¡Cuántas veces creo que mi vida la voy construyendo con mis propias fuerzas! Soy yo el que estudio, soy yo el que entrena duro, soy yo el que trabaja y me gano el pan con el sudor de mi frente, soy yo el que se despierta todas las mañanas para ir al colegio, al gimnasio, al trabajo. Me voy montando la vida con mis recursos y no necesito de nadie. Y me merezco el descanso, me merezco el reconocimiento, me merezco la moto, el móvil, la casa. Necesito, después de una jornada de clases, o de estudio, o de trabajo, llegar a mi casa y que la comida esté en la mesa, que mi ropa esté limpia y el cuarto ordenado y a veces que nadie me moleste porque tengo muchas cosas que hacer. Tengo que seguir viviendo mi vida, currándome mi futuro y… ¡cuánto me cansa seguir así!
Sin embargo hay momentos en que vivo y veo las cosas de manera distinta. Hay momentos en que caigo en la cuenta de la gente que ha pasado por mi vida, personas concretas que les pongo nombre, rostro. Personas que han acogido mi vida, personas que sé que me quieren y que las necesito, que me han apoyado en un momento concreto o que sé que están ahí siempre. Amigos con los que puedo reír y a veces llorar, compartir un rato de charla o salir a dar una vuelta. Y entonces, empiezo a comprender que mi vida tiene mucho de regalo. Me resisto, no quiero verlo. Quizá no sea tan fuerte como creo. Quizá lo que vivo, lo que tengo, lo que hago, no me pertenece tanto como pensaba. Quizá me estoy apropiando de los dones que se me van dando en la vida. Y entonces, poco a poco, empieza a surgir en mí el agradecimiento. Y me esponjo, me relajo, me hago menos exigente y más comprensivo. En definitiva me coloco en mi lugar, caigo de la nube y piso tierra… ¡vuelvo a casa! Ahora no quiero salir de ahí porque eso me abre. Vuelvo a mirar el mundo con ojos nuevos. Hago lo mismo que antes, estudio, trabajo, entreno… pero desde el agradecimiento. Ya no soy el centro de la vida, ya no son mis fuerzas las que soportan todo. Ya no me siento tan merecedor de tanto. Ahora reconozco que en la vida se me ha regalado todo.
Hay algunas cosas en la vida que no dependen de méritos ni premios. Hay algunas cosas que no tienen precio ni motivo. Y quizás al darse uno cuenta de lo que es gratuito, la exigencia se vuelve gratitud, y la pobreza le hace a uno rico. Y entonces todo está mejor.
Fuente: https://pastoralsj.org