Las recientes cumbres en Europa han reflejado cómo el nuevo Presidente norteamericano busca volver a posicionar a su país en los grandes temas de la agenda mundial, como el cambio climático, los acuerdos tributarios, las tareas contra el Covid-19 y las tensas relaciones con China.
El fin del aislacionismo estadounidense quedó a plena vista en la reciente cumbre del G-7, 11 al 13 de junio, en Gran Bretaña. El presidente Joe Biden recurrió a la vasta caja de herramientas de la diplomacia de su país. La meta: recuperar terreno entre sus aliados tradicionales. En palabras de Biden: “América está de vuelta en la mesa”. Aunque no lo dijo en forma explícita, quedó sobreentendido que además tomaría la cabecera de la metafórica mesa.
En los tiempos que corren, fue imposible eludir al invitado de piedra que domina tantos debates: la pandemia del Covid-19. Un titular de la cumbre fue la donación de mil millones de vacunas para repartir a los países más necesitados. En rigor, no es una gran oferta, si se considera que son necesarios unos doce mil millones de dosis para que el grueso de las personas reciba las dos inyecciones requeridas. Conviene tener en cuenta también la convicción generalizada de que para neutralizar al virus es necesario que el grueso de la humanidad esté inmunizado. Como está en boga decir: nadie está seguro hasta que todos estén seguros.
La pandemia, en todo caso, ha mostrado tener un alto poder persuasivo. Durante muchos años, varios gobiernos europeos han tratado de aplicar mayores impuestos a empresas multinacionales. Hoy la elusión masiva está a la orden del día. Es algo que se aplica en especial a las grandes empresas, como Amazon, Facebook, Google y otras. Estas compañías no disponen de una gran infraestructura y a ellas les resulta relativamente fácil desplazarse de un país a otro sin importar dónde se encuentra su mercado consumidor, algo que les ha permitido una mayor libertad a la hora de definir dónde pagarán sus impuestos. Esto es un hecho que ha desencadenado una competencia entre países, como la República de Irlanda, Luxemburgo y otros, que exigen una tributación muy baja con relación a los beneficios. Así, megaempresas con ganancias de miles de millones dólares han radicado sus actividades en paraísos fiscales.
Algo de esto último cambió en una reunión, la semana anterior a esta cumbre, a la que concurrieron los ministros de hacienda de los siete países más poderosos de la esfera capitalista. Tras un debate en que algunos exigían un impuesto del 21 por ciento, terminaron por aplicar una tasa del 15 por ciento. Las mayores reservas provinieron de Estados Unidos, en donde tal medida todavía enfrentará un debate que se anticipa complejo en su Congreso. La aplicación de impuestos a nivel internacional exige una tasa pareja para evitar la actual competencia, que algunos califican como desleal, ya que ciertos países ofrecen tasas preferenciales. Lo que permitió la unanimidad, que fue inalcanzable durante años, es la pesadilla que aguarda a muchos Estados que han desembolsado fortunas en paquetes de ayuda para enormes porcentajes de población confinada. El horizonte del endeudamiento fiscal masivo abatió la oposición de algunos gobiernos contrarios a más intervencionismo estatal. Es un paso importante en la gobernanza financiera internacional.
CAMBIO CLIMÁTICO Y ENERGÍA
A nivel de los gobernantes fue abordado el urgente tema del cambio climático. Como ya es habitual, se habló de adoptar drásticas medidas para impedir que la temperatura global rebase los 1,5 grados. Con ello en mente, propusieron trabajar para reducir las emisiones de CO2 en 50 por ciento para el 2030. Pero, a la hora de cuantificar los compromisos, prefirieron mantenerse en el campo de las declaraciones de intenciones. El comunicado final llama a salvar al mundo de una inminente catástrofe climática.
Un paso concreto fue, en todo caso, el acuerdo de los miembros del G-7 de detener toda inversión en nuevas centrales termoeléctricas carboneras. Pero no fijaron una fecha para el adiós al carbón y otras energías fósiles en la generación eléctrica. Biden aprovechó para criticar a su predecesor, señalando: “Tuvimos un presidente, el último, que dijo que el calentamiento global no era un problema… Es el problema existencial que enfrenta la humanidad”. Pero no se fijó monto ni fecha para la reducción de emisiones.
A lo largo de su campaña presidencial, Biden criticó la política unilateralista del presidente Donald Trump. Consciente de la pérdida relativa del poder hegemónico de Estados Unidos, abogó por una vuelta al enfoque multilateral, reforzando en especial las antiguas alianzas con Europa. Washington no ha hecho un pronunciamiento formal, pero una serie de gestos apuntan a que la relación transatlántica descansa, en forma creciente, sobre el eje Washington-Berlín. Una de las señales de Biden a Angela Merkel es el levantamiento de sanciones, por parte de Washington, a las empresas que construyen el estratégico gasoducto Nord Stream 2, que transportará gas ruso para Alemania sin pasar por Ucrania. No faltan los analistas que leen la medida como una concesión para una Alemania urgida por recursos energéticos en momentos en que abandona la energía nuclear y reduce su consumo de carbón. Tanto en Londres como en París observan el acercamiento entre Washington y Berlín con cierto nerviosismo, pues los relega a una posición de menor protagonismo. Alemania se perfila, para muchos efectos prácticos, como el reemplazo de Londres como el primer interlocutor en el seno de la Unión Europea.
CON CHINA EN LA MIRA
La competencia económica y política entre los grandes poderes suele presentarse encubierta tras principios superiores. En concreto, Biden llamó a la unidad de sus aliados para no ceder la supremacía a las “autocracias”, con lo cual aludía a Rusia y China. A principios del milenio, las preocupaciones geoestratégicas apuntaban al Medio Oriente, donde las fricciones entre las mayores potencias fueron recurrentes. Ahora las tensiones se han desplazado al Extremo Oriente. Washington busca impedir que cristalice una alianza estratégica entre Rusia y China. El acercamiento entre Moscú y Beijing se ha plasmado en ejercicios militares conjuntos, así como en una creciente cooperación en el campo espacial.
En su último comunicado, el G-7 señala: “Reiteramos nuestro interés en unas relaciones estables y predecibles con Rusia»… «Reafirmamos nuestro llamamiento a Rusia para que detenga su comportamiento desestabilizador, incluida la injerencia en los sistemas democráticos de otros países, y cumpla con sus obligaciones y compromisos internacionales en materia de derechos humanos”. Pese a lo anterior, Biden anticipó que Estados Unidos y Rusia crearán un grupo bilateral para mantener un “Diálogo de Estabilidad Estratégica”. Su tarea será el control de armamentos y medidas de reducción de riesgos bélicos. Frente a China y la competencia en la economía global, el G7 prometió responder a “las políticas y prácticas no comerciales que socavan el funcionamiento justo y transparente de la economía global. En el contexto de nuestras respectivas responsabilidades en el sistema multilateral, cooperaremos abordando el cambio climático y la pérdida de biodiversidad en el contexto de la COP26 y otras discusiones multilaterales. Al mismo tiempo, promoveremos nuestros valores, pidiendo a China que respete los derechos humanos y las libertades fundamentales”.
EL BRAZO MILITAR
Aprovechando la presencia de los mandatarios del G-7, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) realizó una reunión cumbre en su sede en Bruselas. Allí, el 14 de junio, los treinta países miembros, liderados por Estados Unidos, escudriñaron el horizonte para determinar las amenazas que enfrenta la más poderosa alianza militar de la historia, fundada en 1949 en el marco de la emergente Guerra Fría, para encarar a sus pares orientales liderados por la Unión Soviética en el ahora extinto Pacto de Varsovia. Entonces, un general inglés, con típico cinismo, explicó que la misión de la OTAN era: “Mantener a los americanos en Europa, a los rusos fuera de ella y a los alemanes, pequeños”. Desde entonces la OTAN ha vivido un cambio radical en sus objetivos. El principio rector de la alianza es la seguridad colectiva o, en palabras de los Tres Mosqueteros: “Uno para todos y todos para uno”, lo que significa que el ataque contra uno de los países miembros equivale a un ataque contra todos los estados que la conforman. La OTAN dio un paso decisivo en 1999 cuando de una estructura defensiva tomó la iniciativa unilateral, sin aprobación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y desencadenó una ofensiva militar contra Belgrado para proteger lo que consideró la población amenazada de Kosovo. En julio de 2006 amplió su radio de acción en forma drástica con el envío de tropas a Afganistán.
Ahora su radio de acción parece no tener límites. China, a pedido de Estados Unidos, ha comenzado a figurar en el radar de la OTAN. El comunicado final del encuentro puntualiza: “Las ambiciones declaradas de China y su comportamiento asertivo presentan un desafío sistémico al orden internacional basado en reglas en áreas relevantes para la seguridad de la alianza”. Jens Stoltenberg, el secretario general de OTAN, declaró, por su parte, que “China se acerca a nosotros. Lo vemos en el ciberespacio, vemos a China en África, pero también vemos a China invirtiendo fuertemente en nuestra propia infraestructura crítica”, en alusión a puertos y redes de telecomunicaciones. Stoltenberg precisó: «No entramos en una nueva Guerra Fría y China no es nuestro adversario ni nuestro enemigo, pero debemos abordar como alianza los retos que supone China para nuestra seguridad». En una rueda de prensa apuntó a la inquietud causada por el comportamiento de Beijing en el mar de China Meridional, su manera de castigar las manifestaciones democráticas en Hong Kong o perseguir a minorías, y el uso de nuevas tecnologías, como redes sociales o el reconocimiento facial, para «controlar y vigilar» a su propia población «de manera nunca antes vista».
La relación económica con China, en todo caso, es clave para muchos países miembros de la OTAN, comenzando por Alemania. Como es habitual, la canciller Angela Merkel marcó distancias y llamó a mantener una posición equilibrada frente a Beijing. Otro tanto hizo el presidente francés Emmanuel Macron, quien llamó a la OTAN a no desviarse de su “misión esencial” y deteriorar la relación con China. Macron señaló que, si bien existen rivalidades con China, esta es también un socio indispensable para resolver grandes problemas actuales, como el climático.
En lo que toca a China, la reacción fue rápida. Beijing denunció que la OTAN calumniaba su desarrollo pacífico y se impulsaba “la teoría de la amenaza china”. La embajada china ante la Unión Europea acusó “una mentalidad de guerra fría que busca enfrentamientos artificiales”. La nota precisó que “China no presentará ‘desafíos sistémicos’ para nadie, pero no permaneceremos sentados y pasivos si ‘desafíos sistémicos’ se acercan a nosotros”. En Londres la embajada china declaró que “los días en que las decisiones globales eran dictadas por un pequeño grupo de países pasaron hace tiempo”.
En todo caso, como en los tiempos del enfrentamiento entre Moscú y Washington, la pugna entre China y Estados Unidos se proyecta a todos los planos. Y, en esa medida, puede dejar algunos beneficios para terceros países. Biden señaló la intención de su gobierno de lanzar una iniciativa para el período post Covid-19 denominada Build Back Better World, que es expresada a través de la fórmula B3W. El plan consistiría en inversiones para ayudar al desarrollo de los países más rezagados. En lo hechos, aparece como una respuesta directa a la Belt and Road Initiative (BRI) de China, que ha fomentado la construcción de vías férreas, puertos y carreras en las regiones de interés para el comercio chino.
En la esfera de la narrativa, Washington busca presentar la confrontación, por el liderazgo mundial, como la vieja pugna entre las democracias y las ahora llamadas autocracias. Pero, a la hora de definir los campos, los diversos países buscarán quién les otorga mayores beneficios. Cada uno determinará hasta qué punto China o Estados Unidos son un socio, un competidor o una amenaza para sus intereses. MSJ
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Fuente: Comentario Internacional publicado en Revista Mensaje N° 700, julio de 2021.