Migración: Un imprevisto mensaje de acogida

Sr. Director:

El Gobierno decidió en diciembre pasado no suscribir el Pacto de Migración de Marrakech, materia respecto de la cual hay un permanente debate en nuestro país. Considerando la incidencia que la realidad europea tiene en la genealogía de ese y otros acuerdos internacionales, es pertinente dar una mirada a ese continente. Hoy es embestido por dos pulsiones opuestas: el egoísmo «responsable» de quienes dejan zozobrar y morir frente a sus puertas a miles de personas a diario; y la irresponsable «generosidad» de quienes llaman a dejarlos entrar indiscriminadamente. Para Europa resuenan con fuerza las reflexiones del entonces cardenal Joseph Ratzinger frente a los políticos de Italia (Joseph Ratzinger: Europa. I suoi fondamenti oggi e domani, Milán, Ed. San Paolo, 2004), aunque sus palabras no se limitan al fenómeno migratorio: «¿Cuánto debe este presente al moderno colonialismo del siglo XIX, llevado a cabo por algunas potencias europeas en África y Asia? Transformar aquellos territorios y sus gentes en “sucursales” (sic), erosionándolas espiritualmente y dejando muy poco a cambio, parece ser la culpa de aquella Europa. Su expiación es el presente, en parte».

Tal reflexión puede servir quizás para mirar el asunto con perspectiva de largo plazo, advirtiendo que la verdadera responsabilidad política no está tanto en llamar a suscribir o a rechazar Pactos Migratorios, sino en colaborar, en la medida de cada Estado, en la reconstrucción moral y material de las naciones que más sufren. Aunque nuestro país esté muy lejos de tener el estatus de nación desarrollada —y, ciertamente, hay enormes deudas por saldar en casa—, no puede descartar sumarse a un esfuerzo internacional.

Recientemente, conocí la realidad de un padre de familia que se acercó a mí, solicitando una ayuda muy puntual. Tiene seis hijos y junto a su esposa está dando acogida a un séptimo, actualmente en un hogar de menores. Sabiendo que él cuenta con ingresos familiares apenas suficientes para sus necesidades familiares, el aguijón para mí fue inmediato: un principio de mejora no proviene del futuro, sino del presente; y no solo de decisiones estatales (imprescindibles, pero ineludiblemente ajenas y abstractas), sino de aperturas personales. Esa apertura personal, tan discreta como eficaz, puede también ayudar a discutir con más pudor y menos radicalidad sobre estas cuestiones tan difíciles. Me quedo, en todo caso, con el imprevisto mensaje que traía mi interlocutor: acogida.

Fernando Londoño
Profesor, Facultad de Derecho, U. Diego Portales

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