Relación y relacionalidad

Relacionalidad y relación no se oponen, pero hay que distinguirlas porque tocan dos dimensiones distintas de la persona.

Pensar la unidad

“En el principio es la relación”, escribía en la primera mitad del siglo pasado el gran Martin Buber, exponente del pensamiento hebreo. Desde entonces, y gracias al desarrollo realizado por la escuela dialógica, esta categoría ha entrado con autoridad en la escena filosófica contemporánea con consecuencias para la vida social y el horizonte de sentido de la existencia. Las ciencias humanas, en particular, han hecho un uso proficuo y fecundo. Siempre más tendemos a pensar que la relación sea aquella dimensión de la persona que de alguna manera la define. La capacidad de relación, por lo tanto, ha llegado a ser importante en todos los ámbitos del actuar humano. El fracaso de muchas nobles empresas, por ejemplo, puede ser atribuido a problemas de relación. Tener una buena relación resulta además un punto de partida positivo y una garantía de continuidad. La relación es realmente esencial.

No obstante, desde mi punto de vista, me permitiría modificar la frase del gran filósofo austriaco-israelí con esta otra: “En el principio es la relacionalidad”. Con este entiendo que la relación es siempre segunda, porque hay algo más radical: la relacionalidad. Es la estructura relacional de la persona que permite entrar en relación, pero no exige necesariamente una relación con el otro para existir. La relacionalidad implica el ser, la relación, el hacer. Relacionalidad y relación no se oponen, pero hay que distinguirlas porque tocan dos dimensiones distintas de la persona. La conclusión parece paradojal: hay personas pobres de relaciones, pero ricas de relacionalidad, y viceversa. Tener muchas relaciones, de hecho, no es índice de relacionalidad. Pongo un caso límite: una monja de claustro puede ser más rica de relacionalidad que una actriz cinematográfica, aunque sea infinitamente más pobre de relaciones. Se puede ser abiertos al infinito sin cruzar el límite de la propia habitación, y también muy cerrados en sí mismos mientras se da vuelta por el mundo. Es una cuestión de cantidad y calidad, ¿entonces? Sí y no.

Decisiva —como criterio de cualidad de las relaciones— es la medida de donde ellas parten o no de la estructura relacional de la persona. No es, por lo tanto, cuestión de cantidad o calidad, sino de profundidad y reciprocidad. La relacionalidad proviene del fondo del ser humano y es siempre abierta. Abierta a la reciprocidad, mientras no siempre las relaciones eluden la tentación individuo-céntrica. Partir de la estructura relacional de la persona quiere decir, entonces, ser conscientes de que en nuestras relaciones hay siempre algo que las precede y algo que las sobrepasa. Significa renunciar a la idea de dominar e incluso construirlas como si dependieran de nosotros. Las relaciones no se construyen, se buscan. Esto quiere decir que en nuestras relaciones debemos estar atentos sobre todo cuando algo nos sorprende, imprevistamente. La “voluntad de poder” que caracteriza a menudo al hombre moderno, tiende a veces a imponer a las relaciones incluso con buenos fines. Puede suceder, por ejemplo, en la relaciones padre-hijo, o en la relación de pareja. Si queremos relaciones cargadas de relacionalidad, debemos en cambio cuidar la actitud de espera, de escucha, de paciencia, incluso de ausencia. La relacionalidad pide amor junto a una especie de pasividad que, si se la vive bien, es la única verdaderamente abierta a la novedad.

Las consecuencias éticas de esta distinción, que puede parecer solamente académica, son en ciertos casos decisivas. Un ejemplo: si la persona fuera primariamente relación, entendiendo con esto la capacidad de construir relaciones, el aborto sería legítimo porque el embrión no está en grado de construir relación. También la persona en coma no tendría derecho de vivir, porque es incapaz de tener relaciones con los demás. Si en cambio lo que define la raíz de la persona es la relacionalidad, que para existir no necesita de relaciones porque viene antes de ellas, entonces las cosas cambian sustancialmente.

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Fuente: http://ciudadnueva.com.ar

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