¿Quieres entrar en la Alianza de Dios para alcanzar la salvación?

Dios hace Alianza con su pueblo y promete buscar su felicidad total. Domingo XI del Tiempo Ordinario.

Ciclo A

Textos: Éxodo 19, 2-6; Romanos 5, 6-11; Mateo 9, 36 – 10, 1-8.

Idea principal: Nuestro Dios es un Dios de Alianzas porque quiere ofrecernos la salvación.

Resumen del mensaje: Dios, para salvarnos, hizo una Alianza con el hombre en el Antiguo Testamento, a través de Moisés (primera lectura). Y con la sangre de Cristo hizo la Nueva Alianza (segunda lectura) comenzando con los doce apóstoles (Evangelio). La palabra Alianza proviene del término hebreo: BERIT(בְּרִית מִילָה), pacto, que significa las relaciones recíprocas entre dos partes con todos los derechos y deberes que de tal reciprocidad se siguen; es decir, bienestar, integridad total de la persona y de cuanto le pertenece. Dios hace Alianza con su pueblo y promete buscar su felicidad total. Alianza que exige, por parte del hombre, una voluntad, una fe, una obediencia a sus cláusulas, una reciprocidad de amor. Con la primera Alianza Dios nos hace un reino de sacerdotes y una nación santa (primera lectura). Con la Nueva Alianza en Cristo nos hace un pueblo misionero para salir a las periferias (Evangelio).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, en el Antiguo Testamento, la alianza (berit) aparece claramente como el fundamento de la vida social, moral y religiosa del pueblo de Israel. Los profetas aluden indirectamente a ella para señalar la singularidad de los vínculos que unen a Dios con su pueblo y con la imagen de la alianza nueva alimentan la esperanza y la ilusión de un futuro de bienes, de paz y de familiaridad profunda entre Yahveh e Israel. A la luz del Antiguo Testamento se puede decir muy bien que “Israel vivió de la alianza” y que Dios es el Dios de la alianza, que pronuncia palabras de alianza al pueblo de la alianza y hace culminar estas relaciones en una suprema alianza.

El Antiguo Testamento resalta continuamente y con energía tanto la gratuidad de la alianza que tiene como fundamento exclusivo la benevolencia divina, como sus efectos salvíficos (redención, perdón, solicitud, providencia, misericordia) y la necesidad de la adhesión libre del hombre a la misma. Del encuentro entre la libertad de Dios y la de Israel (del hombre) se derivan frutos de bien, de paz, de armonía, en una palabra, la salvación. Hoy, el Señor dijo en la Alianza que hizo con Moisés en el Antiguo Testamento y que leímos en la primera lectura: “Si me obedecéis y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad personal… y un reino de sacerdotes y una nación santa” (primera lectura). “Propiedad personal” de Dios, ¡qué privilegio! “Sacerdotes” mediadores de la esperanza y de la alegría de Dios para con los demás, ¡qué honra! “Nación santa” para santificar a los que están a nuestro alrededor, ¡qué responsabilidad!

En segundo lugar, según los autores del Nuevo Testamento, la alianza (diathéke, διαθήκη) asume un carácter de novedad, de plenitud y de definitividad, gracias al don del Hijo y del Espíritu que hace el Padre a la humanidad. En la sangre de Cristo se estipula el pacto nuevo y eterno que liga a los hombres con Dios, haciéndolos un pueblo Nuevo, llamado a vivir en comunión con su Señor. Por este motivo, la realidad de la alianza encuentra su manifestación histórica en la Eucaristía, sacrificio agradable que elimina el pecado y restablece la comunión perdida. En la Nueva Alianza, Jesús da un paso más: llama a unos hombres con nombre y apellido —los apóstoles—, los prepara y forma, y los envía en su nombre para llevar la salvación a todos, especialmente a esas ovejas sin pastor y a esos campos de mies que necesitan más “braceros” para la cosecha (Evangelio). Salvación que le supuso la entrega de toda su sangre para reconciliarnos con su Padre (segunda lectura).

Finalmente, Cristo quiere seguir ofreciendo su Alianza a tantos hombres y mujeres que están cansados, desorientados, como ovejas sin pastor, buscando el sentido de la vida. Estos hermanos nuestros, nos deberían conmover las entrañas del corazón y lanzarnos a anunciar el mensaje salvador de Cristo, especialmente a los marginados de la sociedad, y que viven en las periferias existenciales, pues “debemos salir de la propia comodidad y atrevernos a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (Papa Francisco, Evangelii gaudium, n. 20). Por eso, Cristo necesita hoy de manos, de bocas, de pies, de corazones… para que llegue su Alianza a todos. “Es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo” (Papa Francisco, Evangelii gaudium, n. 23).

¿Qué implica el que Dios quiera hacer una alianza con nosotros? El corazón mismo de nuestra alianza con Dios implica que ambas partes tienen sus propias responsabilidades que cumplir. Por la parte de Dios, el Señor nos promete darnos su Espíritu Santo, grabar sus leyes en nuestro corazón, perdonarnos y cuidarnos para nuestro bienestar y felicidad. A su vez, Dios nos pide que, por nuestra parte, vivamos como el pueblo de su propiedad, es decir, que lo amemos, seamos fieles a su voluntad, recurramos a él cuando necesitemos ayuda, rechacemos toda forma de idolatría y cumplamos fielmente sus mandamientos.

Para reflexionar: Hay mucha mies, se necesitan brazos. ¿Por qué no ofreces los tuyos? Hay muchos rostros que enjugar, ¿por qué no ofreces el pañuelo de tu ternura? Tú, vehículo de esta Alianza de Jesús.

Para rezar: Gracias Señor Jesús por ser siempre fiel a tus promesas, especialmente a la de estar siempre con nosotros. Que tu presencia misericordiosa nos mueva a caminar en fe confiando en tu eterno amor y fidelidad. “Mi fidelidad y mi amor lo acompañarán, mi Nombre le asegurará la victoria” (Salmo 89, 25). Me he dejado engañar, de mil maneras. Escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito, rescátame de nuevo, Señor. Acéptame una vez más. Entre tus brazos redentores. Porque yo quiero estar contigo.

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Fuente: https://es.zenit.org

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