Revista Mensaje N° 707. Alberto Larraín: «Salud mental, la principal crisis de salud en Chile»

El psiquiatra advierte que los chilenos llevan décadas acumulando episodios dolorosos, sin que haya habido alguna vez algún proceso de reparación mental: “La Convención podría transformarse en el primer proceso de reparación”.

Pese a que cuarenta y cuatro mil personas han muerto por Covid-19 en los últimos meses, ninguna autoridad ha levantado la voz para advertir de la necesidad de planes de acompañamiento a quienes han sufrido esas pérdidas: ese solo antecedente da cuenta, a juicio del psiquiatra Alberto Larraín, de la insuficiente preocupación que existe acerca del estado de la salud mental en Chiles. Según recalca, desde el año 2008 las licencias médicas por razones de salud mental son las más frecuentes, muy por sobre las demás. Y mientras el presupuesto ministerial en esa área es de apenas la mitad de lo que porcentualmente aconseja la Organización Mundial de la Salud, surgen nuevos estudios sobre esa variable en nuestro país. Algunos de ellos indican que uno de cada cuatro chilenos presenta problemas o sospechas de salud mental, a la vez que cerca de la mitad reconoce que su estado de ánimo es peor que antes de la pandemia (1).

El psiquiatra Alberto Larraín es uno de los profesionales que con frecuencia expresa en medios de comunicación y foros públicos sus inquietudes al respecto, entre las cuales está también la escasa formación de los chilenos sobre estas materias.

—Distintos factores explican el mal estado de la salud mental de nuestra sociedad. Incide la epidemia de coronavirus, vivida tras el estallido social y durante procesos complejos, como la Convención constitucional y una secuencia de elecciones. Desde las instituciones especializadas de la ONU se subraya que el análisis debe hacerse tanto desde lo colectivo —allí se dan variables que contribuyan a enfermedades mentales— y desde los procesos individuales. En Chile, lamentablemente tenemos una dinámica individualista que afecta a la salud mental. Por ejemplo, para enfrentar la pandemia ha habido un discurso fragmentado y ante cada esfuerzo unificador de los criterios, han surgido voces disidentes, mientras las restricciones a las libertades han sido inequitativas, aumentando la incertidumbre, la soledad y el individualismo en la responsabilidad personal.

—Su diagnóstico es, entonces, que el individualismo predominante está a la base de esta situación.

Es difícil decir si es primero el huevo o la gallina, pero se sabe que países con mayores niveles de inequidad tienen mayores tasas de enfermedades mentales. En la medida en que la cohesión social disminuye, empeoran enfermedades mentales. Recordemos que la salud mental está vinculada con el bienestar que hoy tengo y que me permite desarrollar un proyecto de vida, de manera que son elementos perjudiciales tanto la incertidumbre como la falta de un proyecto colectivo.

—¿En qué sentido es su evaluación de que hay aquí una consecuencia de muchas décadas acumulando daños?

La crisis de la salud mental es la principal crisis de la salud en Chile. Es algo profundamente arraigado. Desde la época colonial en nuestro país no ha habido un proceso de reparación mental. Se registraron la crisis de 1891, la colonización indígena, la revolución de 1891, la dictadura desde 1973, terremotos y desastres naturales, y los chilenos han debido seguir adelante sin la posibilidad de reconocer el dolor que dejan detrás. Hoy, los discursos en la fase actual de la Convención Constitucional están marcados por la expresión de la segregación, la estigmatización o la exclusión registradas hacia ciertos sectores durante décadas. Por eso podría llegar a pasar que la Convención Constituyente, si recoge y sintoniza con esos dolores, finalmente podría transformarse en el primer proceso de reparación que el país tenga.

—¿Considera que ha habido una mayor conciencia a nivel de autoridades acerca de la preeminencia que debiera tener este tema?

Hoy más que nunca ha estado instalado. Los candidatos lo incorporaron a sus programas. El Presidente —entonces, electo— en su saludo de Navidad aludió al tema. Sin embargo, efectivamente no ha existido consistencia en la política pública.

Se trata de un reto que no ha tenido suficiente visibilidad y se considera que las acciones en torno a él no tienen resultados prontos, y que son resultados intangibles. Esto está mal, porque esas acciones determinan la mantención de una buena calidad de vida. En contraste, se priorizan tareas que arrojan consecuencias más fácilmente observables a corto plazo. El Ministerio de Salud chileno usualmente tiene solo entre 2,1% y 2,8% de su presupuesto destinado al área de la salud mental. La recomendación de la OMS considera que debe ser del 6% para que opere mínimamente.

CARENCIA DE UNA MIRADA INTEGRAL

—En Chile el sistema está reventado. Existen trabajadores sociales y psicólogos en número razonable. Sin embargo, ellos están mayormente en el sector privado, en el que hay 16 profesionales de este ámbito por cada mil personas: en el sector público, en cambio, hay 5 por cada mil. En el fondo, lo que falta es una mirada integral para preguntarse qué hacemos con los enfermos y también qué es lo que está haciendo que se enfermen los chilenos.

—¿Cómo entregar más herramientas a la población?

Hemos transmitido hasta el cansancio que se necesita una campaña comunicacional en salud mental, en virtud de que la pandemia ha generado trastornos, como insomnio, ansiedad, depresión, etc. Se trata de educar e inculcar pequeños cambios. No hemos enseñado educación emocional en los colegios. La gente no sabe cómo conducir sus frustraciones. No sabe expresar ideas. Ni conoce sus emociones. Confunde la rabia con el dolor o la frustración y entonces demora mucho tiempo en entender lo que le pasa. Este es un país en el que se no se entiende que importa que la gente se conozca a sí misma y a sus emociones, y que las dimensiones que permiten la cercanía al otro necesitan trabajo y desarrollo.

—Puede pensarse que hay ahí un aprendizaje instintivo.

Erich Fromm en El arte de amar señala con claridad cómo el amar es una práctica. No es una emoción que emerge de la nada. Se la tiene que trabajar, conocer y perfeccionar. Por eso es un arte. Y requiere esfuerzo esto de amar a un semejante, lograr una relación de pareja, amar a los hijos o a mis padres de manera sana. No se aprende de manera instintiva.

LA DESCONFIANZA Y LA ESPERANZA

—Esta alta incidencia de enfermedades mentales se verifican simultáneamente a estudios que coinciden en señalar que en nuestro país predomina la desconfianza.

La desconfianza es un sentimiento legítimo cuando tienes experiencia de un daño permanente en tu vida. Cuando veo, por ejemplo, que hay colusión en los fármacos, en el pollo o en el gas, y eso no genera grandes repercusiones, es natural que surja desconfianza. Observo la comunidad de la ciudad de Lota, que es desconfiada porque lleva historia de doscientos años de maltrato y sacrificio. Cuando se cerró la mina, no se implementó la reconversión prometida. Y hoy tiene altos niveles de cesantía, campamentos y abandono. Quiero decir, que la desconfianza es instalada, producto del daño recibido en la vida. Por eso podemos decir que en este país, donde hay inequidad, hay desconfianza.

—La polarización que se observa en los discursos en la política, ¿qué representa en este ámbito?

El plano político tiene una consonancia respecto de las emociones. Un libro hermoso de Antonio Damasio, El extraño orden de las cosas, muestra cómo lo que ha hecho surgir los grandes momentos histórico son las ideas. En la Revolución francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Sin embargo, lo que en realidad moviliza es la rabia de un pueblo ante la injusticia, y de allí surgen los liderazgos. Lo que tenemos hoy en Chile es un nivel de enfermedad mental tan estructural, que es indisociable del tipo de sociedad que hemos construido. Es indisociable del tipo de liderazgo que hemos tenido. Hoy es el presidente Gabriel Boric quien mejor ha sabido leer esa rabia, transformándola en esperanza.

—¿Cómo ve la evolución de esto?

Bueno, en el estallido social se manifestó la rabia. Esta fue compartida, pues la gente se dio cuenta de que lo que vive no solo le pasa a ella. Tuve pacientes que comenzaron a mejorar de sus depresiones con el estallido. Observaron que no eran solo ellos lo que sufrían. Comenzaron a ir a marchas o a conversar con otra gente, a lidiar con su malestar. Así surgió un liderazgo que genera un puente para una solución, que en este caso es la Convención. Es de ese modo que surgió una campaña electoral que finalmente triunfó, llena de esperanza y alegría. La esperanza es una sensación del presente sobre algo que va a nacer en el futuro. Como dice Erich Fromm: la esperanza es un sentimiento que cuando muere, básicamente enferma a una sociedad. Me abre a la idea de que algo puede pasar con mi vida y que yo puedo ser un actor transformador de lo que está pasando.

—Pero esta es una esperanza para una parte del país, pues este es un país polarizado.

Lo negativo que ocurrió en la última elección fue la polarización del país. Tenemos una sensación de esperanza para un sector de la población. Hay otro sector, en cambio, que está con mucha angustia. Me han tocado pacientes, de hecho, casi con crisis de pánico a raíz del devenir político: angustia por la inestabilidad o por lo que pudiera ocurrir con lo económico. Lo que hay que lograr entender es que hay emociones colectivas, que instalan un ritmo y una percepción social. Nuestra pregunta es si nosotros, como comunidad, somos capaces de favorecer una emoción colectiva, o no.

Por otra parte, la opción por lo comunitario es central en la fe. Es importante vivir una fe comunitaria, colectiva, que no es lo mismo que vivir una fe individual. Lamentablemente, es algo que como país no hemos vivido suficientemente. Somos un país en el que nos cuesta compartir lo que estamos viviendo. Hay estudios sobre la construcción social del individuo en Chile y sobre cómo, en vez de tener una conexión emocional importante y de verbalización, es todo lo contrario: tendemos más bien a la introspección, a callar lo que nos pasa, a aguantar lo que vivimos. Por eso, cuando algo revienta, lo hace de manera fuerte, como ocurrió con el estallido social.

ACOGER Y RECIBIR AL OTRO

—¿Qué echa de menos en cuanto a mensajes que debiera estar recibiendo hoy la sociedad en este ámbito?

Echo de menos un discurso que logre validar y reconocer las diferencias de cómo cada uno estamos viviendo momentos distintos. Quien ha vivido el fallecimiento de un familiar por la pandemia no está igual a quien ha estado con su familia en buen estado de salud. Quien vivió mucho tiempo encerrado, con algún hacinamiento, está más complicado que quien vivió esto en condiciones de mayor comodidad. Los psiquiatras observamos permanentemente situaciones de ninguneo hacia lo que el otro siente. En Chile, nos falta un mayor esfuerzo por acoger y recibir al otro y lo que siente, sin cuestionar lo que él internamente vive. Es decir, la tarea de cada uno es escuchar y acoger y recibir y ver, en conjunto, qué hacemos, pero nunca decir no puedes sentir eso, te has equivocado. Falta un discurso empático.

—En síntesis, cuando Ud. vincula el estado de la salud mental con el concepto de la esperanza, ¿está mirando los procesos sociales como procesos que favorecen un efecto terapéutico?

Sí, pero la esperanza tiene una dimensión individual. La depresión no es la enfermedad de la pena. Es la enfermedad de la desesperanza. Lo que gatilla el suicidio no es la pena, es una condición en la que se ve que la vida no va a cambiar nunca y, dado que no va a cambiar nunca, o que nunca se va a dejar de sufrir, se observa que la muerte es la mejor salida. Lo que debemos hacer con esa persona es re-esperanzarla… Hay un fenómeno social, pero este tiene repercusión concreta en la vida de las personas. En una encuesta mundial se señala que Chile es el segundo país que más ha empeorado su salud mental, pero el anterior ministro de Salud declaró que lo que ocurría era que nuestros indicadores son más genuinos en decir lo que ocurre y que por eso aparecía ese posicionamiento… No, pues. Eso es como decirle al resto es mentira que ustedes estén desesperanzados, no hay dificultad en lo que ustedes están sintiendo. Ese es un discurso que genera desesperanza, porque la esperanza surge de saber que el otro me ve y entiende mi dolor. Por eso digo que la esperanza está en un presente que está abierto al futuro, a algo que puede estar naciendo, y que requiere relación con el otro. Es una emoción colectiva, es decir, es de las pocas emociones que yo no me puedo “autogenerar”, pues siempre nace en el otro. En términos de fe, esto podría ser el Evangelio, donde la figura de Jesús simboliza la esperanza al irrumpir en la historia y cambiar todo. Es un acto de cariño, es un acto de compromiso.

—Esto dice relación con el modelo de sociedad.

El país ha fallado al creer que el modelo centrado en el éxito y el crecimiento económico es lo que va a generar bienestar. Nuestra población tiene un anhelo de un bienestar que no está dado por algún bien material, el que puede llenar el vacío existencial que puede tener. Pero el consumo ofrece solo una felicidad transitoria. Eso explica además por qué es posible ver que en determinados territorios donde hay inversiones del Estado, la gente no está feliz. Siente que le están dando algo, pero que no hay cariño detrás, no hay una preocupación genuina. Simplemente definieron construirle algo, sin escucharla, sin hacerla participar. Como vicepresidente de Iglesias de Chiloé, he visto cómo una inversión de $18 mil millones se hizo sin preguntar a quienes vivían en esas localidades. Y la gente entonces dice “nadie nos preguntó”, “no tenemos alcantarillado y sin embargo acá han gastado $1.500 millones sin preguntarnos nuestra preferencia”, “nadie nos ha informado del proceso”… No es un problema de dinero, sino que de humanidad y de validación del otro como un legítimo otro, que me habla, que me interpela y que me ofrece dignidad en cada uno de mis actos. Eso es lo que genera esperanza y bienestar emocional. Una cosa son las enfermedades y otra cosa es preguntarnos qué es lo que hace que los chilenos tengan tan malos indicadores de salud mental. Por algo, está aumentando el consumo de drogas, que no se relaciona con que los jóvenes quieran consumir por consumir, sino porque tienen un dolor en su vida. Tienen un vacío y muchas veces tienen razones legítimas para tener ese vacío. MSJ

(1) Ver, por ejemplo, “Termómetro de la Salud mental en Chile”, PUC y ACHS, abril de 2021.

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Fuente: Entrevista publicada en Revista Mensaje N° 707, marzo-abril de 2022.

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