En la vida, y más en nuestra época, tenemos demasiadas posibilidades a nuestro alcance. Y hay que aprender a distinguir las buenas de las malas opciones, y las mejores de las buenas.
Es una pregunta habitual entre niños y adolescentes, aunque se ha extendido en nuestra sociedad consumista, que pretende hacer de los deseos derechos: viajes, planes, compras, relaciones… de lo más serio a lo más banal. ¿Y por qué no puedo hacer eso, o lo otro? ¿Y si puedes, cuál es el problema? Esto ocurre en las pequeñas cosas que toda educación propicia, pero en el campo de los adultos se extiende a un «si puedes, hazlo». Y así, bajo el «¿y por qué no?», extendemos una lista de caprichos enorme que nuestro ego —y nuestro bolsillo— es incapaz de saciar.
No obstante, el pequeño gran paso a la madurez no pasa por responder esa pregunta, sino por darle la vuelta cuando surja cualquier opción: ¿por qué debo hacer esto o por qué debo hacer lo otro? ¿Por qué sí debo hacer esto? Porque aun pudiendo, no todo está bien, no todo es bueno hacerlo, no todo es la mejor opción. Asimismo, seremos nosotros mismos los que pondremos los argumentos e iremos formando una buena conciencia o, al menos, lo pensaremos por un instante, quizás decisivo. De lo contrario, seremos marionetas a merced de nuestros caprichos, que suelen ser tantos como nos proponga el mercado.
Porque aun pudiendo, no todo está bien, no todo es bueno hacerlo, no todo es la mejor opción.
En la vida, y más en nuestra época, tenemos demasiadas posibilidades a nuestro alcance. Y hay que aprender a distinguir las buenas de las malas opciones, y las mejores de las buenas. Porque sencillamente no se puede todo y aspiramos siempre a la mejor opción, nunca a pactar con la mediocridad. Eso es, entre otras cosas, lo que se trata de enseñar a los niños en la educación, y eso es lo que a nosotros, los mayores, también nos cuesta entender.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.