Los testigos de los testigos del Testigo

Los cristianos de cada generación vamos profundizando en la experiencia de Jesús desde la acogida de la fe que nos ha llegado como relato y narración.

Hacia el profundo sur donde habita la esperanza. 

Los cristianos y cristianas creemos debido a una larga historia de testigos que han hecho experiencia de Dios en medio de sus experiencias cotidianas. Me gusta pensar en la expresión de que somos testigos de los testigos del Testigo. Y sobre esto quisiera escribir mi columna semanal.

La experiencia de la comunidad constituye un punto central en la forma de ser cristianos y cristianas. El Vaticano II en Lumen Gentium articuló una eclesiología fundada en las imágenes de iglesia sacramento, Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo, expresiones que vienen a mostrar cómo el sentido más propio de la fe cristiana responde a la articulación que, desde la fe, se hace operativa entre los diversos de la misma comunidad. Al vivir una espiritualidad del oído o de la escucha se activa en nosotros la capacidad de acoger lo que otros y otras ya han experimentado. Los cristianos de cada generación vamos profundizando en la experiencia de Jesús desde la acogida de la fe que nos ha llegado como relato y narración. Esto, en el contexto de septiembre y del mes de la Biblia, aparece con una relevancia particular, ya que el testimonio que los testigos dan del Testigo (Jesús) es la medida de nuestra propia experiencia. Al decir de la teóloga Elizabeth Johnson, la cristología (la reflexión sobre Jesús y el impacto de su experiencia en las vidas concretas) comenzó cuando hombres y mujeres del siglo I tuvieron un contacto vivencial y significativo con Jesús. Ahí hay que buscar el origen de todo.

Al vivir una espiritualidad del oído o de la escucha se activa en nosotros la capacidad de acoger lo que otros y otras ya han experimentado.

Con esto el testimonio asume una relevancia particular. Para autores como Paul Ricoeur la lógica del testimonio asume la cuestión de que el testimonio se ve enriquecido con la dimensión profética y kerigmática. El buen testigo o el testimonio veraz asume una dimensión moral y religiosa. En palabras de Ricoeur (1972), «el sentido del testimonio parece entonces invertido; el término no designa más una acción de palabra, el relato oral de un testigo ocular sobre un hecho al cual él ha asistido; el testimonio es la acción misma en tanto que ella atesta en la exterioridad el hombre interior mismo, su convicción, su fe». Lo que se cuenta (lo fáctico o histórico) hay que buscarlo en el acontecimiento mismo, esto es la experiencia con Jesús. A ello se suma la dimensión de convicción que acompaña al testimonio. Es un sujeto particular el que se posiciona desde una convicción vital ante el acontecimiento que, en el caso de la teología, por ejemplo, es estudiar lo que se cree, y porque se profundiza en lo creído es que podemos comunicarlo de mejor manera, «danto razón de la esperanza» (1 Pe 3,15) que hay en nosotros.

La teología, por tanto, posee como tarea la articulación reflexiva de lo creído, de lo que testimoniamos y que a su vez ha sido testimoniado por otros. Hacer teología y vivir la comunidad implica justamente el doble movimiento de escuchar (¡siempre escuchar primero!) para luego pensar y finalmente comunicar-actuar aquello que nos vincula con el Testigo-Jesús.


Imagen: Pexels.

logo

Suscríbete a Revista Mensaje y accede a todos nuestros contenidos

Shopping cart0
Aún no agregaste productos.
Seguir viendo
0