La anormalidad del poder no solo engendra al dictador que llega a convertirse en un fantasma acosado por la eternidad, sino que también altera y distorsiona la vida de los ciudadanos comunes y crea dramas familiares e individuales, miedo, corrupción, sumisión, cárcel, exilio, muerte.
“La mayor revolución es tratar de ver el mundo como lo ve el otro. En la política, pocos como Mandela o Luther King consiguieron encarnarse en el otro. Estas exigencias se hacen permanentemente en mundos tan conflictivos como el judío, a través de autores como Grossman. Uno puede entender el mundo desde la otra perspectiva. La gran tolerancia se da de esa manera”. Esto lo dijo el escritor y político nicaragüense, Sergio Ramírez, al diario El País de España. “El solo acto de ayudar al prójimo, de escucharlo, de comprender sus penas y aflicciones, aunque sepamos que nuestra acción tenga pocas posibilidades de ser exitosa, es un trabajo largo y complejo, pero que al fin y al cabo nos llena de satisfacción y brinda la posibilidad de ver milagros aquí y ahora”, escribió el periodista ruso Vasili Grossman.
En la entrevista de Ramírez con el diario español, el escritor recordaba el viraje violento que dan las revoluciones, de allí su gran decepción con el proceso sandinista: “Al principio de la revolución es siempre así, una ilusión plena, un ansia de cambiarlo todo, un nuevo código de valores… Es un momento muy grande. Luego la realidad comienza a modificar las ilusiones, a reglamentarlas, a ordenar las cosas, leyes, decretos. Por eso en mis memorias Adiós muchachos, pongo la frase de Pasternak, de Doctor Zhivago, ‘cuando un ideal se convierte en ley pierde algo de sí mismo y cuando esa ley se ha escrito pierde mucho más’. Las reglas del poder son milenarias y funcionan igual bajo cualquier sistema, como queda explícito en los dramas de Sófocles y en los de Shakespeare, bajo las tiranías griegas o bajo el feudalismo, bajo la Revolución Francesa o bajo la Revolución Cubana”, concluyó el escritor.
La política es, sin duda, un lugar privilegiado para la mentira y un arma poderosa para enamorar a los incautos. Hannah Arendt lo recuerda varias veces en Verdad y política, insistiendo en los estragos de la manipulación de masas, dado que la reescritura de la historia, la fabricación de imágenes sobrecogedoras son lo propio de todos los gobiernos que caminan a espaldas de las grandes mayorías. Algunos escritores nos enseñan la metamorfosis de los revolucionarios que se rebelan contra la opresión, en lucha por la libertad y, una vez en el poder, terminan convirtiéndose en lo que combatieron. ¡Mentira! dirán algunos revolucionarios convencidos, y yo los invito a constatar en forma crítica la realidad que se nos dibuja por estas calles.
En La comedia humana de Honoré de Balzac; los antiguos combatientes de las barricadas en la Revolución Francesa terminaron convertidos en prósperos burgueses, dueños de bosques y viñedos, como si la ley de la historia fuera esa, que los ideales solo pueden subsistir en tiempos de lucha y empiezan fatalmente a revertirse pervertidos por el ejercicio del poder con sus reglas inflexibles; los sueños de la razón que siempre engendran monstruos. La anormalidad del poder no solo engendra al dictador que llega a convertirse en un fantasma acosado por la eternidad, sino que también altera y distorsiona la vida de los ciudadanos comunes y crea dramas familiares e individuales, miedo, corrupción, sumisión, cárcel, exilio, muerte. Es cuando el poder, como una fuerza ciega, se introduce en el ámbito privado y lo saca de quicio para someterlo también a la anormalidad; es así como la historia pública es capaz de descoyuntar vidas, quiéranlo o no los actores, y también es capaz de alterar destinos.
Las joyas de la corona deben estar siempre a la vista, igual que la arbitrariedad omnímoda que atemoriza, porque el miedo, que crea la inmovilidad de acción y pensamiento, es uno de los soportes del poder. Una feria de anormalidades, de fenómenos de circo, bufones, saltimbanquis, serviles, sirvientes. Es un proceso que no tiene fin. Es una repetición dialéctica hasta la eternidad, sin síntesis posible. Las utopías son sueños imposibles porque están hechas por los seres humanos que somos imperfectos.
Los tiranos son seres humanos que no pueden librarse del orgullo, la arrogancia y el sectarismo ideológico. La ambición de poder es capaz de llevarlos hasta el crimen, en su intento por conservarlo. En las páginas de los autócratas siempre suena el clarín de la batalla. En este sentido, el poder es también materia de novela, pero no solo el poder político, también el inconmensurable poder que acumula la desigualdad económica, a través del hambre, la miseria y la muerte que desembocan, inevitablemente, en el desplazamiento forzoso de personas.
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Fuente: http://revistasic.gumilla.org