Navidad,
dulce recordatorio de una verdad:
Mira, que el Señor hace nuevas todas las cosas.
Renueva su alianza sin fin.
Se nos anuncia una gran alegría:
¡un niño nos ha nacido,
un niño se nos ha dado!
El mesías esperado es desconcertante
porque se nos revela encarnado
en un niño pobre, pequeño y frágil…

Pequeño Jesús,
quizá no eres el Dios que esperábamos,
porque no sacias nuestra hambre de gloria.
No satisfaces nuestras desesperadas búsquedas de fama.
Y tu amor no nos reporta un retorno de inversión atractivo… Sino todo lo contrario.
El camino es otro: ¡Belén!
O lo que es lo mismo:
¡Pequeñez! ¡Simplicidad!
¡Pobreza! ¡Fragilidad!
¡Encarnación!
¡Qué locura!…
apenas me cuesta creerlo,
¡Dios se ha hecho un niño!

Aún así…
¡Qué dichosos los ojos que te contemplan, Jesús!
¡Qué dichosas las voces que te cantan!
¡Qué dichosos los oídos que escuchan tu llanto!
¡Qué dichosos los brazos que te abrazan!
¡Qué dichosos los labios que te besan!

¡Bienaventurados los que al verte han creído en ti!
¡Bienaventurados, más aún, los que sin verte han creído en ti!
¡Bienaventurados y felices los que, a pesar de todo, continúan creyendo en ti, creyéndote a ti!

Tu presencia es discreta,
apenas perceptible a nuestros torpes sentidos.
Tu suave claridad ofusca nuestra soberbia razón.
Tu fragilidad es escandalosa.
Tu pobreza es insoportable.
Tu pequeñez es insuperable.
Solo alguien tan grande puede ser así de pequeño:
envuelto en pañales y recostado en un pesebre. ¡Qué ordinario!
¡Misterio de amor y encarnación,
desconcertante y fascinante!

Enséñanos a saber habitar Belén:
queremos aprender de la austeridad,
deseamos aprender de la fraternidad,
anhelamos aprender de la encarnación.
Junto a María y con José,
con los pastores y todas las gentes,
queremos adorar tu presencia
y quedar prendados de toda tu belleza.
¡Invítanos a Belén!

Amén

Imagen: Pexels.