Posverdad: La precarización del conocimiento

Recientemente en Chile, ante diversos acontecimientos desastrosos, ha sido frecuente la proliferación de especulaciones. Tenemos una involución, dejamos de lado el pensamiento crítico y la prudencia para comulgar con ruedas de carretas.

¿Qué es lo que lleva a centenares de automovilistas a hacer largas filas para cargar combustible un miércoles cualquiera por la noche, si no se ha producido una caída en la oferta de gasolina? ¿Por qué muchas personas se sentían con la seguridad de afirmar que el Gobierno mentía sobre las cifras de desaparecidos durante los aluviones de 2015 en el norte de Chile? ¿Cuál es la razón de que el movimiento antivacunas reúnan adeptos en países desarrollados?

Estas tres preguntas tienen un elemento en común: la llamada “posverdad”. O, como yo preferiría llamarlo, “preverdad”. O, derechamente, “credulidad en la mentira”. Se trata de un fenómeno de opinión pública en donde no importa si los relatos que se comparten son o no verdaderos; lo que interesa es su utilidad para reforzar una tesis —o contradecir una posición—, o bien para defenderse de una posible amenaza. El Diccionario de Oxford eligió este concepto —post-truth— como la palabra del año 2016, utilizada para denotar “circunstancias en que los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que los llamados a la emoción y a la creencia personal”.

Así, una tarde de julio de 2015 un mensaje difundido por Whatsapp que advertía sobre un paro nacional de las plantas de combustible produjo enormes filas para cargar gasolina en Santiago. Del mismo modo, en distintos grupos y páginas de Facebook se aseguraba que el Gobierno ocultaba que en el Servicio Médico Legal de Copiapó había más de doscientos muertos producto de los aluviones de marzo de 2015, pese a que los reportes oficiales de desaparecidos no arrojaban cifras tan altas y a la constatación evidente de que sería muy difícil acallar a tantas personas buscando familiares perdidos… Finalmente fueron 31 muertos y 16 desaparecidos en toda la Región de Atacama. Igualmente, hay personas que, refutando el conocimiento científico, y arriesgando la proliferación de enfermedades ya controladas, se niegan a que sus hijos reciban vacunas por los supuestos efectos nocivos que ellas generarían.

El concepto de posverdad se popularizó a partir del análisis que diversos actores realizaron acerca de episodios como el Brexit, o sobre la campaña presidencial de Donald Trump. Esta última se caracterizó, por ejemplo, por una serie de acusaciones infundadas en contra de los inmigrantes de Estados Unidos o por su negación de la existencia de un cambio climático global. Para quienes se sienten amenazados por la población extranjera y para quienes la modificación de sus esquemas de producción, consumo y contaminación es muy costosa, no importa la veracidad de los dichos de Trump: ellos prefieren creer, porque esas afirmaciones sirven para defender su postura. La escasa importancia que el Presidente de Estados Unidos le da a la veracidad de la información se ve reforzada por su costumbre de acusar a los medios de comunicación de difundir noticias falsas —fake news!— cuando estos cuestionan las acciones de su Gobierno.

Sin embargo, quiero detenerme aquí no en el uso de la posverdad por parte de personajes públicos, sino en una escala en la que todos podemos participar en relativa igualdad de condiciones: las redes sociales y los sistemas de mensajería instantánea constituyen herramienta ideal para acceder a muchos datos rápidamente, pero también para desinformarse a enorme velocidad, en un ámbito de supuesta confianza.

En las redes sociales, los incentivos están puestos en la inmediatez y la difusión. La inmediatez está dada por el hecho de que las publicaciones se renuevan en tiempo real, por lo que, teniendo un mínimo de contactos lo suficientemente activos, se pueden consumir contenidos distintos varias veces al día. El incentivo a la difusión está dado porque las redes sociales viven de lo que sus usuarios comparten. Y hoy cada vez más medios de prensa y sitios web tienen en sus contenidos botones para compartir fácilmente, con solo uno o dos clicks, los contenidos consultados en plataformas como Facebook, Twitter y Whatsapp. Es decir, publica, comparte y hazlo ya.

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* Esta versión es un extracto del artículo original publicado en Revista Mensaje.

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