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Padecemos una «anemia de Evangelio». Y esa «anemia» no se sacia con otros alimentos que el Evangelio mismo.
Hace poco leí la noticia de la celebración de un acto de oración interreligiosa por la paz. Una iniciativa estupenda y loable. Sin embargo, confieso que la lectura de su contenido me dejó triste y preocupado. Seguramente cosas mías, de alguien de otro tiempo…
¿Por qué? me dirán. Participó en la oración una persona de religión judía que tomó como oración unos salmos. Intervino después una persona de religión musulmana que leyó y comentó unos textos del Corán y unas sunnas. Finalmente, y aquí viene mi decepción, quien intervino desde su fe cristiana leyó una poesía (seguramente preciosa y llena de contenido)… Pero ¿no procedía una lectura del mismo Evangelio?
Me dirán que eso son «fundamentalismos», y que hay textos preciosos en poesía y en prosa inspirados en el Evangelio. Por supuesto que sí. Pero yo me sigo preguntando: ¿hay algún texto mejor que la parábola del Padre con los dos hijos para hablar de la misericordia?; ¿hay alguna poesía más preciosa que el texto del evangelio de Mateo en el Sermón del Monte sobre el cuidado y la providencia de Dios sobre sus criaturas?; ¿hay un gesto más profético que ver al Hijo de Dios lavando los pies a los discípulos, también al que le niega y también al que le traiciona?; ¿hay una oración más sencilla, más humilde, más humana, más gratuita que la del crucificado junto a Jesús?
¿Hay algún texto mejor que la parábola del Padre con los dos hijos para hablar de la misericordia?; ¿hay alguna poesía más preciosa que el texto del evangelio de Mateo en el Sermón del Monte sobre el cuidado y la providencia de Dios sobre sus criaturas?…
Hace poco leía un texto de un compañero jesuita brasileño que hablaba de que padecemos una «anemia de Evangelio». Y esa «anemia» no se sacia con otros alimentos que el Evangelio mismo.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.
