Principio de reconciliación

Puedo ser chavista o antichavista o propiciar una alternativa superadora de ambas posiciones. Pero no me puedo definir sino como ser humano y, si lo hago, no puedo no reconocer a todos los seres humanos. Como cristianos tenemos que tratarnos como hermanos. Podemos ser enemigos, pero en el fondo y de modo absoluto somos hermanos: hermanos enemigos.

Esta palabra a mucha gente le suena como peligrosa, casi como una trampa. Nadie va a dudar de que, en principio, es deseable. Pero muchos piensan que no están dadas las condiciones. Si es cierto que dos no riñen si uno no quiere, también es verdad que dos no se pueden reconciliar si uno no quiere. Y muchos, de un lado y de otro, tienen la impresión de que el otro no quiere.

“Si el otro solo busca sacarme del gobierno, ¿cómo me voy a reconciliar con él, si no me da ningún lugar, si según él mi único sitio es la cárcel?”.

“Si el otro me mata de hambre, impide que cure mis enfermedades, propicia que se mantenga una inseguridad que me tiene siempre en vilo, si la vida por culpa de él no vale nada, porque no hay estado de derecho y ni siquiera Estado, y cuando ejerzo mi derecho de protestar me agrede y hasta me mata, ¿cómo me voy a reconciliar, si me excluye y solo me acepta resignado y pasivo?”.

A unos y a otros pensar en reconciliarse les parece una debilidad intolerable.

Ahora bien, aun en el caso de que la oposición tuviera toda la razón, como el Estado tiene la fuerza, si solo existe la confrontación, porque el otro no existe para mí, solo queda la guerra, una guerra terriblemente desgastante, aunque sea, como hasta ahora, de baja intensidad. El desconocimiento del otro, cuando uno y otro ocupan un mismo espacio, es la madre de la violencia. Si esta violencia es aceptada, querida y fomentada, dejamos de ser humanos. Unos y otros nos volvemos lobos rapaces.

No es bueno para nadie vivir así, a todos nos hace daño, nos deshumaniza. Hace que el país no sea vivible y, ni siquiera, viable. Por todo esto, tenemos que reconocer al otro. Podrá ser un vendepatria, un fascista y aliado del imperialismo. Podrá ser un inepto y un ladrón sin entrañas. Pero el otro existe. No lo puedo suprimir. Y más en el fondo no tengo que querer suprimirlo. Por tanto, no tengo más remedio que ver cómo llego a un acuerdo con él. Esto me da escalofríos; pero tengo que tragarme que no hay otra salida.

Lo primero no puede ser, pues, preguntarnos quién tiene la culpa. La actitud de “quien la hace la paga” no conduce a superar esta situación que hemos constatado como invivible. Esa actitud conduce a enconar más los ánimos. La actitud de fondo es tratar de superar esta situación. Lo otro vendrá, de un modo u otro, pero no es el momento.

No se la puede superar negando a los otros. Reconocer que existen es reconocer que tienen un lugar en el país. Para eso hay que relativizar la política. Tenemos que aceptarnos como los sujetos humanos concretos que somos, más allá de cualquier etiqueta. Tenemos que reconocer en el otro, en todos los otros, a un ser humano con una dignidad inalienable, aunque la haya pisoteado. Tenemos que reconocer que si no lo trato como ser humano digno, haya hecho lo que haya hecho, yo mismo dejo de tratarme como ser humano digno.

Puedo ser chavista o antichavista o propiciar una alternativa superadora de ambas posiciones.

Pero no me puedo definir sino como ser humano y, si lo hago, no puedo no reconocer a todos los seres humanos.

Como cristianos tenemos que tratarnos como hermanos. Podemos ser enemigos, pero en el fondo y de modo absoluto somos hermanos: hermanos enemigos. No puedo tratar a un hermano enemigo como a un enemigo a secas. Porque lo absoluto es que es mi hermano; que sea mi enemigo es una eventualidad que tengo que tratar de superar.

No podemos desconocer lo que nos separa y enemista. Pero tenemos que poner por delante la meta a la que queremos llegar.

También tenemos que reconocer que hay cosas que no las hemos hecho bien. Que la culpa de lo que pasa no la tiene solo el otro.

Tenemos que reconocer que para poder vivir en paz tenemos que cambiar todos y tenemos que contribuir a que cambie el país.

Pero antes que eso tenemos que reconocer que existe el otro, que tiene un lugar en el país, que, aunque me dé mucha rabia lo que hace, no lo voy a matar y que, por tanto, tengo que llegar a algún acuerdo con él. Dios quiera que podamos pensar en paz todo esto. Esto es únicamente el principio de la reconciliación. Sobre los posibles acuerdos, trataremos en otra ocasión.

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Fuente: http://revistasic.gumilla.org

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