La frase es un estímulo para todos los creyentes, puesto que implica que, en esta vida, Dios no da nunca a nadie por perdido.
Esta frase sintetiza dos pilares esenciales de la fe católica: la necesidad que todos tenemos de convertirnos y la confianza en la misericordia de Dios. El Santo Padre Francisco aludió ella para enfatizar que «la Iglesia no es una comunidad de perfectos, sino de discípulos en camino que siguen al Señor porque se reconocen pecadores y necesitados de su perdón».
Podemos encontrar su origen remontándonos a la obra teatral de Oscar Wilde, Una mujer sin importancia, estrenada en 1893. En una de sus líneas más memorables, Lord Illingworth le dice a Lady Hunstanton, que la única diferencia entre el santo y el pecador es que todo santo tiene un pasado, y todo pecador tiene un futuro.
La frase, tanto en su versión original como en la reformulada del Santo Padre, es un estímulo para todos los creyentes, puesto que implica que, en esta vida, Dios no da nunca a nadie por perdido. Todos tenemos la posibilidad de volver a Él, con independencia de la gravedad de nuestros pecados o la vergüenza de nuestra vida pasada, si nos arrepentimos humildemente, pedimos perdón y nos abrimos a su amor. Y no solo eso: el Señor puede sacar bienes de los pecados pasados si cooperamos con su gracia, para conducirnos a las cotas más elevadas de la santidad, haciendo realidad que «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rom 5, 20).
Todos tenemos la posibilidad de volver a Él, con independencia de la gravedad de nuestros pecados o la vergüenza de nuestra vida pasada, si nos arrepentimos humildemente, pedimos perdón y nos abrimos a su amor.
El mundo, sin embargo, parece desconfiar de esta dinámica de arrepentimiento, perdón y gracia, que se actualiza en el sacramento de la confesión. Cuesta creer que las personas podemos cambiar o que la gracia de Dios obra maravillas. Ya en su vida, Jesucristo escandalizó a muchos puritanos recordando esta verdad, y fue acusado de ser «un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores» (Mt 11, 19). Las vidas de santos con juventudes poco o nada ejemplares como santa María Magdalena, san Pablo, santa Margarita de Cortona o san Ignacio de Loyola, atestiguan de manera privilegiada que, para el Señor, como recordó el Papa Francisco, no hay santo sin pasado ni pecador sin futuro.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.