Revista Mensaje N° 707. «Semana Santa: Entrar a los sepulcros (San Lucas 24, 1–12)»

La resurrección es un acontecimiento que opera, precisamente, en medio de los sepulcros de nuestra existencia: es allí, en los lugares de muerte, donde despunta la Vida que renueva la vida.

En los días de Semana Santa, la liturgia de la Iglesia nos invita a contemplar los misterios de la pasión y muerte de Jesús, no por una cuestión de gozo con el dolor ajeno, sino porque a los creyentes nos anima el convencimiento profundo —la fe— de que es en aquella situación de total desvalimiento y sufrimiento humano del Hijo cuando Dios Padre opera su resurrección.

De la misma manera, nos habita la esperanza de que Dios se manifieste victorioso en esos “lugares” donde parece reinar la muerte —en medio de nuestros sepulcros— pues, por pura gracia y un poco misteriosamente, es allí donde se suscita y comienza a despuntar la Vida que, a su vez, genera nueva vida para nosotros y los que nos rodean.

Hace ya poco más de dos años que hemos estado sufriendo una pandemia, con todas las consecuencias —sanitarias, económicas, laborales, sociales— que de ella se han derivado. El costo de tener que enfrentarla —y sufrirla— ha sido grande. Hasta la fecha, al menos en nuestro país, solo el número de fallecidos por COVID —oficialmente reconocidos— bordea las 50.000 personas. Ha habido muchos duelos que soportar y vivir. Qué duda cabe de ello.

A lo anterior, se han ido sumando algunos otros elementos de contexto que dificultan y obstaculizan la vida de tantas personas, llevándolas a situaciones límite, cuando no de muerte, como lo ha hecho la misma pandemia: desplazamientos forzados y, estas últimas semanas, la invasión a Ucrania por parte de Rusia; se trata, en último término, de situaciones que amenazan la vida, la paz y la subsistencia de los más empobrecidos.

Así, el escenario que hemos debido de contemplar estos dos años nos ha puesto de frente al sufrimiento de tantas personas y, asimismo, a los sepulcros que alberga la muerte de la que hemos sido testigos. Es en este contexto —colectivo y personal, a la vez— en el que nos disponemos a celebrar una nueva Semana Santa.

Aunque parezca obvio decirlo, la resurrección es un acontecimiento que opera, precisamente, en medio de los sepulcros de nuestra existencia (1). Es allí, en los lugares de muerte en los que despunta la Vida que renueva la vida, porque ella —la resurrección—, a la larga, no puede quedar confinada al sepulcro porque la vida por Dios ofrecida es más fuerte que la muerte.

Pero, si somos honestos, a ninguno de nosotros se nos hace fácil acercarnos a los sepulcros de nuestra existencia. Hace falta una buena cuota de valor para mirar de frente esos lugares, como hicieron las mujeres del relato que, al encontrar la piedra del sepulcro removida, entraron en este (2). Con todo, por mucho arrojo que se tenga, uno quisiera “dulcificar” un poco esa cuota de pasión, de modo de hacer más llevadero el dolor. De allí que las mujeres del relato hayan ido al sepulcro “con los perfumes que habían preparado” (3).

Lo que es claro es que, quien no se atreve a entrar en sus sepulcros, difícilmente va a experimentar la resurrección que nos ofrece Dios. De allí que valdría la pena comenzar ese camino preguntándose cuáles son estos y, sobre todo, aproximarse a ellos con sumo respeto y reverencia.

SIGNOS QUE AFIRMAN LA RESURRECCIÓN

Sin embargo, resulta que cuando uno toma fuerzas y decide enfrentarse a esos lugares de pasión y muerte que nos habitan, medio misteriosamente y como les sucedió a las mujeres, uno se encuentra con que la piedra del sepulcro ha sido removida (4). Se trata de signos, a veces de pequeños gestos que no demuestran la resurrección pero que, en cierto sentido, la afirman. Y es que, de a ratos, por pura gracia, aquellas situaciones, relaciones y responsabilidades de nuestra vida que se nos hacen “cuesta arriba” o que, derechamente, se nos plantean como “sin salida”, comienzan a tener algún sentido y es posibles sobrellevarlas con más holgura y hasta con relativa paz.

Las mujeres del relato, al entrar en el sepulcro, esperaban encontrar un cadáver, pero, desconcertadas, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús (5).

Como a ellas, nos hará falta entrar en los sepulcros de nuestra existencia para confesar la fe en la resurrección de Jesús, que también es la nuestra. La Vigilia Pascual se hace eco de esa confesión cuando en la “liturgia de bendición del fuego” afirmamos que Jesús es Señor de la historia, porque “a él pertenecen el tiempo y la eternidad” (6).

Pero, además, en el evangelio hay un segundo dato de fe a través del cual se afirma la resurrección. Y es que el sepulcro, aunque vacío, estaba habitado por una presencia luminosa portadora de un mensaje esperanzador: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?” (7). Jesús está vivo, toda vez que sus palabras y sus gestos continúan informando nuestra existencia. “Ya no soy yo el que vive, sino que es Cristo el que vive en mí”, dirá San Pablo (8). El relato dice que las mujeres “recordaron sus palabras” (9), las de Jesús, pero ya no se trata de la simple evocación de un suceso sino de la transformación de la propia existencia que, ahora, es vivida como resucitada, es decir, que ha hecho suyas las palabras y las maneras del Señor.

GENERAR VIDA

Nosotros también estamos invitados a ello, toda vez que nos sentimos movilizados a generar Vida en torno nuestro, más allá de las resistencias o de las razones en contra que nos demos para ello. De hecho, las mismas mujeres del relato evangélico volvieron donde los discípulos a contar la buena nueva a sabiendas que, en una cultura patriarcal como la suya, con dificultad les iban a dar crédito. En efecto, los Once tomaron el relato de las mujeres por una fantasía y no les creyeron (10). Con todo, ellas lo hicieron porque era lo que habría hecho Jesús si él hubiese estado en su lugar.

Así, la fe en ciernes de aquellas mujeres les ha llevado a dar un vuelco: ya no se trata de seguir a Jesús y servirle “materialmente” con sus bienes, sino de hacerlo a través de una vida que transparenta los gestos y las palabras del Señor.

Tú, a raíz de la pandemia y de los otros datos de nuestro contexto actual, ¿a qué te has sentido invitado-movilizado este último tiempo por el Señor?

UN PROCESO PERSONAL

El relato de la resurrección de Jesús al que se alude al comienzo, termina como comenzó: con la insinuación de un nuevo proceso de fe en la resurrección que comienza a gestarse, esta vez ya no en un grupo de mujeres, sino en la persona misma del apóstol Pedro (11). Y es que la fe en la resurrección es un proceso “personalísimo”, que nos remite a la propia biografía y, por lo mismo, a los sepulcros que a cada uno le habitan; también, a los pequeños o grandes gestos e insinuaciones de Dios que nos hablan de que allí donde nosotros veíamos muerte ha comenzado a despuntar la Vida que renueva la vida y que nos moviliza en esa dirección. MSJ

(1) Cfr Lucas 24, 1-12
(2) Cfr Lucas 24, 2-3ª
(3) Cfr Lucas 24, 1
(4) Cfr Lucas 24, 2
(5) Cfr Lucas 24, 3-4ª
(6) Cfr Liturgia de bendición del fuego, en la Vigilia Pascual
(7) Cfr Lucas 24, 5b
(8) Cfr Gálatas 2, 20
(9) Cfr Lucas 24, 8
(10) Cfr Lucas 24, 9-11
(11) Cfr Lucas 24, 12

_________________________
Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N° 707, marzo-abril de 2022.

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