Cuando Ignacio leía libros de caballería, se imaginaba hazañas caballerescas y se entusiasmaba, pero cuando los dejaba, eso se desvanecía y se quedaba triste y vacío. Mientras que cuando leía la vida de Cristo y lo que los santos hicieron en el seguimiento de Él, se entusiasmaba, y la alegría en el corazón le duraba.
En realidad la vida cómoda, de corte, Ignacio de Loyola la había tenido antes. Cuando él decide salir es después de una larga convalecencia en la cual, para matar el tiempo, leía libros de caballería y también la Vida de Cristo. Cuando se cansaba de unos tomaba los otros, y así.
Pero aquí hay una clave fundamental, no solamente para la vida de san Ignacio de Loyola, sino para el discernimiento espiritual de los Ejercicios Espirituales que ayudan tanto al Encuentro con Jesús y a su seguimiento. Y esto es muy simple: cuando Ignacio leía estos libros de caballería, se imaginaba hazañas caballerescas y se entusiasmaba mucho, pero cuando los dejaba, eso se desvanecía y él se quedaba triste y vacío. Mientras que cuando leía la vida de Cristo y todo lo que los santos hicieron en el seguimiento de Él, se entusiasmaba, y la alegría en el corazón le duraba.
Es decir, se trata de la alegría del Evangelio a la que el Papa nos llama con su primera exhortación apostólica, con este mínimo discernimiento en sus dos primeros números iniciales. Por un lado dice: “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. Y por otra: “el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista”.
Ignacio de Loyola entendió esta diferencia y optó por Jesús.
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Fuente: http://es.radiovaticana.va