Jesús resucitado está realmente entre nosotros, aunque nos cueste verlo en medio de tanto dolor y muerte por culpa del coronavirus. Tercer Domingo de Pascua.
Ciclo A
Textos: Hechos 2, 14.22-33; 1 Pe 1, 17-21; Lc 24, 13-35.
Idea principal: Para reconocer a Cristo resucitado en nuestra vida —y más hoy en la pandemia— necesitamos ojos sin telarañas, pies sin grilletes y corazón sin hielo ni glaciares.
Resumen del mensaje: Jesús resucitado está realmente entre nosotros, aunque nos cueste verlo en medio de tanto dolor y muerte por culpa del coronavirus. Para darnos cuenta de su presencia debemos tener los ojos de la fe bien abiertos a la luz de la Palabra de Dios para entender los signos de Dios hoy, los pies bien ágiles para caminar por la vida con las alas de la esperanza y el corazón en ascuas y enardecido por la Eucaristía para reconocer a Jesús en el partir del pan. Hoy más que nunca, ayudemos a nuestros seres queridos en la casa para pedir a Cristo resucitado nuevos ojos, nuevos pies, nuevo corazón.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, para reconocer la presencia de Cristo resucitado —también hoy— necesitamos los ojos de la fe bien abiertos para dejarnos iluminar por la Palabra de Dios que es luz en el camino de la vida y nos explica todos los eventos —hoy este del coronavirus— desde la historia de la salvación. La Sagrada Escritura nos da la visión correcta sobre Dios, sobre Cristo, sobre la Iglesia, sobre el hombre y sobre todos los eventos de nuestra vida. La Sagrada Escritura es brújula que marca el norte. Sin ella tendremos una visión horizontalista, relativista y parcial de todo, como los dos discípulos de Emaús. Cuando no, actitudes de protesta, blasfemia y queja continua. Dejemos que Cristo en este tiempo duro nos explique, a través de la Iglesia, las Escrituras para que se nos abra el entendimiento y nos tire las telarañas.
En segundo lugar, para reconocer la presencia de Cristo resucitado necesitamos los pies de la esperanza bien ágiles. Los dos discípulos caminaban apesadumbrados, pues tenían la esperanza quebrada por la desilusión, el desaliento y el desengaño. “Nosotros esperábamos…”. Cristo, al unirse a ellos en el camino, les agiliza el paso, les renueva la esperanza con su presencia y su palabra, y les reprende con cariño, pues sus expectativas estaban a sideral distancia de los ideales del Señor. Les disipa los proyectos horizontalistas y temporalistas, y los aúpa a una visión sobrenatural para que les renazca la esperanza. Y les resucitó la esperanza, al darles una lectura y exégesis espiritual de los hechos ocurridos en esos días —hoy también para nosotros—, que para ellos —y para nosotros— eran motivo de escándalo y aldabonazo para su esperanza. Solo así el cristianismo, ni las pruebas que Dios permite, no serán un escándalo, ni la cruz una derrota ni la sangre de Cristo un derroche innecesario. Dejemos que Cristo nos reprenda nuestras visiones chatas y alicortas de su misterio humano-divino, y rompa los grilletes de nuestros pies.
Finalmente, para reconocer la presencia de Cristo resucitado necesitamos un corazón enardecido y en ascuas. Solo así invitaremos a Jesús, como hicieron estos discípulos, a entrar en nuestra casa para celebrar su Pascua eucarística con nosotros y parta su Pan con nosotros en familia en estos momentos privilegiados de confinamiento obligado. Solo gracias a la Eucaristía el ardor divino fundirá el hielo de nuestro egoísmo que nos tiene petrificados, y disipará la nube de preocupaciones y vanas solicitudes que entenebrecen nuestro espíritu. La compañía de Jesús eucarístico es siempre santificadora; las comuniones —hoy las espirituales, después las sacramentales—, por más desolados que estemos, tienen una eficacia insospechada. “Quédate con nosotros, Señor, porque ya es tarde”. Con Jesús eucarístico todo se ilumina, los fantasmas y temores huyen. ¡Es Jesús, pero trasfigurado! Aquel rescoldo del camino se ha convertido en ardorosa llamarada. Y Jesús desaparece en ese momento. Quiere que pasemos de su presencia carnal a su presencia espiritual y eucarística. La resurrección de Cristo inaugura este género de presencia. Pasemos —es lo que significa Pascua— de una visión materialista a una visión de fe. Y con los pies ágiles salgamos a anunciar esta buena nueva: “Cristo ha resucitado”, a quienes viven en la oscuridad y en la desolación, y hoy, en la tristeza y, tal vez, en la rebeldía, por la situación del virus. Cristo resucitado derritió el glacial de nuestro corazón y lo convirtió en hoguera devoradora. Y matará, cuando Él lo decida, este coronavirus, para algunos “maldito”, y para los que tenemos fe, “es una ocasión para aprender unas lecciones que habíamos olvidado”.
Para reflexionar: ¿Por qué a veces nos pasa en la celebración de la Eucaristía dominical que nuestros ojos no se abren para reconocer a Jesús y nuestro corazón no arde cuando escuchamos las Escrituras? ¿Por qué regresamos a casa con el corazón angustiado como cuando vinimos? ¿No será porque no hemos reconocido al Señor en su Palabra y en el partir del pan, y por lo mismo no partimos el pan con nuestros hermanos?
Para rezar: Con el Salmo 15, leído hoy, quiero rezar así: “Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro: porque no me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro. Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha”. Así hiciste con los discípulos de Emaús, y quiero que lo hagas también conmigo.
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Fuente: https://es.zenit.org