Mis miedos, a unos días de ser ordenado sacerdote

Toda vocación significa entrega. En el caso de los sacerdotes una entrega total por amor a Cristo y a la humanidad, para su servicio.

Suena la canción de entrada en la iglesia y vas caminando en procesión hacia el altar, que besas en reverencia por ser donde va a tener lugar la Eucaristía. Observas muchos ojos queridos entre la gente que quieren apoyarte. Comienza la celebración y se acerca el rito de la ordenación. Hay un momento que supone un respiro orante. Toda la asamblea canta las letanías para interceder por los que, postrados suelo en tierra, van a ser consagrados. Se intercede por ellos, para que Dios les asista siempre en su ministerio.

En un instante así, en un paso de la vida que aglutina tanta densidad humana y divina, se hacen también presentes los miedos. Aunque no vayan a vencer, juegan su rol. No determinarán la decisión, pero te obligan a atravesarlos. Estos son algunos de ellos:

Tocaste mi corazón desecho entre tus manos (Sor Juana Inés de la Cruz). Toda vocación significa entrega. En el caso de los sacerdotes una entrega total por amor a Cristo y a la humanidad, para su servicio. La misión de ser instrumentos de Dios en favor de las personas conforta hasta el rincón más recóndito del ser. Ahora bien, en tu conciencia sabes que sigues a un Rey crucificado. Intuyes que vendrán batallas difíciles, traiciones, sufrimiento, soledad. Y es un pensamiento que te seca la boca.

Serán ceniza, más tendrán sentido. Polvo será, más polvo enamorado (Francisco de Quevedo). Recibir el sacerdocio es un sacramento que, como todos, te pone cara a cara con la muerte. Es una elección lo suficientemente radical como para saber que no tiene vuelta atrás. Hagas lo que hagas después, tú ya serás sacerdote de Cristo en su Iglesia. Y, aunque posiblemente sin la muerte no te hubieras tomado tan en serio el tiempo que te queda vivo, eres consciente que estás quemando las naves, cruzando un límite de no retorno, dejando el arado definitivamente atrás. Y esa sensación provoca un sudor frío.

Soy el que ve las proas desde el puerto, soy los contados libros, los contados grabados por el tiempo fatigados (Jorge Luis Borges). Ser presbítero es formar parte de la jerarquía eclesial. Los fieles te empiezan a llamar ‘padre’. Puedes vestirte con alzacuellos. Te hablan de usted y se te confía un poder enorme, que viene del mismo Cristo. Nada de esto sucedía antes. Y caes en la cuenta de que te puedes despistar tanto como para creerte el centro de lo que sucede. Puedes pensar que tienes derecho a ello por tus años como religioso o por tus capacidades. Recuerdas las veces que has vivido pensando primero en ti mismo y el vacío que eso termina produciendo, porque, en realidad, uno llega a ser ordenado cura por la insistencia y fuerza del amor de Dios. Y te produce un escalofrío enorme saberte tan egocéntrico, narciso, autorreferencial.

Seguramente haya más miedos. También es cierto que por encima de ellos sigues escuchando la voz del Señor Jesús: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Y percibes que todo es gracia.

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Fuente: https://pastoralsj.org

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