Oportunidades de las pandemias

Lecciones aprendidas de la fiebre española y el coronavirus.

Un siglo atrás, la muerte llegaba sin previo aviso y su precisión era feroz. Claro, el mundo salía de una pandemia que conocemos como “La Gran Guerra”.

Millones de seres humanos dejaron sus vidas en las trincheras, sin embargo, lo peor estaba por llegar. El hecho pasó a la historia como “fiebre española”, pese a que España no fue su epicentro, pero esta nación fue neutral en la guerra, por eso sus medios no padecieron la censura y fueron los que siguieron de cerca el caso.

Algunas teorías indican que los primeros casos se registraron en Kansas, Estados Unidos, en marzo de 1918, y que los soldados llevaron el virus a Europa. En agosto de ese año, el virus mutó en un agente letal, con un primer caso confirmado en el puerto francés de Brest, donde las tropas norteamericanas llegaban a Europa.

La violencia de la pandemia fue tremenda: en poco más de seis meses se cobró la vida de 25 millones de personas, con la particularidad de que las víctimas no eran solo ancianos o pequeños, sino también adultos saludables.

El mal se expandió viralmente, aún en un mundo mucho menos globalizado que el nuestro: en China murieron 30 millones, en la India los muertos superaron los 10 millones.

Argentina no fue ajena y tuvo alrededor de 15.000 víctimas. La cantidad total de víctimas se estima en 50 millones. Tuvo su pico en 1919, y se “desvaneció” en 1920.

Los elementos que transformaron la gripe entre 1918 y 1920 en una catástrofe pandémica, que condujo a la infección de quinientos millones de personas, fueron ciertamente extraordinarios: la coincidencia con el final de la Primera Guerra Mundial durante la cual millones de personas vivían agrupados en trincheras estrechas en condiciones precarias de higiene y el posterior movimiento de masas que vio a las tropas regresar a casa después del final del conflicto. Millones de personas que se trasladaron en ese año entre países y continentes fueron el vehículo ideal para propagar el virus. Un evento raro y excepcional, ciertamente fue el desplazamiento masivo de personas.

El panorama en el siglo XXI es bien distinto. El Coronavirus (Covid-19) nos ratifica cuán interconectado y “chico” es el mundo de hoy, que nuestra naturaleza de seres sociales implica cierta vulnerabilidad inevitable. La propagación del virus evidencia conexiones y lazos que hasta hace poco eran “invisibles”. Precisamente estos lazos de interdependencia muestran nuestra fragilidad en emergencias como las que estamos transitando. Son vínculos que constituyen la infraestructura imprescindible para el desarrollo social y económico de las naciones.

¿QUÉ TAN PEQUEÑO ES NUESTRO MUNDO REALMENTE?

Estamos interconectados, esto es indudable. A su vez es una fortaleza como comunidad tanto social como económica, y hasta política. A lo sumo el grado de separación entre dos personas del planeta, es de seis personas. Los famosos “seis grados de separación”, o de unión. Somos evidentemente interdependientes los unos de los otros. Tanto los más ricos, como los más pobres, en esto no hay distinción. Pero cuando la emergencia y la desinformación se encuentran, entre otras cuestiones asoma la desconfianza hacia el distinto, hacia aquellos que no forman parte de nuestro gueto. También cobra mayor relevancia lo que hacen otros países. En muchas ocasiones las conductas que “primerean” los países desarrollados, predetermina el comportamiento de las otras naciones. Otra de las consecuencias de la interconexión global.

EJERCICIO DE LA RESPONSABILIDAD

En estas circunstancias, todos somos responsables de nuestro accionar y sus consecuencias que pueden afectar al resto. Por eso, hoy más que nunca, tenemos que actuar con mayor conciencia, pensando mucho en los demás. Esto no se resuelve quedándonos en nuestras casas, evitando todo contacto. Esto nos llevaría al aislamiento absoluto. Ante todo, debemos estar atentos a los mensajes de las autoridades sanitarias y a sus recomendaciones. El aislamiento aplica a los viajeros o a personas que hayan estado en contacto con alguno de ellos. También se hacen menciones explícitas acerca del lavado de manos, las formas de saludos, la invitación a evitar lugares multitudinarios, como así también a evitar compartir nuestro mate criollo.

El desafío es superar esta barrera y proyectarnos junto a los demás, aun cuando no se esté cerca físicamente hablando, porque la sociedad es un colectivo de personas.

Los actos individuales tienen su impacto en el resultado final. La invitación es a estar cerca, superando la lógica de la distancia física. Esto es, ser cercano pese a evitar ciertas proximidades. Promovamos una comunicación responsable de la situación para ayudar en la prevención y no en los titulares catastróficos que circulan con afán alarmista, o, peor aún, con la nefasta finalidad de generar tráfico en las redes.

Así como nadie se salva a sí mismo, ninguna empresa se salva a sí misma.

Es una ocasión propicia para generar redes de confianza colectiva, pese a la complejidad de la situación. Vittorio Pelligra nos invita a estar disponibles, asumiendo los problemas y dificultades de otros, de extraños, de personas diferentes y a veces distantes, “porque si hay algo que esta epidemia nos está enseñando, es que, para bien o para mal, nadie está realmente tan lejos”.

Fuentes:
—Navia J, El miedo y la paranoia no conocen de historia, La Nación 29.2.2020.
—Pelligra V, Dalla spagnola al coronavirus, la lezione delle emergenze: nessuno è lontano, Il Sole 24 Ore 9.3.2020.

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Fuente: https://ciudadnueva.com.ar

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