Revista Mensaje N° 698: «Recuperando el arte de parlamentar»

Reconocimiento a los mapuche, mejor aceptación de la multiculturalidad en el país y la necesidad de abrir espacios para el diálogo: una conversación entre la empresaria Angélica Tepper y el escritor Pedro Cayuqueo.

Aunque se reconocen posicionados en veredas políticas distintas, ambos tienen aproximaciones semejantes a muchos de temas de la contingencia actual de la Araucanía. Así se revela cuando abordan tópicos como la demanda de las tierras, las perspectivas de compensación a las comunidades mapuche o las urgencias que debe contener la agenda de esa zona del país. Los reunimos a conversar y concluyeron expresando sus expectativas de que un diálogo directo y respetuoso como el que sostuvieron sea posible en la próxima Convención Constitucional, a la que ambos son candidatos.

Angélica Tepper Kolossa fue presidenta de la Multigremial de la Araucanía, que agrupa a un millar de empresas que están en busca de consolidar, desarrollar o concretar iniciativas productivas de muy diversa índole. Ella ha destacado como empresaria en el ámbito del turismo en esa región donde ha vivido siempre, junto a su familia descendiente de alemanes llegados a Chile hace más de un siglo. Igualmente, ha tenido permanentemente alguna figuración ante la opinión pública por su vocería de los gremios en el contexto de los hechos de violencia de los últimos años. Hoy es candidata a constituyente por el distrito 23 (Provincia de Cautín).

Pedro Cayuqueo Millaqueo es periodista y escritor, originario de una comunidad mapuche del valle del Cautín en La Araucanía, y un referente en muchos debates sobre la situación de los pueblos originarios. Autor de una decena de libros, entre ellos destacan Historia secreta mapuche (1 y 2) —Premio Municipal de Literatura de Santiago (2018)— La voz de los lonkos y Porfiada y rebelde es la memoria. Ha sido delegado mapuche ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra, Suiza, consejero del Instituto Nacional de Derechos Humanos y miembro del directorio de Espacio Público. Hoy es candidato a constituyente por el distrito 7 (Valparaíso Costa).

José Francisco Yuraszeck S.J.: Esto es básicamente una invitación a conversar. Ambos aspiran a formar parte de la Convención Constituyente, que va a marcar el Chile de las próximas décadas. ¿Qué es lo que sueñan de esa Convención? ¿Qué es lo que tendría que ocurrir para que se sientan satisfechos?

Angélica Tepper: Que los integrantes de la Convención seamos capaces de dialogar para ir hacia un Chile mejor para todos. Importa que haya buena convivencia, tranquilidad y respeto en la búsqueda de un país que sea mejor para todos y ofrezca las mismas oportunidades. Todos estamos de acuerdo en que la cancha ha sido muy dispareja y tenemos que ver cómo la nivelamos. No es posible, por ejemplo, que la gente tenga que irse de regiones hacia Santiago, a estudiar o a trabajar, pese a que hubieran querido quedarse en su región. Y todo eso parte por tener buena educación para todos en todos los lugares. Espero un Chile con igualdad de oportunidades, para lo cual tenemos que asumir que debemos llegar a acuerdos.

Pedro Cayuqueo: Coincido con Angélica en que la Convención es un lugar para conversar —para parlamentar, diríamos los mapuche— y lograr una convivencia democrática. Respecto de la Constitución, la definición que más me gusta es la que habla de una “casa común” que tenemos los habitantes de un Estado. Hemos tenido en Chile una decena de proyectos constitucionales, muchos generados desde juntas militares o comisiones de expertos. Nunca se había dado la oportunidad de un proceso democrático y deliberativo, como el de ahora. Estamos en un momento único y quiero reivindicar la salida constituyente a la crisis de 2019. Fue una salida virtuosa, de alta política. No tengo reparos con los acuerdos ni con la negociación. Al contrario, creo que la negociación es el arte de la política. Eso es lo que tenemos que hacer en la Convención, acordar un pacto social que permita una convivencia pacífica y democrática en los próximos veinte años, que es el promedio de duración de las constituciones latinoamericanas.

Ahora bien, esta casa común debemos construirla con la diversidad de voces que existen. Me tiene contento lo de los escaños reservados para pueblos originarios. Sé que hay sectores políticos incómodos porque están formateados con la idea de una sola nación, una sola bandera, una sola lengua, una sola cultura. Pero el mundo moderno es diverso y hoy, en plena globalización mundial, las identidades locales adquieren un gran valor en lo político, cultural y también en lo económico.

NUDOS CRÍTICOS

J.F.Y.: Hay elementos que algunos consideran debieran estar en la Constitución, como el reconocimiento constitucional de los pueblos originarios o el carácter multicultural de nuestro país. Y más allá de la Constitución, hay grandes demandas pendientes por décadas. ¿Cuáles son los nudos críticos que hay que desatar en la conversación que se viene en relación a Wallmapu?

A.T.: Desde hace mucho, vengo hablando de la necesidad de un reconocimiento constitucional a los pueblos indígenas. Creo que somos una nación multicultural. No podemos negarlo. Y es cierto que hay muchas promesas sin cumplir y en eso en la Araucanía todos perdemos. Vamos de retroceso en retroceso. Por cierto, no hay que estigmatizar a ningún grupo y no se debe asignar solo a los mapuche la violencia.

Toda la vida he vivido aquí, en la Araucanía, y nunca vi que se hiciera una diferencia entre si se era o no se era mapuche. Nunca importó eso: teníamos profesoras mapuche o compañeras de curso mapuche y nosotros nos sentíamos igual que ellas. Fueron las malas políticas públicas las que echaron a perder eso, separando a los mapuche de los no mapuche… Ahora, por ejemplo, me molesta no poder votar para la Convención por algún integrante de un pueblo originario que me represente, por no estar yo inscrita en su padrón electoral. Lo encuentro injusto.

P.C.: Mi experiencia es la de sentir que durante décadas existió un racismo tan evidente que incluso nosotros mismos negábamos nuestra identidad. Por décadas, muchos migrantes mapuche del campo a la ciudad cambiaron sus apellidos para no ser estigmatizados. La toma de conciencia étnica y este proceso de recuperar la autoestima como mapuche es un fenómeno de las últimas tres décadas. Y nuestra generación, la de los mapuche que comenzamos a ir a la universidad, conectó con una fuerza mundial de reconocimiento de los pueblos originarios.

Yo siempre le preguntaba a mi madre por qué mi nombre era Pedro y no Lincoyan o Lautaro. Ni yo ni mis hermanas tenemos nombres mapuche. Ella me decía: “Bueno, ustedes la iban a tener difícil por ser Cayuqueo Millaqueo, no quisimos que les fuera más difícil aún con un nombre indígena”. Ella esperaba que al menos tuviéramos la posibilidad de que no nos molestaran por el nombre. Bueno, mi madre se equivocó rotundamente: ¡igual me hacían bullying cuando pasaban lista en la enseñanza básica!

A.T.: Ahora bien, quiero decir que yo también fui discriminada por ser más rubiecita. Los epítetos no me los sacaba nadie. Es decir, por todos lados, todos recibimos golpes. Pese a eso, tengo súper buenos amigos en todos los sectores.

P.C.: Quiero agregar que, cuando niño, me preguntaba por qué los mapuche éramos campesinos pobres, si teníamos vestimenta de ricos. Me refería a la platería de la mujer mapuche, a sus joyas y a nuestros bellos textiles. Era algo que llamaba mi atención: vivíamos de la agricultura de subsistencia, de la cosecha anual, de un animalito que podíamos tener, y sin embargo en los nguillatún las mujeres asistían vestidas con hermosas joyas de plata y los lonkos con majestuosos textiles. Luego comprendí que esa vestimenta tradicional era la herencia de un pasado diferente, vestigios de una sociedad muy rica, de mapuche ganaderos, de gente con muchas tierras.

Eso se terminó a raíz de algo que no se enseña en el sistema educativo chileno: nuestros bisabuelos y bisabuelas fueron despojados de su territorio por el Estado chileno para entregarlo a colonos nacionales y extranjeros traídos a una región de posguerra. La tierra es algo muy sentido por el pueblo mapuche y hay ahí una herencia de litigios y heridas que tienen cien años. Las nuevas generaciones de chilenos, colonos, descendientes de colonos y mapuche están atrapados en esa maraña de conflictos, algunos muy justificados, otros probablemente artificiales —a río revuelto, ganancia de pescadores— y otros asociados a delincuencia o bandidaje rural, que es otro fenómeno que también existe y desde antiguo en nuestros campos. En el desgobierno actual existe espacio para todo tipo de motivaciones.

El primer nudo es para mí el histórico y se desata contando lo que realmente sucedió con el pueblo mapuche. Esa verdad permite conocer y entender al otro. Yo, por ejemplo, no siento que los descendientes de colonos sean malas personas o usurpadores por naturaleza. Conozco sus historias, conozco también a muchos de ellos. Ese conocimiento me ha permitido saber y llegar a comprender. Pero ellos tienen que hacer el mismo ejercicio con nosotros. Tienen que educarse sobre nuestra historia, cultura e identidad para que en algún momento lleguen también a comprender de dónde viene este dolor mapuche.

Desatar ese nudo que tiene mucho de cultural es complejo. Requiere voluntad de conocer al otro y en eso tenemos un problema en la Araucanía, porque no hay un solo relato ni una sola historia que identifique a la región. Cada grupo tiene su propia interpretación de lo que aquí sucedió.

Coincido con María Angélica en cuanto a que la política profesional ha sido un desastre. Ha sido mezquina, centralista, indiferente al dolor de todos los habitantes de la Araucanía. Yo trabajo desde el mundo cultural, de las letras y de la pedagogía histórica. Por ello este nudo cultural me interesa mucho. Quisiera tender puentes de comunicación entre ambos mundos. Tenemos que encontrarnos y asumir el desafío de un destino común. Ello pasa por el encuentro y por construir juntos comunidad regional.

LA DEMANDA DE TIERRAS

J.F.Y.: En sus programas Uds. han planteado sus visiones respecto del tema de las tierras. Angélica, Ud. señala que, si el Estado expropia, debe pagar lo que corresponde a sus dueños. ¿Estarían de acuerdo en que el Estado compense por la vía económica?

A.T.: No es que yo crea que, si el Estado expropia, este problema se va a acabar. No lo pienso así. Las personas que viven en las tierras reclamadas lo están pasando mal, pues son personas cuyas vidas está en el trabajo de la tierra.

Para el tema de las tierras, hay que hacer un catastro: qué se reclama, qué se debe, qué gente tiene títulos de merced… y que haya claridad. Lo que hay que hacer es ver qué se puede abordar, hacer algo y después que se le ponga punto final. No puede ser que permanentemente se estén creando nuevas comunidades y solicitando tierras. No hay tierra en el mundo que satisfaga esa demanda.

Asimismo, hay que cambiar la Ley Indígena. Gente del mundo mapuche me ha dicho que no les interesa que les compensen con tierras, porque quieren vivir en la ciudad, tener buenas escuelas para sus hijos. Quieren salir adelante. O bien son profesionales y quieren otra vida y no quieren campo. Con esas personas no interesadas en tener tierras se puede ver alguna compensación económica —como ellas mismas han reconocido— y se pueden cerrar sus casos. Y avanzar a un punto final en esto. Se compensa o se entregan tierras y se pone punto final. Para esto se necesita una modificación de la ley.

Ahora bien, como región hemos fallado. Debiéramos habernos organizado e ido juntos a La Moneda y presionar para una solución. Tenemos que organizarnos empezar por lo que nos une, que es la Araucanía, porque aquí crecimos, acá están nuestras familias. Tenemos que avanzar juntos, pero tal vez nos falta conocernos mejor. Y debemos entendernos con quienes piensan políticamente distinto y buscar que el Estado solucione lo que corresponde acá en la región. Y que actúe pronto para no llegar a un punto en que nos enfrentemos en armas.

J.F.Y.: ¿Eso ya ha comenzado a ocurrir en algunas partes?

A.T.: En el campo siempre ha habido armas. Y siempre ha habido conflictos como el de un vecino que por alguna razón corre un cerco. Pero siempre el mejor arreglo es al que se llega conversando. Creo que tenemos que empezar a respetarnos como seres humanos y como personas… Una cosa más: yo me río cuando se habla de latifundio, porque acá no hay latifundio, o de cuando se habla de tomas pacíficas, porque ninguna toma es pacífica. Ingresar a la fuerza a una propiedad es una agresión.

P.C.: Años atrás propuse que agricultores y comunidades demandaran juntos al Estado. Efectivamente, hay un actor central que generó el problema y se está haciendo el leso. Esto no se resuelve a disparos, sino a través de la política. Y también con mejor educación para que existan menos prejuicios y discriminación.

Pensemos en las tierras. Angélica dice algo muy cierto: no se ha hecho ningún catastro de tierras ni de las demandas existentes. Tenemos además el peor mecanismo de restitución: una ventanilla abierta en Conadi para hacer reclamaciones y una lógica mercantil de oferta/demanda para la restitución, donde el Estado actúa como único comprador. Eso genera incentivos perversos, entre ellos un mercado de tierras donde particulares venden al Estado a cinco o seis veces el valor real de cada hectárea. Ese mecanismo es parte del problema. Quizás debiera formarse —como en Nueva Zelandia o Australia— una comisión de Estado que haga un estudio de la demanda territorial mapuche y que establezca la expropiación como mecanismo, ello con las debidas compensaciones fiscales a los afectados.

Si bien el pueblo mapuche hoy es mayoritariamente urbano, la tierra tiene un gran valor cultural, un valor simbólico, espiritual, de cosmovisión. Cuando un mapuche habla de la tierra no habla como lo haría cualquier agricultor chileno que busca allí cosechar cereales. Hay comunidades que reclaman la tierra no para producir para el mercado, lo hacen motivadas por razones todavía más trascendentales. Hay quienes tras recibir del Estado un fundo dejan descansar la tierra para así recuperar sitios de significancia cultural o para que renazca el bosque nativo. Es una mirada distinta que merece respeto. Los mapuche están absolutamente en libertad de hacer lo que les plazca con sus tierras.

A.T.: ¡Obvio!

EN LA CONVENCIÓN VAMOS A ESTAR

P.C.: Les contaré una anécdota. Años atrás fui invitado al fundo de un alto político en el lago Ranco, un lugar muy bonito. Y yo ingenuamente pregunté qué se producía en esas tierras. El dueño me dijo que nada, que era solo un lugar para el descanso familiar, un fundo de contemplación. Yo me quedé pensando en un titular de El Mercurio que dijera; “Campo de alto dignatario chileno está abandonado y no produce nada para el mercado”. Bueno, eso que aceptamos sin cuestionar al otro, aceptémoslo para todos.

Ahora bien, la tierra es finita y no es posible que haya una devolución de todo el territorio. Entonces, guste o no hay que establecer un tope y luego poner el acento en la conquista de otros derechos que trasciendan el territorial. Mi abuelo decía que no tener la tierra no era impedimento para gobernar el territorio. Es decir, se puede no tener toda la tierra, pero sí el poder político. Pienso lo mismo y de allí la necesidad de avanzar en temas como la participación política o el reconocimiento en la Constitución. Son temas que trascienden la demanda más sentida o más cotidiana, que es la tierra.

Ahí los mapuche tenemos que hacer una reflexión. Quizás abrirnos a un mecanismo de compensación que reemplace esta variable finita que es la tierra. Sin embargo, todos tenemos que llegar a esa mesa, a ese momento virtuoso en que estemos dispuestos a ceder un poquito en función de la paz y de un mejor vivir para todos. Creo que vamos caminando hacia allá. Lamentablemente la violencia ha tenido el protagonismo, aunque no podemos negar que esa violencia ha puesto el tema en la agenda política.

Por otro lado, la Araucanía tiene problemas que van más allá de lo referido a la conflictividad con el pueblo mapuche. La agricultura sureña ha sido abandonada por el Estado. Desde la dictadura en adelante, esta región fue pensada como un gran vivero forestal y tengo la impresión de que los agricultores chilenos no conviven muy felices con ese modelo de desarrollo. Ese es un problema que nos une, como también nos unen otros. Hay que plantear ante el Estado una posición común como habitantes de este territorio, que algunos llaman Araucanía y otros llamamos Wallmapu. Debemos dar con un emplazamiento común para soluciones de largo plazo.

Ahora bien, le digo a María Angélica y le digo a todos: esto no se va a resolver con represión policial ni con militares en los campos, ¡es apagar el fuego con bencina! Los conflictos se resuelven con política.

A.T.: Estoy de acuerdo. En esta conversación, estamos de acuerdo en muchas cosas. Es decir, si en la mesa nos sentáramos nosotros dos a hablar de estos temas, solucionaríamos estos problemas…

P.C.: En la Convención vamos a estar…

A.T.: Si, pues. Y, mira, si respecto a que cada uno pueda hacer lo que quiera con su tierra, estamos de acuerdo. Lo malo son las políticas que buscan imponer desde afuera. Acá cada uno puede hacer lo que quiere con su tierra. Hay que permitir que las personas se desarrollen en lo que quieran. Ahora bien, es cierto que necesitamos tierras para producir porque el alimento es cada vez más escaso. De hecho, hay quienes han recibido sus tierras y las arriendan a quienes producen con ellas. Es legítimo eso.

En relación con la compensación: tiene que haber un cambio en la ley indígena, porque si no, no se va a poder hacer. Además, debe haber más opciones que solo la tierra. Un tema importante es que el desarrollo de la región lo tenemos que ver aquí y para nosotros. No tiene que ser impuesto desde afuera.

Creo efectivamente que hay conflicto entre algunos agricultores y forestales. Es negativo que haya quienes digan que esta tierra que es de destino forestal se tiene que seguir plantando como forestal. Hay ahí también una ley que modificar. Hay muchos nudos que hay que ir desatando.

Respecto de la violencia: estoy de acuerdo en que no hay que militarizar. Pero ¿qué se le dice a la gente que es baleada todas las noches ahí, en Bajo Chihuaihue? ¿Qué les dices a esos adultos mayores que no pueden dormir porque las ráfagas van y vienen? A veces se dice que es militarizar solo la decisión de hacer controles. Eso no es militarizar. Para los incendios de hace algunos años meses, me acuerdo cómo los militares estuvieron presentes para controlar, pues había gente que andaba encendiendo fuego. Los militares están para resguardarnos a todos.

Te pido, Pedro, que nos pongamos en el mejor escenario de que en la Convención Constitucional llegamos a todos los acuerdos posibles. Pero, mientras, ¿qué le decimos a la gente que está viviendo con estos temores? ¡Y recordemos también que hay gente de origen mapuche que tampoco puede vivir tranquila y que se siente amenazada! ¿Qué solución damos hasta que estos temas se destraben? También hay que dar respuesta a esta gente ahora. Creo que hay personas que, de frentón, no quieren que esta región salga adelante.

P.C.: En la Convención vamos a tener el mandato de redactar una nueva Constitución. Sin embargo, el conflicto cotidiano que arrastramos en la Araucanía desde hace veinte años su resolución es resorte de las autoridades de gobierno, no de la Convención.

A.T.: Lo sé. Es que lo mencioné porque tú aludiste a la militarización de la zona. Yo planteo que se trata de darle un poco de paz a la gente que vive ahí, para su diario vivir.

P.C.: María Angélica, cuando hablamos de militarización estamos aludiendo a un concepto que no es tan equivocado porque la policía chilena es una policía militarizada: eso dice la propia Constitución de 1980. Y cuando hablamos de la intervención de las Fuerzas Armadas ahí estamos hablando de un escenario bélico. Altos oficiales en retiro de las FFAA han advertido que ese es un camino inconducente, pues las FFAA no están entrenadas para resguardar el orden público. El riesgo acá es que puedan verse involucradas, como se vieron en épocas anteriores de triste recuerdo para Chile, en graves violaciones a los derechos humanos.

Son las actuales autoridades de gobierno las mandatadas a tomar medidas para que el conflicto baje en intensidad. Posiblemente se trate de una mezcla de cosas, mayor resguardo policial en algunas zonas, pero también diálogo político y negociaciones, las que incluso pueden lograrse en conversaciones reservadas. La autoridad tiene el deber de explorar esos caminos más políticos, no puede simplemente decir “vamos a perseguir y enjuiciar”.

A.T.: Si uno habla con las víctimas, uno se da cuenta de que las víctimas únicamente piden mayor resguardo. Es cierto que la gente violenta no querrá resguardo porque así no podrá actuar de manera violenta. Es así. Por cierto, hay que hacer la distinción entre los mapuche y la gente violenta. También hay terrorismo y narcotráfico, y sabemos que eso se combate de manera diferente. Hay situaciones anómalas en algunos sitios y eso se debe tener muy claro.

Sé que en la Convención no vamos a dedicarnos a esto, específicamente, pero de todos modos hay que abordar este reto porque hay gente que ha hecho toda su vida en esa zona y ahora ya no puede vivir tranquila. Se trata de sectores donde no se puede transitar ni de noche ni de día. Están los casos de los camioneros que los balean, de don Pedro Cabrera que murió de un disparo, de gente trabajadora que es afectada. Está el robo de madera. Está la droga. El Estado ha fallado desde hace años en su obligación de otorgar seguridad.

En esta conversación franca que estamos teniendo, no nos podemos quedar solamente en el tema de la Convención, porque es posible que en tres meses más esto vaya empeorando, y que trágicamente en unos meses más esos adultos mayores ya no estén.

Mi experiencia como presidenta de la Multigremial fue súper enriquecedora, pero entre los grandes dolores que me quedan está el no haber podido ayudar a esta gente afectada. Se me rompe el alma, porque son seres humanos abandonados a su suerte. Hay personas que han dado todo por su región, personas humildes que criaron a sus hijos e hicieron su vida acá, y no los podemos dejar a su suerte en sectores donde se vive la violencia.

RECONOCIMIENTO Y PLURINACIONALIDAD

J.F.Y.: Parece que estamos de acuerdo en que la política ha fallado al no poder canalizar de buen modo los conflictos, y eso ha hecho que algunos hayan optado por la violencia. Una última pregunta se refiere a si pudieran comentar la idea de declarar en la Constitución el reconocimiento de los pueblos indígenas o la plurinacionalidad del Estado.

P.C.: En el caso de la nueva Constitución me parece que hay un acuerdo transversal en avanzar hacia el Estado Plurinacional. He estado en conversaciones hasta con candidatos de Chile Vamos que han despejado sus dudas y temores, apoyando la idea.

Lo plurinacional significa que el Estado reconoce a la nación chilena pero también a otras diez naciones originarias, una de ellas el pueblo mapuche. Ello debiera ir acompañado del reconocimiento a sus lenguas, a sus culturas, a sus modelos educativos y también a sus propias formas de gobierno. No estamos inventando la pólvora, pues eso existe en muchas partes del mundo: Canadá, Estados Unidos; incluso España es un Estado que reconoce otras minorías nacionales, como catalanes, vascos y gallegos. Es refundar el Estado desde una concepción de la identidad que abraza la diversidad, todo lo contrario al Estado-Nación que busca la uniformidad, la nación única e indivisible.

Para mí, se trata de un salto al futuro. Sueño con el día en que en la Plaza de la Constitución esté la bandera chilena y también las banderas de las naciones originarias, acompañándola. Ello daría cuenta de un Estado que reconoce su diversidad interna, permitiendo que florezcan las naciones originarias. Es beneficioso para todos. Recordemos que una de las pocas cosas que se reparten democráticamente en toda la especie humana son los talentos y la inteligencia, están en todas las culturas, territorios, clases sociales, etc.

Lo plurinacional no es un concepto que amenace al Estado chileno, es una idea que fortalece un pacto social inclusivo, democrático y diverso. Yo espero que María Angélica también abrace la plurinacionalidad como demanda, más aún cuando en Temuco la colonia suiza, alemana, italiana y francesa han celebrado por años la llamada “Fiesta de las Naciones”. María Angélica, como orgullosa descendiente de colonos extranjeros, debiera tener clarísimo que lo plurinacional no es ningún problema.

A.T.: Siempre he dicho “multicultural” porque confluyen aquí diferentes culturas. Siempre he dicho: “reconocimiento constitucional” y declararnos como una “nación multicultural”. Acá confluimos de diferentes partes y de diferentes culturas. Siempre lo he dicho.

Pertenezco al sector turismo y hemos mostrado con orgullo lo que somos como región. Este sector es, por así decirlo, generoso porque muestra toda la diversidad cultural de todos los habitantes de la región. Estamos conscientes de que nos enriquece esa multiculturalidad.

Ahora bien, creo que tenemos que tener esperanza de que seremos capaces de construir algo bueno para todos. Si notamos, las conversaciones que hemos tenido en diferentes momentos ahora último, entre los candidatos a la Convención, nos damos cuenta de que muchos buscamos el mismo camino. Hay pequeñas cosas que tenemos que limar, pero, si somos capaces de sentarnos, mirarnos a los ojos, estar con una mente abierta para construir para las generaciones futuras y trabajar en serio, lo vamos a lograr. Así que espero que la gente vaya a votar y nos dé la posibilidad de construir hacia adelante. De esa manera, como estamos hoy con Pedro sentados conversando, espero que las conversaciones sean así de gratas y abiertas, sin rencores, desde el afecto.

No sé si se dieron cuenta, pero en algún momento de esta conversación me saqué los lentes, pues hay cosas que me emocionan en estos temas. Ojalá eso se respete. Que cuando alguien se emocione, se le respete, se le apañe, se le quiera. Este es el momento de mirarnos como somos, de mirarnos por dentro. Si lo hacemos así, seremos capaces de construir. MSJ

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Fuente: Diálogo publicado en Revista Mensaje N° 698, mayo de 2021.

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