Pobres sin cartel de pobre

Están ahí, más cerca de lo que cada uno de nosotros creemos. Son los preferidos de Dios, aunque a veces nos cueste demasiado entenderlo.

La familia que vive en una chabola a los pies de una autopista por donde cada día discurren miles de vehículos a toda velocidad. El vagabundo que se vuelve transparente a la puerta de un centro comercial. El refugiado que huye de una guerra desconocida y no logra rellenar otro formulario más. La cola de Cáritas en septiembre, y en octubre, y en cada mes del año. La viuda que visita el cementerio y maldice su suerte y un futuro que aún está por llegar. El anciano postrado en un asilo sin que nadie le vaya a visitar. El trabajador que es explotado bajo un sol abrasador sin papeles, sin derechos y sin poderlo denunciar. El adolescente adicto que no sabe cómo parar. El enfermo terminal que mira al cielo pensando si existirá el más allá. La pandilla de amigos del instituto fumando en un parque sabiendo que ninguno de ellos se va a graduar. La cuidadora que echa demasiadas horas fuera de casa criando a los hijos de otros desconocidos más.

El niño que sufre bullying y se esconde en el servicio del colegio para no cruzarse con los demás. La joven madre soltera que decide continuar su embarazo haciendo frente a una terrible presión social. El MENA [Menor Extranjero No Acompañado] que recibe más prejuicios que oportunidades. La persona con discapacidad sin nadie con quien conversar. El parado consciente de que ya nunca va a trabajar. Los niños en situación de acogida porque no tienen a nadie que les sepa cuidar. El silencio atroz de la sala de espera en la UCI de cualquier hospital. El recluso que se consume en una celda viendo la vida pasar. El inmigrante que llama a su casa para decir que todo va bien, cuando los suyos saben que no es verdad. La prostituta que se pregunta hasta cuándo durará su infierno mientras se despide de otro cliente más. El joven subsahariano que mercadea con camisetas de fútbol y mira de reojo a un lado y a otro por si llega la policía municipal. Los octogenarios sin hijos ni nietos que malviven con una ínfima pensión en un cuarto piso sin ascensor en un barrio obrero de cualquier ciudad. El veterano politoxicómano que cuenta monedas y sonríe ingenuamente al pensar que quizás es la última vez que se va a drogar…

Son los pobres sin cartel de pobres. Los mismos que están en nuestra sociedad pero que nadie quiere contemplar. Los que nadie se acuerda de ellos, los que no tienen celebraciones ni días especiales. Los que no interesan a los políticos —ni de izquierdas ni de derechas— ni a las grandes empresas ni a los medios de comunicación. Son los que sufren en una sociedad que no quiere visibilizarlos porque no tienen mucho que aportar.

Los pobres sin cartel de pobres. Los mismos que están en nuestra sociedad pero que nadie quiere contemplar. Los que nadie se acuerda de ellos, los que no tienen celebraciones ni días especiales…

Es la frontera de la vulnerabilidad, minúscula para la mayoría pero demasiado grande cuando te afecta de verdad. Basta con afinar la mirada. Un sencillo parpadeo para que darse cuenta de que están ahí, más cerca de lo que cada uno de nosotros creemos. Son los preferidos de Dios, aunque a veces nos cueste demasiado entenderlo.


Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.

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