Mensaje N° 698. «A 130 años de Rerum Novarum: La Doctrina Social de la Iglesia sigue viva»

Originada en la cuestión social manifestada en Europa desde mediados del siglo XIX, se abrió más tarde a temas como el subdesarrollo, la descolonización, la paz mundial, la pobreza trágica del tercer mundo, el cuidado del planeta y los derechos de los inmigrantes.

Este 15 de mayo de 2021 se cumplieron ciento treinta años desde que Su Santidad León XIII diera a conocer la encíclica Rerum Novarum (1891). Este documento ocupa un lugar central en la Doctrina Social de la Iglesia católica (DSI). Escribiendo en 1961, el papa san Juan XXIII la calificó como “encíclica luminosa”, “testimonio insigne” de la acción acogedora desarrollada por siglos por la Iglesia y “primera formulación sistemática” de su enseñanza social (1).

En 1981, otro pontífice canonizado, Juan Pablo II, se refirió a la “decisiva importancia” de Rerum Novarum y, en lo que interesa especialmente a estas líneas, la conectó con las luchas y esfuerzos organizativos de los trabajadores. Dice Juan Pablo II: “(la cuestión obrera) ha dado origen a una justa reacción social, ha hecho surgir y casi irrumpir un gran impulso de solidaridad entre los hombres del trabajo y, ante todo, entre los trabajadores de la industria. La llamada a la solidaridad y a la acción común, lanzada a los hombres del trabajo —sobre todo, a los del trabajo sectorial, monótono, despersonalizador en los complejos industriales, cuando la máquina tiende a dominar sobre el hombre— tenía un importante valor y su elocuencia desde el punto de vista de la ética social. Era la reacción contra la degradación del hombre como sujeto del trabajo, y contra la inaudita y concomitante explotación en el campo de las ganancias, de las condiciones de trabajo y de previdencia hacia la persona del trabajador. Semejante reacción ha reunido al mundo obrero en una comunidad caracterizada por una gran solidaridad” (2).

Por lo anterior, continua Juan Pablo II: “Tras las huellas de la encíclica Rerum Novarum y de muchos documentos sucesivos del Magisterio de la Iglesia se debe reconocer francamente que fue justificada, desde la óptica de la moral social, la reacción contra el sistema de injusticia y de daño, que pedía venganza al cielo, y que pesaba sobre el hombre del trabajo en aquel período de rápida industrialización. Esta situación estaba favorecida por el sistema sociopolítico liberal que, según sus premisas de economismo, reforzaba y aseguraba la iniciativa económica de los solos poseedores del capital, y no se preocupaba suficientemente de los derechos del hombre del trabajo, afirmando que el trabajo humano es solamente instrumento de producción y que el capital es el fundamento, el factor eficiente, y el fin de la producción” (3).

El objeto de este breve artículo es, precisamente, profundizar en torno al vínculo entre los padecimientos y luchas de los pueblos y la misión evangelizadora de la Iglesia. Por lo mismo, más que comentar los valiosos contenidos de Rerum Novarum o ensalzar la sabiduría de Gioacchino Pecci (León XIII), he querido, más bien, destacar la relación que existe entre la realidad dramática de los obreros europeos en el contexto de la Revolución Industrial y el anuncio profético del Magisterio en lo que fue la primera exposición sistemática de la DSI.

El hecho de enfatizar esta conexión entre los procesos políticos y el Magisterio no implica, en modo alguno, pensar en la DSI como una ideología más. Ella es, en realidad, una parte de la teología moral y consiste en “la cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y la de la tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar estas realidades, examinando su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez trascendente, para orientar en consecuencia, la conducta cristiana” (4).

Resulta, entonces, que la DSI fructifica cuando se encuentran la mirada de la Fe, por una parte, y la disposición a dejarse interpelar por los Signos de los Tiempos, por la otra. La DSI, por tanto, no puede ser vista como una fría recitación de dogmas o fórmulas. Ella es, en verdad, la palabra de apoyo, amorosa y esperanzada, de una Madre y Maestra que camina junto a los pueblos, condoliéndose, vivencialmente de sus miserias e indignándose con las injusticias de que son víctimas. Y eso fue, por supuesto, y en su esencia, Rerum Novarum: una defensa de los obreros explotados. Y, en su génesis, …de los proletarios de la pequeña Bélgica.

BÉLGICA: EN EL CORAZÓN DE LA “CUESTIÓN SOCIAL”

La pequeña Bélgica nace en 1830. Ese año, las provincias más meridionales del Reino Unido de los Países Bajos se rebelaron contra el predominio holandés. El resultado: un país nuevo que reúne a dos comunidades (los flamencos en las provincias del norte y los valones —francoparlantes— en el sur). Los une, sin embargo, un catolicismo militante, hijo —seguramente— de siglos de lucha intensa, y a veces sangrienta, contra los vecinos protestantes del norte (Amsterdam, Rotterdam, La Haya y Utrech).

El nuevo país experimenta entre 1800 y 1840 un intenso y acelerado proceso de industrialización. Se habla ya de un “surco industrial” (Sillon industriel) instalado sobre una estrecha franja de 90 kilómetros de largo que corre de este a oeste, bordeando los ríos Sambre y Mosa. En este acotado espacio geográfico, de no más de 1.000 kilómetros cuadrados, se ubican los centros urbanos de Boronage, Namur, Hainaut, Charleroi y Lieja, entre otros. Como lo recuerda un investigador, este “cinturón industrial del Sambre-Mosa acogió con éxito todas las industrias clave de la Revolución Industrial: carbón, hierro, industrias mecánicas, algodón y lana, junto a otras basadas en el carbón y en una tecnología avanzada, tales como el vidrio y las industrias químicas” (5). El desarrollo industrial del eje Sambre-Mosa hizo que Bélgica se situara desde mediados del siglo XIX como el segundo país más industrializado de Europa, después de Gran Bretaña.

Los efectos de la segunda Revolución Industrial sobre Bélgica no se dejan esperar. Existe, por un lado, una monumental creación de riqueza. En 1835 Bruselas y Malinas quedan unidas por el primer ferrocarril de Europa continental. Cinco años después, todo el surco industrial está conectado por rieles. Surgen grandes fortunas (entre otras, la de la Corona). Los beneficios, sin embargo, no llegan a todos. Se calcula que hacia 1855 un 44% de los obreros calificaban como indigentes (6). En talleres y fabricas se trabaja en entornos insalubres. No hay seguridad para el obrero. Los sueldos son de subsistencia. Las jornadas de trabajo llegan a las 14 horas diarias. Niños realizan trabajos pesados, etc. Cansados del abuso y la explotación, los trabajadores empezaran a organizarse. Se prepara el terreno para un gran levantamiento obrero.

El estallido se produce en marzo de 1886. Las huelgas y manifestaciones obreras que piden una jornada laboral de ocho horas diarias son reprimidas con extraordinaria violencia. Al menos cincuenta trabajadores mueren por las balas de las policías y los soldados. Dos meses antes de que al otro lado del mundo Chicago tenga, por la misma causa de las ocho horas, su masacre proletaria en Haymarket (la que se conmemora todos los 1° de Mayo como el día de trabajadores y trabajadoras), Bélgica había tenido su propio baño de sangre obrera.

Mientras todo esto ocurría con los obreros, la Iglesia católica belga se había afianzado como un elemento crucial de la sociedad. En 1835, se reinaugura la Universidad de Lovaina, la que, muy pronto, alcanzará prestigio como la gran Universidad Católica de Europa (y adonde llegará a perfeccionarse un siglo después nuestro san Alberto Hurtado). Ya en ese mismo año 1835, se constituye una provincia jesuita independiente en Bélgica (con cien miembros). La Iglesia local toma nota, y toma posición, frente al agravamiento de la “cuestión social”. A partir de 1863, se empiezan a realizar las jornadas sociales en Malinas que constituirán, por décadas, un hito en el desarrollo del pensamiento socialcristiano. Tras intensa disputa con los liberales, se llegará, allá por 1884, a una solución legal que contempla subsidios públicos para la educación particular religiosa.

Giocchino Pecci, el futuro León XIII, tuvo ocasión de ser Nuncio en Bélgica entre 1843 y 1846. Se impresionó con vitalidad del clero belga y con la fidelidad de los laicos. Su interés por el pequeño país lo acompañaría toda su vida. Se jugará a fondo para apoyar en 1889 la creación de un Instituto Tomista en Lovaina (donde destacará el futuro obispo Mercier). Redactará dos sendas encíclicas dirigidas específicamente a los obispos y fieles de Bélgica (7). No exagera William J. Kiefer cuando sostiene que Pecci se consideró un belga por adopción y que su experiencia en el pequeño país tuvo un fuerte impacto en su vida (8). Visto lo anterior, resulta lógico suponer que los dramáticos hechos de la revuelta obrera belga de 1886, y lo que ella evidenció, fueron un factor importante para que León XIII, cinco años después de la tragedia, entregara al mundo una encíclica dirigida específicamente a defender los derechos de los trabajadores asalariados.

EL FUTURO DE LA DSI

Como se ha visto, la génesis de la DSI está muy ligada a la forma en que se manifestó la cuestión social en la Europa del siglo que va de 1848 a 1948. Este cierto anclaje en el Viejo Mundo se sigue advirtiendo muy claramente todavía en Quadragessimo Anno (1931). Ya con san Juan XXIII, sin embargo, el foco de la DSI deja de centrarse únicamente en la realidad de las economías capitalistas más industrializadas y abarca las injusticias que afecta al conjunto del planeta. Y así, Mater et Magistra (1961) y especialmente Pacem In Terris (1963) abordan explícitamente las temáticas del subdesarrollo, la descolonización, la paz mundial y la pobreza trágica del tercer mundo. Este enriquecimiento de la DSI, que profundiza fielmente el Magisterio anterior, produce frutos especialmente valiosos en el Concilio Vaticano II y en Populorum Progressio (1968). Las últimas dos encíclicas del papa Francisco, Laudato Si’ y Fratelli Tutti, con su acento especial en el cuidado del planeta y los derechos de inmigrantes, son expresiones de esta apertura.

En este punto, parece indispensable hacer una especial y explícita valoración del riquísimo aporte que hace nuestra América Latina al desarrollo de la DSI. El diálogo de laicos comprometidos, religiosas y religiosos y obispos reunidos en CELAM se expresa en los magníficos documentos de Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007). Las comunidades cristianas de base abren nuevos espacios para la acción pastoral y la defensa de los más débiles. Teólogos valientes profundizan en la opción preferencial por los más pobres, exploran las dimensiones sistemáticas de la injusticia y ahondan en las dimensiones liberadoras de Cristo.

La DSI sigue viva, intentando interpretar desde el Evangelio el mundo cambiante del siglo XXI. La injusticia se sigue manifestando de forma brutal. Millones de mujeres y hombres se organizan para lograr condiciones más dignas para los Pueblos. Y si bien los sindicatos de obreros, que estuvieron en la primera fila de la lucha social por cien años, siguen llamados a cumplir un papel central en la defensa de la justicia, aparecen nuevas organizaciones que canalizan el hambre de justicia de mujeres y hombres de buena voluntad. La DSI ya está leyendo este nuevo signo de los tiempos.

En 2014, y al momento de prologar un libro titulado La irrupción de los movimientos populares. Rerum Novarum de nuestro tiempo, el papa Francisco ha señalado: “Estoy particularmente gozoso de dar la salida a este volumen, fruto de la reflexión a más voces, de un grupo de estudiosos de distintas extracciones y competencias, que han hecho una relectura de la experiencia de los llamados ‘Movimientos Populares’… Este archipiélago de grupos, asociaciones, movimientos, trabajadores precarios, familias sin techo, campesinos sin tierra, ambulantes, limpia-vidrios de los semáforos, artesanos de la calle, representantes de un mundo de pobres, de excluidos, de los no considerados, de irrelevantes, que tienen olor ‘a barrio, a pueblo, a lucha’ representan, en el panorama de nuestro mundo contemporáneo, una semilla, un renuevo que como el grano de mostaza dará mucho fruto: la palanca de una gran transformación social. El futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las élites. Está fundamentalmente en manos de los pueblos, en su capacidad de organizarse y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio”.

“Este pueblo de pequeños que he definido como ‘poetas sociales’, hombres de la periferia, de una vez al centro, como es bien narrado en el volumen, con su propio bagaje de luchas desiguales y de sueños de resistencia, han venido a poner en la presencia de Dios, de la Iglesia y de los pueblos, una realidad muchas veces ignorada que, gracias al protagonismo y la tenacidad de su testimonio, ha salido a la luz. Pobres que no se han resignado a sufrir en la propia carne de su vida la injusticia y el despojo, sino que han escogido, como Jesús, dócil y humilde de corazón, rebelarse pacíficamente ‘a manos desnudas’ contra ello. Los pobres no son solamente los destinatarios preferidos de la acción de la Iglesia, los privilegiados de su misión, sino que también son sujetos activos. Por eso tenía la intención de expresar, a nombre de la Iglesia, a esta galaxia de hombres y asociaciones, que anhela la felicidad del ‘vivir bien’ y no de aquel ideal egoísta de la ‘buona vida’, mi genuina solidaridad. Decidiendo acompañarlos en su caminar autónomo”. MSJ

(1)Ver en Mater et Magistra.
(2) Laborem Exercens, 8.
(3) Id.
(4) Sollicitudo Rei Sociales (1988), 41.
(5) Velasco Mesa, Custodio: Acerca de la Industrialización del eje Sambre-Mosa y las agitaciones Obreras de 1886, Huelva en su Historia, Volumen 11, 2004, pp. 203-226
(6) Id.
(7) Licet Multa de 1881 y Permoti Nos de 1895.
(8) Kiefer, Hermano Wiiliam J., S.M: Leo XIII: A Light from Heaven (1961).

_________________________
Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N° 698, mayo de 2021.

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