Los ojos del Creador

La mirada del Creador es una mirada asombrada, una mirada que contempla con sentido de gratitud, con un fondo de donación amorosa.

Quisiera ensayar en torno a los ojos del Creador. Escribir sobre los ojos de Dios es entrar en el pensamiento poético y especulativo, en esa inteligencia que, pienso, al final del día es lo único que nos va quedando cuando tantos desmoronamientos van apareciéndose en medio nuestro. La poesía, la inteligencia espiritual y la escritura especulativa constituyen verdaderos andamiajes para el alma humana. Es a partir de ahí que escribo.

Según la narrativa del relato sacerdotal de la creación de Génesis 1, el primero que contempló la obra creada fue el mismo Dios. Es más: el relato, y en una cadencia musical que se va repitiendo, insiste en afirmar que lo creado fue visto por Dios y reconocido como bueno y bello. La mirada del Creador es una mirada asombrada, una mirada que contempla con sentido de gratitud, con un fondo de donación amorosa. Por ello ven bondad y belleza. Hay una ternura original en Dios-Creador que va haciéndose materialmente visible en las cosas que conforman nuestro mundo. El autor del libro de la Sabiduría dice que el ser humano puede reconocer al Creador en las cosas hechas por Él (Sab 13,1). San Pablo también lo expresa a su modo (Rm 1,19-20): a través de las cosas creadas reconocemos al Eterno, a Aquel que contempló primero la creación.

Hay una ternura original en Dios-Creador que va haciéndose materialmente visible en las cosas que conforman nuestro mundo.

La mirada del Creador reconoce belleza. Y aquí aparecemos nosotros y nuestra mirada. Si la fe nos dice que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,25-26), nuestros ojos y nuestra mirada debe vincularse con esa mirada originaria de Dios. Aquí entra toda la reflexión teológica que se ha preocupado de la cuestión ecológica, aquella que nos invita a mirar con respeto y admiración la creación que Dios nos ha regalado de manera gratuita. Respeto significa, literalmente, mirar con detención, con calma y con distancia las cosas. Es una mirada en consciencia del límite y de la belleza de ese límite. A la gratuidad de lo creado le debe corresponder una mirada generosa y amorosa, no unos ojos egoístas que terminen explotando de manera indiscriminada el mundo. Quizás la crisis ecológica es también una crisis de la mirada, de la mirada respetuosa, de la mirada atenta como la llama el filósofo español Josep María Esquirol (2010).

Con lo anterior podríamos indicar que el problema es cómo miramos. La mirada no es ingenua y responde también a un fondo, a un espíritu o a una intención. Josep María Esquirol dice: “El mundo se nos muestra, pero no automáticamente… hemos de aprender a mirar” (Esquirol 2010). La pobreza de miradas daña nuestra casa común y mata nuestras relaciones. La mirada puede ser una clave para entender las prácticas de violencia que destruyen el corazón de nuestro cosmos transformándolo en un caos.

En medio de esto se hace urgente aprender a educar la mirada y, en clave cristiana, educarla desde los ojos del Creador. Se hace imprescindible una pedagogía espiritual o una pedagogía teológica de la mirada. Los ojos humanos deben aprender una y otra vez de la mirada del Creador, de sus ojos que contemplaron la creación y la reconocieron como buena, como bella, con sus ritmos y ciclos naturales. Sin duda hay sabiduría en la mirada originaria de Dios, en esa mirada que constituye el pozo inagotable del sentido.


Imagen: Pexels.

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