sufren las consecuencias de una realidad marcada por los intereses del capital, donde los pueblos originarios se están viendo sometidos a una presión física y cultural que provoca su debilitamiento y puede conducir a su desaparición.
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Fuente: www.periodistadigital.com/religion