La serie europea mantiene indesmentible vigencia a diez años de su estreno, siendo hoy una de las más vistas en nuestro país en su ejercicio de exponer los claroscuros del juego político.
Netflix reestrenó para el mundo la serie Borgen, entrega danesa que hace diez años (2010) mostraba en adelanto el desgaste de las instituciones y valores de la democracia a través de una trama que, en tres temporadas, muestra el quehacer de políticos profesionales en una sociedad cada vez más compleja y exigente. Todo, paradojalmente, desde un país con una tradición democrática de 160 años, reconocida como estable y ejemplar a nivel global debido a la fortaleza y eficiencia de su modelo de desarrollo, y al bienestar que este ha proporcionado a sus ciudadanos. Cada episodio parte con una cita. El primero, con una de Maquiavelo: “El Príncipe no debe tener más objetivo o pensamiento que el de la guerra y sus reglas y disciplina”, dando cuenta de la antigüedad del oficio de gobernar, y del modo en que la vocación de poder, sin adornos ni complejos, es lo que permite al político llevar adelante su programa.
Algo que queda de manifiesto desde el primer capítulo es la capacidad de la sociedad danesa para mirarse a sí misma y dar cuenta de sus debilidades. Esto se va revelando con desparpajo, e incluso crudeza, al narrar las estrategias de alianzas y concesiones, muchas veces al filo de lo legal y ético: Birgitte Nyborg, protagonista de la historia, es la líder del Partido Moderado en la nación escandinava y, por lo tanto, quien lleva adelante las negociaciones con los demás bloques durante las elecciones en que se renovará el parlamento y se elegirá a un nuevo Primer Ministro. En ese contexto, debe decidir si defender una convicción respecto del tema migratorio, momento en que la ficción, producida y transmitida por la señal de televisión púbica Danmarks Radio (DR), deja expuesta las tensiones asociadas a esa problemática en naciones donde el Estado de bienestar y sus definiciones entran en constante contradicción con medidas proteccionistas y sus respectivas consecuencias. Finalmente, Nyborg hace una diferencia, decide ser genuina ante la opinión pública respecto de principios que considera mandantes en su accionar político, pero no de manera inocente, haciendo el cálculo y estimando la pérdida, demostrando flexibilidad y consecuencia, lo que desencadena el éxito de su sector en los comicios, dándole a la vez una posibilidad cierta de convertirse, fuera de todo pronóstico, en Primera Ministra de Dinamarca, develándose un rasgo de nuevos votantes que valoran la transparencia y reclaman por liderazgos que conecten con su época.
Todo lo anterior, orquestado con arranques de populismo; con partidos políticos que se vinculan con una ciudadanía devenida en audiencia; dando cuenta del funcionamiento del sistema de medios y sus limitaciones, así como de los cuestionamientos a los límites/defensa de la libertad de expresión. Y siempre cruzado con el componente de género, donde de manera muy fina van quedando en la superficie los mecanismos con que opera el patriarcado, y el modo en que eso afecta a los personajes femeninos, en particular a Nyborg, que en la ficción es la primera mujer en convertirse Jefa de Gobierno de Dinamarca, un año antes de que eso se hiciera realidad en dicho país (Helle Thorning-Schmidt, quien fue Primer Ministra entre 2011 y 2015). Birgitte y sus ministras deben abordar cuestionamientos a su apariencia física, a sus relaciones personales, familiares y de pareja, y también a su modo de ejercer la autoridad y tomar decisiones; son cuestionadas y expuestas, se les lleva al borde, donde muchas veces terminan socavándose entre ellas. Al frente: la incisiva y experimentada –alcohólica– periodista Hanne Holm, y la brillante e impetuosa –joven y atractiva– Katrine Fønsmark, quienes deben a diario combatir contra editores y directores hombres que ponen a prueba su vocación por las noticias y la verdad, relativizando sistemáticamente su capacidad, exponiendo detalles de su vida privada y sexual.
LA POLÍTICA EN UN MUNDO CONVULSO
Capítulo a capítulo, Borgen presenta diferentes desafíos a los que se enfrenta cualquier democracia moderna: seguridad (de Estado y social), bienestar económico, protección del medio ambiente, migración, acceso a la información, relaciones internacionales (de sumisión/opresión), asuntos limítrofes, etc.: temas que son habituales y afectan a los gobiernos y personas en cualquier parte del mundo. Todo, condimentado por la presencia de la realeza, que ejerce una función política (en concreto, la jefatura de Estado) no solo ornamental, y que sigue siendo un elemento constitutivo de la identidad danesa, que aparece con fuerza asociada a sectores conservadores, pero que es parte de la cotidianidad y que está presente junto al innegable progreso cultural y social del país nórdico.
Otro elemento que convierte en un imperdible esta serie, es que da cuenta de la cultura de un país, su historia y sus tradiciones, con una factura audiovisual y fotografía a las que no estamos acostumbrados, ofreciendo imágenes a través de las cuales podemos conocer los barrios de Copenhague, el popular Indre By, la casa real Amalienborg Slot o el sector residencial Frederiksberg, todos lugares donde se puede apreciar cómo la arquitectura neoclásica dialoga de manera armónica con los volúmenes minimalistas, “pragmáticos” y sostenibles, de los tiempos más actuales.
Lo anterior, enlazado con un guion sin baches y actuaciones de primer nivel, con un relato que atrapa y que no deja espacio para el aburrimiento, razón por la que muchos fanáticos alrededor del mundo han calificado Borgen como “adictiva”, premiándola como una de las más vistas en Netflix. Los personajes, además de ser profesionales del poder, tienen profundidad humana, y a través de sus historias personales, se puede ver el modo en que los escandinavos conciben las relaciones de pareja y familiares; la crianza de los hijos, la educación de los mismos; y es posible reconocer en eso lo que tenemos en común, así como lo que nos diferencia. Uno de los personajes que sobresale es el esposo de Birgitte Nyborg, Philip Christensen, que al principio aparece como una caricatura de la deconstrucción masculina, un sujeto casi ejemplar, que asume totalmente la corresponsabilidad en la crianza de sus hijos, escenario que cambia y se complejiza una vez que su mujer se convierte en Primera Ministra. Otro que hace la diferencia es el entrañable Kasper Juul, asesor de comunicaciones de Nyborg, quien actúa con un cinismo brutal, pero con un profundo sentido de la lealtad. En la medida que avanza la historia, vamos conociendo sobre su pasado y la forma en que este ha definido su comportamiento.
Borgen (2010), muchísimo antes que The Politician (2019), House of Cards (2013) o Veep (2012), nos introduce, con profundidad, a los recovecos del oficio político en un mundo convulso e hiperinformado, rizomático y dinámico, de movimientos y crisis sociales. En Netflix se encuentran disponibles los treinta capítulos de la serie, divididos en tres temporadas, la última de ellas exhibida en 2013 por la televisión pública danesa. Una historia que no envejece y que, debido a su renovado éxito, se prepara para una cuarta entrega de la mano de DR televisión y la plataforma de streaming, a estrenarse a principios de 2022. MSJ
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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N° 694, noviembre de 2020.