Revista Mensaje N° 707. «Semana Santa: Tiempo de releer nuestra vida y nuestra fe»

Jesús cambió el sentido de lo sagrado y nos entregó un mensaje humanizante, una invitación a que construyamos la fraternidad y la justicia, a que le demos un sentido trascendente a todo lo que hacemos aquí en la tierra.

En todas las dimensiones de la vida humana, con el tiempo se van introduciendo ideas y costumbres que acaban imponiéndose, como si fuesen lo normal. Los momentos de crisis son una oportunidad para revisar esa situación. En el tiempo turbulento que vivimos, la Semana Santa nos ofrece la oportunidad de releer nuestra vida y nuestra fe, de revisar nuestra visión de lo sagrado y del mismo cristianismo para ser más fieles a lo que nos enseñó nuestro Maestro.

En Semana Santa rememoramos la muerte de Jesús en la Cruz. Esa muerte que pareció el fracaso absoluto de su vida fue, sin embargo, el inicio de la victoria final definitiva de donde nació la Iglesia. Ella cambió radicalmente el sentido de lo sagrado y de la religión.

La religión, bajo diversas formas, es uno de los aspectos de la vida humana que ha estado presente en todos los momentos de la historia. Desde sus orígenes, los seres humanos aceptaron la existencia de una dimensión sagrada, trascendente y una dimensión profana. La relación entre ambas ha sido importante en la configuración de la historia. Hombres y mujeres se han sentido atraídos por lo divino, que ha sido para ellos un misterio fascinante, necesario para su vida, pero también lejano, intocable y temible. Roger Caillois, en su libro Lo sagrado y lo profano (1), describe y analiza la relación entre estas dimensiones; muestra sus distancias y cercanías.

Los seres humanos han ofrecido sacrificios, y han hecho penitencias y peregrinaciones para alcanzar el favor de la divinidad. Por respeto y temor a esa divinidad se han establecido distancias, creado tabúes intocables, sacralizado objetos y lugares. Normalmente en las religiones hay mediadores que evitan el contacto directo entre lo sagrado y lo profano. Son los sacerdotes que ofrecen los sacrificios y custodian los lugares santos.

JESÚS SACÓ A DIOS DEL ENCIERRO DEL TEMPLO

El mensaje de Jesús de Nazaret es, sin duda, uno de los cambios más profundos que ha experimentado la humanidad en la concepción de lo sagrado y en el modo de relacionarse del ser humano con la divinidad.

En la visión de Jesús se invierte radicalmente la mirada. No es tanto el hombre quien va hacia Dios, sino que es Dios quien viene a nosotros enviando a su Hijo para que se identifique con los seres humanos asumiendo todas sus debilidades. Dios es presentado como un Padre cercano, en arameo Aba (Papá). El Hijo se hace hombre, tomando la condición de siervo para identificarse con los últimos hasta la misma muerte. En Jesús lo sagrado se hace humildad, servicio, amor, cercanía, humanidad. En él nos hacemos hijos de Dios y, por lo tanto, hermanos. Desaparece la diferencia entre el hombre y la mujer, entre el esclavo y el libre, entre el pagano y el judío (2).

Cristo empleó gran parte de su corta vida pública tratando de enseñar a sus discípulos cuál era su camino y su misión redentora. Convivió con ellos y quiso que vieran cómo amaba a los pobres, a los pecadores, a los despreciados; cómo respetaba a las mujeres, cómo se contactaba con su Padre Dios. Cuando ellos reconocieron que era el Mesías, empezó a explicarles que su camino llegaba hasta la cruz: que iba a entregar su vida por los demás, que iba a padecer mucho y los invitó a que lo siguieran (3). Poco a poco, Jesús fue insistiendo: los evangelios dicen que fue “subiendo a Jerusalén”, es decir, caminó a su muerte. Aunque en el camino les mostró su gloria en el monte Tabor, ellos no pudieron comprender ese final. El Gólgota fue el descalabro total. Hasta que tres días después, al verlo resucitado, recordaron las palabras de Jesús, releyeron las escrituras, se les abrieron los ojos y nació el cristianismo con un profundo cambio en la visión de Dios y de la humanidad. El dolor y la misma muerte podían tener sentido. Lo sagrado ya no fue lejanía, sino comunidad y amor, con Dios y con los hermanos.

Una de las cosas que sorprendió a los judíos es que Jesús sacó a Dios del encierro del Templo. En tiempos de Cristo, el Templo de Jerusalén era el lugar de adoración por excelencia. En el Templo había un espacio de la presencia de Dios, el Sancta Sanctorum, separado por un gran velo adonde ordinariamente ni los sacerdotes podían entrar. Había patios sucesivos para acoger a los peregrinos: el de los gentiles, el de las mujeres, de los judíos. Ellos no tenían acceso al lugar santo. Pero es simbólico que, al morir Jesús, según los tres evangelios sinópticos, “se rasgó el velo del Templo”… Dios salió de su encierro. Ahora somos nosotros el Templo de Dios. Podemos decir, como San Pablo: “En Dios vivimos, nos movemos y existimos” (4). En el capítulo cuarto de San Juan, Jesús había dicho a la mujer Samaritana: “Llega la hora en que ni en el templo del monte Garizim ni en el de Jerusalén se dará culto al Padre… Llega la hora, ya ha llegado, en que los que dan culto auténtico adorarán al Padre en espíritu y en verdad”.

Este mensaje escandalizó a los hombres de su tiempo, sobre todo a las autoridades religiosas, y le costó la vida a Jesús. Sintieron que se rebajaba el nombre de Dios, se desconocía la autoridad y se desconocía la ley de Moisés con interpretaciones laxas.

LOS PRIMEROS, HACERSE LOS ÚLTIMOS

Otro pasaje que conviene recordar para entender el cambio total del concepto de lo sagrado introducido por Jesús es el Sermón de la última cena, que es una suerte de resumen final de sus enseñanzas, elaborado en el evangelio de Juan. En primer lugar, en un gesto de profunda humildad, Jesús les lavó los pies a los discípulos y les explicó que debían hacerse servidores de los demás; que los primeros debían hacerse los últimos. Es impresionante ver a Dios arrodillado ante el ser humano y sirviendo. Luego les explicó lo más profundo del misterio de Dios: su intimidad, unión y amor con el Padre y el Espíritu. Era tal el amor entre ellos que formaban una unidad indivisible. El Maestro invitó a los apóstoles a ser parte de esa unidad íntima.

Les dijo que les convenía que Él se fuera porque el Padre les enviaría su Espíritu, que entraría a lo más hondo de su corazón creando una profunda intimidad. Con esto cambió el concepto clásico de “lo espiritual”. Para Jesús, es espiritual el que tiene el Espíritu de Dios en su corazón y no el que desprecia lo material y vive en las nubes. Jesús amó la vida material, multiplicó los panes, nos enseñó a dar el pan y a pedir el pan de cada día, sanó a los enfermos. Él, porque era espiritual en el sentido cristiano, en Cana, impulsado por su madre, transformó el agua en vino para que no se echara a perder la fiesta humana del matrimonio. Los “espirituales de hoy” hubiesen deseado que les aconsejara a los invitados que no siguiesen bebiendo.

Muchos han dicho que el cristianismo desprecia esta vida y solo piensa en la otra vida. Por el contrario, Jesús pide que venga a nosotros el reino de Dios y que construyamos acá la fraternidad y la justicia. Que le demos un sentido trascendente a todo lo que hacemos aquí en la tierra.

Finalmente, en el discurso de la cena resumió la ley y los profetas en un mandamiento nuevo. Les pidió que se amaran como Él los amaba, es decir, hasta dar la vida por los demás. El gran mandamiento de Jesús es que amemos como Él amó. Es mucho más que amar a los otros como a uno mismo, se trata de vivir amando hasta el extremo de entregar la vida, salir de uno mismo. Esa visión purificó la idea de un dios legalista y moralista. Finalmente, les pidió a sus discípulos que, aunque sufrieran persecuciones, continuaran su obra, fuesen sus testigos.

¿POR QUÉ TANTOS SE HAN ALEJADO DE LA FE?

La Semana Santa concentra la vida y todas estas enseñanzas de Jesús, muestra su total coherencia, sus grandes amores, el camino de su vida.

Al acercarse la Semana Santa, es importante revisar cómo vivimos nuestra fe, qué testimonio damos de Jesús. Debemos preguntarnos: ¿por qué tantos se han alejado de la fe y no tienen en cuenta la dimensión religiosa de la vida? A lo mejor, sin querer, por un mal entendido respeto, nos hemos alejado de la idea de Dios Padre que nos transmitió Cristo. Tal vez lo “adoramos” como las religiones adoran a sus divinidades, cubriéndolo de incienso, pero opacando la paternidad cercana y familiar que Jesús nos reveló y que nos hizo hermanos entre nosotros. Esa paternidad genera libertad y no esclavitud. En muchos aspectos hemos retomado las formas antiguas de las religiones, alejando respetuosamente a Dios y multiplicando los ritos, pero quitándole fuerza al mensaje humanizante de Jesús. Hemos olvidado que Jesús cambió el sentido de lo sagrado.

La Última Cena fue una comida en el comedor de una casa, donde compartieron el pan y el vino. No fue una misa solemne. Al comienzo de la Iglesia no había templos ni capillas. Celebraban su fe en torno a una mesa familiar. El respeto a Dios fue introduciendo ritos, fue rigidizando la cena. La hostia no se pudo tocar. En la vida espiritual, más que el compartir el pan y el vino uniéndose a Jesús y a los hermanos en la convivencia fraternal, se fue imponiendo la “adoración” al Santísimo. Los cristianos con las tendencias jansenistas no se sentían dignos de acercarse a Jesús y recibirlo en su corazón, y hacían horas de adoración al santísimo. Podemos caer en el peligro de la sacralización de las religiones no cristinas que adoran con reverencia desde lejos y no como nos enseñó Jesús. Obviamente no se trata de que no hagamos oración, sino que la hagamos como la hacía Jesús en una unión radical e íntima con el Padre. Nada hay más humano que cenar juntos.

La cuaresma que nos debería preparar para la Semana Santa, debe ayudarnos a acercarnos al Evangelio, a reproducir en nuestra vida la entrega total de Jesús a su Padre y a los demás. Ella, por influjos gnósticos y estoicos, se centró en ayunos y penitencias que no eran lo central en el mensaje de Jesús. Él enseñaba a ser humildes, serviciales, caritativos, a dar la vida por los otros… En otras palabras, a “amar como él amaba”.

En un mundo donde hay tanta soledad, tanta enfermedad mental, depresión y angustia, donde muchos sienten que su vida no tiene sentido, donde hay un creciente egoísmo, competitividad y necesidad de éxito, el verdadero cristianismo puede ser una gran luz. Atrevernos a ser seguidores de Jesús y hablar con coherencia de la humildad, el servicio, el amor fraternal, el respeto a los pobres y marginados y la entrega de la vida a los demás es un gran servicio a la humanidad. MSJ

(1) Roger Caillois, Lo sagrado y lo profano, Fondo de Cultura económica, 1939.
(2) San Pablo, Carta a los Gálatas, 3, 23-28.
(3) Mt 16, 13-21.
(4) Hechos de los Apóstoles 17, 28.

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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N° 707, marzo-abril de 2022.

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