No dejar de abrazar el Misterio: un par de notas poéticas

No hay que dejar de abrazar el Misterio y de comprenderlo como aquello que es: lo fascinante.

Una de las cosas que caracteriza al ser humano es su búsqueda de la divinidad. Hay una sed constitutiva de Trascendencia en la estructura personal. Queremos entender el Misterio, aquello que es fascinante, aquello que nos excede, que va más allá de nosotros. Dios es el Misterio que sostiene el todo.

La palabra misterio es una palabra con peso. Tiene una profundidad y una dinámica propia. Viene del griego myo, que significa cerrar los ojos (de ahí viene el miope), y también cerrar los labios (de ahí viene el mutismo). El Misterio, desde esta raíz etimológica, tiene que ver con una incapacidad y con una ausencia. Incapacidad de hablar y de ver bien o de manera completa, y ausencia de un habla y de una voz total.

Tratemos de entender el Misterio a partir de un par de notas poéticas. Leyendo al poeta argentino Juan Gelman encontramos lo siguiente: “Palabra que se consume al respirar, nombrar sus imposibles”. Y, en otro lugar, J. Gelman escribe: “Mora en la sombra la palabra que te nombraría. Cuando te nombre, serás sombra. Crepitarás en boca que te perdió para tenerte”. El poeta argentino se ubica en la perspectiva de que la palabra o el lenguaje humano no alcanza a cubrir la totalidad del Misterio, el cual va más allá de las potencialidades de la palabra. La palabra nombra, caracteriza y diferencia, no alcanza a cubrir el todo. Por ello el Misterio continúa siendo Misterio aún cuando nuestras palabras se desgasten en intentar cubrirlo. Por ello Gelman dice que se nombran imposibles y se vive en las sombras. Ahora bien: las sombras no son la luz total ni tampoco es la oscuridad total, sino que es el efecto que una fuente de luz provoca cuando impacta un objeto. Es gracias a la sombra que podemos saber que efectivamente existe una fuente de luz y que hay un objeto en el camino de esa fuente de luz.

En clave cristiana, en el Dios-Misterio que se nos ha dado a conocer y que nos habla como amigo (Ex 33,11: Dei Verbum 2) se mueve también la sombra, en la opacidad de su presencia, en la ausencia de lo presente y en la presencia de lo ausente. Si la fuente de luz se nos presentara tal cual ella es, nuestros ojos no podrían captarla ya que quedaríamos enceguecidos por su fulgor. Por el contrario, si fuese pura oscuridad nuestros ojos no verían nada. El Dios que habita la nube, el soplo del viento tenue, la voz en el monte, la palabra en la noche se nos regala gratuitamente en la dinámica de la sombra, de lo que los místicos llamaron la noche luminosa o la divina tiniebla (Dionisio Aeropagita). Juan Gelman se mueve en estas tradiciones al construir su poética. Hay que seguir con lo que dice Gelman: “El temblor de mis labios”, es decir, entender que el Misterio no se alcanza a captar de manera total y, por tanto, continúa siendo siempre nuevo y generando en nosotros deseo e intriga. No hay que dejar de abrazar el Misterio y de comprenderlo como aquello que es: lo fascinante.

En clave cristiana el Dios-Misterio que se nos ha dado a conocer y que nos habla como amigo (Ex 33,11: Dei Verbum 2) se mueve también la sombra, en la opacidad de su presencia, en la ausencia de lo presente y en la presencia de lo ausente.

Otro poeta que nos puede ayudar a pensar estas cuestiones es Rainer Maria Rilke. En su obra El libro de las horas el poeta escribe: “Y desde aquel momento, lo que balbuceaban, son solamente trozos del nombre tuyo antiguo”. Y, en otro lugar el poeta escribe: “Tú, oscuridad de la que yo desciendo”. Dios es la oscuridad y nos invita a balbucear su Misterio. La RAE define balbucir de la siguiente manera: “Hablar o leer con pronunciación dificultosa, tarda y vacilante, trastocando a veces las letras o las sílabas”. En esta perspectiva considero que el hablar del Misterio tiene que ser torpe, es decir, consciente de su limitación, vacilante y propositivo más que definitivo. No podemos capturar el Misterio porque ese Misterio siempre se nos escapa.

Finalmente: nuestro lenguaje se aproxima a la sombra y la balbuce. Y, además, nuestro lenguaje se ve enriquecido con lo poético, con la mística y la espiritualidad como formas particulares de continuar abrazando el Misterio.


Imagen: Pexels.

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