La resurrección de Jesús no solamente vence los temores, sino produce la paz. La alegría es un eje constante para quien ha sido llamado a anunciar la resurrección. Domingo de Pascua.
Hechos 10, 34.37-43: “Hemos comido y bebido con Cristo resucitado”.
Salmo 117: “Este es el día del triunfo del Señor”.
Colosenses 3, 1-4: “Busquen los bienes del cielo, donde está Cristo”.
San Mateo 28, 1-10: “Ha resucitado e irá delante de ustedes a Galilea”.
En esta noche y en este tiempo, más que nunca, resuenan con fuerza las aclamaciones de la Vigilia Pascual: “¡Resucitó! ¡Aleluia!”. Hoy que las tinieblas de la oscuridad y de la muerte se ciernen sobre nuestros pueblos, brilla para nosotros la esperanza de la verdadera resurrección unidos a Jesús. “¡Resucitó!”. Es grito de esperanza y de fuerza en medio de las amenazas de muerte. “¡Resucitó!”. Es certeza que nos da nuestra fe de que la muerte no vence a Jesús y que los cristianos nos unimos a su triunfo y resurrección.
¿Por qué solamente unas mujeres encuentran la fuerza suficiente para encaminarse hacia el sepulcro la mañana del primer día? Las únicas que soportaron el tormento de contemplar a Cristo en la cruz, son las mismas que ahora quieren contemplar el sepulcro de quien tanto amaban. Ha transcurrido el sábado, día de reposo y tiempo sagrado para los judíos. Las dos mujeres buscan un sepulcro, pero encuentran la tumba vacía. Quieren despedir al muerto y encuentran al Cristo Vivo. Esperan cerrar un capítulo doloroso en su vida y encuentran una nueva misión: proclamar la Resurrección y la Vida. Estas mujeres fieles, que no abandonan a Jesús y que regresan para terminar lo que había faltado en el funeral, se convierten en las primeras testigos de la Resurrección. Ahora ellas tienen una mayor responsabilidad: son constituidas testigos con pleno derecho, aunque los discípulos opongan resistencia para aceptarlo. Nosotros también nos hemos acercado en esta noche de Vigila Pascual al acontecimiento más grandioso de nuestra vida, a la experiencia más trascendental para cada uno de nosotros: experimentar la vida de Cristo Resucitado en nuestra propia vida.
Ha iniciado un tiempo nuevo. Atrás ha quedado el sábado y ha iniciado el primer día de una nueva era: la era de la vida, del amor y del triunfo. Atrás han quedado las normas, las leyes y los temores; se inicia el tiempo de la vida y este día se convierte en el primer “domingo”, “día del Señor”. “No teman”, son las palabras del Ángel que inauguran este nuevo tiempo y que en todo el camino pascual se repetirán constantemente, primero en negativo y después en positivo: “La paz esté con ustedes”. Porque la resurrección de Jesús no solamente vence los temores, sino produce la paz. La alegría es un eje constante para quien ha sido llamado a anunciar la resurrección. La verdadera alegría, la que contagia, la que vence las dudas, la que produce armonía en el corazón, la que supera los temores. Todo se hace nuevo y diferente. El ángel con sus palabras les confirma con certeza lo que ellas buscaban: “Jesús, el crucificado”, pero las reconduce por un camino muy diferente: “No está aquí”. Sí, el crucificado, el fracasado, el abandonado, no está aquí. Es cierto que es el mismo Jesús pero que ahora se ha sido transformado en el Cristo Glorioso. Pueden cerciorarse buscando en la tumba vacía, pero no pueden ahora permanecer indiferentes, ahora deben anunciar a todo el universo: “Ha resucitado, como lo había dicho”.
También para nosotros es la indicación del ángel. También a nosotros nos invita a cerciorarnos de que Jesús, el Crucificado, fue colocado en la tumba, pero que esa tumba vacía está proclamando su resurrección. No podemos quedarnos indiferentes. Si Cristo está vivo necesitamos proclamarlo. No podemos quedarnos en los temores, en las cruces de injusticia, necesitamos manifestar la vida. Hoy también muchas mujeres, y muchos hombres, deberían ser informados que Jesús, el Crucificado, no se encuentra en la tumba. Hay quienes siguen cargando una cruz sin sentido, hay quienes llevan el sufrimiento a cuestas sin ilusión, como si Cristo no hubiese resucitado. Y el sufrimiento, la cruz y el sepulcro solo tendrán sentido si se ha experimentado la Resurrección de Cristo. Si no, nos producirán un sentido fatalista de fracaso y se perderá el sentido de la propia existencia. Tan trascendental es el experimentar a Cristo vivo.
Las dos Marías han recibido el mensaje del ángel y con “temor y alegría” se encaminan presurosas a cumplir su tarea. No es ya el temor que paraliza, sino el temor que dinamiza y la alegría que impulsa. No han pensado que son mujeres, que son pequeñas, que su palabra vale poco, pues cuando se lleva la vida en el interior no importa si los demás les creerán, porque la vida en el interior estalla y se manifiesta espontáneamente. Se ponen en camino, de prisa como lo había dicho el ángel. La vida tiene que anunciarse y la luz tiene que difundirse, no se puede quedar guardada en el corazón. La felicidad, cuanto más se difunde, más se acrecienta. Es curioso que tanto el ángel, como después Jesús, las envían a Galilea como si se tratara de regresar a los inicios y a la pequeñez. No es vivir en el pasado, sino recobrar las raíces de toda una experiencia de vida. No es en el sepulcro ni en la muerte donde encontrarán a Jesús, sino en la lucha diaria en pro de la vida, en los olvidados y pequeños, ahí es donde Jesús se hace presente. El mundo no puede ni debe ignorar la Resurrección de su Señor, a todos debe darse la oportunidad de conocer que Jesús ha sido resucitado porque, en su Resurrección, todos encontraremos la vida. Y Galilea, la región abandonada, pobre y gentil, se convierte en centro que irradiará la nueva luz.
Se expande por doquiera la noticia y tiene que hacerse presente también en nuestros días. También a cada uno de sus discípulos se le dan las pistas de esta nueva forma de generar vida. También somos enviados a Galilea, ahora a nuestras casas, en el hogar, con los nuestros, porque ahí se descubre la presencia de la alegría pascual: donde se hacen presentes el servicio, el amor fraterno y las bienaventuranzas. Cristo está vivo en medio de los pobres que comparten generosamente lo que tienen, donde la gente sufre, pero es capaz de esperanza, de fiesta y de alegría. Tendremos que proclamar con entusiasmo la alegría de que Cristo ha resucitado, pero también tendremos que ser capaces de descubrirla y hacerla germinar en todos los sitios de las nuevas galileas de nuestros tiempos. Sí, el Señor se nos mostrará en cada momento de nuestra vida cotidiana, en la Galilea humilde de nuestros hogares, en el trabajo de los pobres, al lado de los marginados. Hoy proclamemos a grito abierto: ¡Ha resucitado el Señor!
Dios nuestro, que por medio de tu Hijo venciste a la muerte y nos has abierto las puertas de la vida, concédenos defender, cuidar y vivir una vida plena. Amén.
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Fuente: https://es.zenit.org