Sr. Director:
Hemos vivido días duros. El suicidio de la estudiante universitaria Catalina Cayazaya nos duele mucho. Y su caso nos hace reflexionar sobre la compleja realidad del abuso en las áreas de la salud, estudiantil, profesional, sexual, espiritual, emocional y una larga lista de etcéteras.
El abuso —o, más bien, su posibilidad— forma parte siempre de nuestras vidas. A veces abusamos de las personas cuando no las vemos como un fin en sí mismas y las usamos. Lo hacemos cuando no tenemos con ellas la única respuesta que es válida: el amor, el donarse para que el otro crezca, recibir al otro y ser recibido. Si no hacemos eso y usamos a esa persona, la agotamos, la rompemos (es lo que comúnmente se conoce como una «relación tóxica»).
Nosotros mismos abusamos de otros cuando queremos manipularlos, lo que es una forma de elegir sus fines por ellos. Lo hacemos cuando nos sentimos mal con nuestra propia vida y tratamos mal a los demás por eso. En vez de hacernos cargo de las causas de nuestra infelicidad, las «cargamos» sobre otro. Por eso es tan importante ser hombres y mujeres virtuosos, hacernos cargo de nuestras vidas. Como decían Adam Smith y la filosofía estoica, «somos la persona que mejor puede cuidarse a sí misma».
Esto ocurre con jefes abusivos, amigos tóxicos, parejas abusivas y comunidades abusivas. Las instituciones pueden hacer eso mediante «ghosting», o sea, tratando a una persona como si no existiera, denigrándola y quitándole la confianza en sí misma, como sucede en algunos ambientes de trabajo. Puede ocurrir también en amistades y parejas, y cualquier tipo de relaciones humanas, que, por naturaleza, son complejas. Porque nos pueden dar tanta alegría, también en ellas podemos sufrir mucho daño.
Los contextos y relaciones abusivas y tóxicas terminan por quitar el brillo, como se dijo de Catalina. Por eso es tan importante reconocerlos y manejarlos. En sus formas más extremas, los que ejercen el abuso quieren quitar la voz a aquel de quien abusan: esto es un gravísimo atentado contra su dignidad, porque atenta contra la libertad, que es lo más propio de los seres humanos.
Las personas tóxicas no aman, sino que quieren tragarse al otro, como lo hacen los demonios en el libro de c.s. Lewis, Cartas del diablo a su sobrino. Los demonios se tragan los unos a los otros. Por eso dice el salmista que se queja ante Dios de varias personas tóxicas: «Que no digan: “Lo hemos tragado”» (Salmo 34, 24).
Que Catalina descanse en paz. Y que todos, de esta experiencia, aprendamos a cambiar nuestra cultura para que promueva el verdadero crecimiento y cuidado del otro; para que construyamos una cultura para que «el otro brille», que alcance su florecimiento pleno y una sana autonomía.
Bárbara Symmes A.