Dios se comunica al hombre «desde» y «en» la historia, o, mejor aún, por medio de los signos de los tiempos.
El tema de los signos de los tiempos no deja de tener vigencia y relevancia para nuestras búsquedas pastorales. La expresión «signos de los tiempos», que aparece en Mt 16, 2-3, expresa que los cristianos de la primera hora se caracterizaban, a diferencia de los fariseos, por la capacidad de discernir los signos que Dios realiza en la historia o, en otras palabras, los cristianos deben saber leer la realidad social, comprender los planes divinos y actuar en consecuencia. Así pues, el presente escrito tiene como finalidad pastoral, en primer lugar, situar las líneas generales de la enseñanza conciliar sobre los signos de los tiempos, y, segundo, pretende establecer una relación entre los signos de los tiempos, su lugar y el discernimiento de estos en la vida eclesial.
La Constitución Lumen Gentium 5 dice: «Pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando la buena nueva, es decir, la llegada del Reino de Dios prometido desde siglos en la Escritura» (Mc 1,15; cf. Mt 4,17). «Ahora bien, este Reino brilla ante los hombres en la palabra, en las obras y en la presencia de Cristo». Esta cita nos recuerda que la misión de la Iglesia no es otra que la de continuar el anuncio y llegada del Reino de Dios, que son los signos anunciados por Jesús: «Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (Mt 11,5), entonces la llegada del Reino se caracteriza por la realización de las señales de su irrupción. En el contexto del Concilio Vaticano II, en la Constitución Gaudium et spes, 4 y 11, introducen la doctrina de los signos de los tiempos, apelando al
deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas.
Y del mismo modo, en el No 11:
El Pueblo de Dios, movido por la fe, que le impulsa a creer que quien lo conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios. La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre. Por ello orienta la menta hacia soluciones plenamente humanas.
De acuerdo a esta comprensión de la Constitución Gaudium et Spes, los signos de los tiempos tienen como correlato el deber de la Iglesia de «escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio». Y en 11, más claramente, «procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios», y menciona que se trata de «exigencias y deseos de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos». En otras palabras, los signos de los tiempos están en relación con las exigencias y deseos de la humanidad, que se manifiestan en acontecimientos tan presentes como el aumento de la delincuencia, la inmigración o las pensiones. Pero, además, en ambas citas se sostiene que la cuestión de los signos de los tiempos implica la necesidad, no suficientemente observada, sobre la cuestión del discernimiento de los signos a la luz del evangelio. Tanto en una como en otras cosas, la doctrina de los signos de los tiempos y el discernimiento ha pretendido reaccionar a una pastoral de cristiandad que pretendía vivir su cristianismo al margen de la historicidad propia del ser humano.
Las categorías de los signos de los tiempos y del discernimiento resultan como dos elementos estructurantes de una Iglesia post-conciliar, y ello es lo que marca el magisterio de la Iglesia latinoamericana post-conciliar. Tanto así, que los movimientos pre-conciliares —como obispos que no reconocieron el magisterio del Concilio a través de las Conferencias Episcopales latinoamericanas— suelen desconocer la enseñanza conciliar de los signos de los tiempos entendida como una teología de la historia, desde donde Dios convoca y habla.
Por esto, y en vista de clarificar lo que estamos señalando, una pastoral de cristiandad es:
— Una pastoral atemporal centrada en los sacramentos.
— Una pastoral apolítica, desconectada de los procesos sociales que vive la sociedad.
— Una pastoral individualista, sin proyecto pastoral, sino centrada en la piedad personal, etc.
— Una pastoral clericalista. La vida pastoral esta traspasada por la ideología del cargo. La voluntad de Dios y la práctica sacramental están mediadas por las decisiones pastorales del sacerdote.
— Una pastoral de laicos menores de edad que practican una moral heterónoma.
En cambio, una pastoral post-conciliar es:
— Una pastoral encarnada en la historicidad para anunciar el evangelio.
— Una pastoral inserta en los procesos sociales y culturales del país.
— Una pastoral comunitaria con un proyecto pastoral diocesano y zonal.
— Una pastoral orgánica del pueblo de Dios que discierne y toma decisiones pastorales para todo el pueblo de Dios.
— Una pastoral que practica el discernimiento pastoral.
El Concilio enseña que la pretensión de ser la Iglesia de Cristo no consiste en ser una institución intemporal, sino que, por el contrario, su identidad se juega en esta necesidad de descubrir y vivir en cada momento su historicidad. Los términos empleados por el Concilio son: «escrutar», «interpretar» y «discernir». No son sinónimos; cada uno está implicado en el otro. «Escrutar» expresa la tarea de profundizar, delimitar cuáles son los signos de los tiempos en cada época; esto implica la necesidad teológica de escrutar los fenómenos históricos con ayuda de las ciencias humanas. Por su parte, la necesidad de «interpretar» está empleada en el sentido que la historia misma es un texto, cuestión asumida por diversas ciencias. Y el «discernir» se emplea en sentido similar a los hechos sociales. Las implicancias interdisciplinares de la colaboración que las ciencias humanas, por tanto, proceden de la misma necesidad de la Iglesia de recrear en cada momento su identidad.
El Concilio enseña que la pretensión de ser la Iglesia de Cristo no consiste en ser una institución intemporal, sino que, por el contrario, su identidad se juega en esta necesidad de descubrir y vivir en cada momento su historicidad.
Ante un modo de entender la Iglesia centrada en la administración sacramental, el Concilio enseña que uno de los aspectos centrales de este «escrutar» significa asumir que Dios se comunica al hombre desde y en la historia, o, mejor aún, por medio de los signos de los tiempos. En otras palabras, los signos de los tiempos no son un lugar externo al quehacer eclesial, este espacio no es el punto de llegada de una doctrina enseñada previamente, sino que el lugar es el origen, y el desde dónde se constituye el mismo quehacer eclesial. En la historia de la diócesis, fueron las luchas campesinas, los derechos humanos, etc. Además, como ya está dicho, los signos de los tiempos son un texto por el cual Dios se comunica con la Iglesia en cada época. No sin razón, algunos han sostenido que Dios convoca a la Iglesia en cada época en los signos de los tiempos. Reiteramos que la centralidad de la enseñanza conciliar radica en que el trabajo eclesial es entendido desde este discernimiento, sin el cual la pastoral es un esqueleto muerto.
Ante un modo de entender la Iglesia desde las fuentes, la enseñanza de los signos de los tiempos se ve como un lugar teológico. Una primera cuestión importante de notar es que el Dios del Reino se revela en la historia, eso significa que nuestra vida es el lugar desde donde Dios se comunica al hombre de hoy, y por tanto nuestra historia es el lugar donde Dios convoca a su Iglesia. Esta cuestión no suficientemente trabajada implica distinguir la historia profana como una entidad universal en la cual se producen los grandes procesos y la necesidad de escribir «nuestra historia». Es decir, la historia desde donde Dios habla es nuestra historia, por tanto, se exige la necesidad de reflexionar sobre una historia encarnada, nuestra historia. Los peregrinos de Emmaús nos iluminan, pues expresan una primera cuestión fundamental dirigida a los discípulos en la pregunta de Jesús: ¿qué ha ocurrido? La ignorancia del resucitado da paso a la narración de los discípulos. Así como los peregrinos de Emmaús, nuestra historia da la voz a los discípulos, un protagonismo que se identifica como un relato del trauma pasado y de la experiencia presente del resucitado.
Ante un modo de entender la Iglesia a partir de una moral heterónoma, los signos de los tiempos y el discernimiento impulsan una moral basada en la construcción de una autonomía moral, esto significa que la primera tarea en la evangelización es la formación de personas más que la administración de sacramentos. Así como para los textos se emplea el término «interpretar textos», los acontecimientos personales y sociales son «escrutados» y «discernidos». El discernimiento como característica de la vida cristiana caracteriza al cristianismo post-conciliar latinoamericano. La crisis eclesial que vivimos tiene mucho que ver con la pérdida de esta dimensión característica de la vida cristiana. Algunos han distinguido dos momentos en la teología de los signos de los tiempos: una etapa empírico-sociológica, y otra propiamente teológica. En la larga historia de discusión sobre los signos de los tiempos se ha cuestionado que solo se trata de un «sociologismo», un «humanismo», pero ello no sería propiamente una mirada teológica. Tales críticas son infundadas, como ya lo hemos señalado. La Escritura enseña que el primer lugar y fuente de revelación de Dios para su pueblo es la historia. Esta crítica olvida algo fundamental: para la Biblia, el primer momento desde el cual Dios convoca a sus pastores y su pueblo son los acontecimientos sociales y políticos vividos en común con la sociedad. Por lo mismo resulta notorio y equivocado que, en la práctica pastoral del pueblo de Dios, es frecuente hablar de discernimiento para referirse a la voluntad de Dios en términos meramente individuales, sin embargo, cuando se pregunta cómo se busca la voluntad de Dios comunitariamente, surgen las interrogantes y la perplejidad.
Es frecuente escuchar hablar de hacer la voluntad de Dios y de lo central para la vida cristiana, pero se carece de una metodología que ayude a un discernimiento comunitario. No sin razón, desde el siglo pasado se ha practicado el ver-juzgar y actual, y la revisión de vida como metodologías apropiadas para ayudar al pueblo de Dios a discernir la voluntad de Dios en nuestra historia. La cuestión metodológica es importante, pues el discernimiento espiritual, la ayuda interdisciplinar, así como los trabajos de C. Mester, son iluminadores, al enseñar sobre los referentes que ayudan a discernir la voluntad de Dios: a) la Sagrada Escritura ocupa un lugar central en el discernimiento, ella habla a la comunidad y a la persona sobre cómo, cuándo y en qué momentos actúa Dios; b) la historia, como realidad social, no es un añadido a la vida cristiana, sino que el cristianismo es histórico, pues está entendido como un fenómeno económico, político y social que contribuye, desde su perspectiva, al crecimiento del Reino de Dios; c) la propia conciencia, la voz de Dios, habla al corazón de cada hombre; d) la comunidad cristiana pasa de un eje sacerdote-feligrés, a otro en el que es la comunidad de hermanos, que ayuda a discernir la voluntad de Dios.
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