Roma pública y privada

Proveniente de los Museos Vaticanos, una muestra de casi ciento cincuenta obras reconstruye en el Centro Cultural La Moneda la historia de esa civilización desde su nacimiento en el monte Palatino hasta su decadencia como imperio.

Si el espectador sigue el orden cronológico, una de las primeras obras que ve en la mega exposición “El mito de Roma” es un pequeñísimo objeto de barro que representa una escena de conocimiento universal: la loba Luperca amamanta a Rómulo y Remo, los hermanos que, según la leyenda, fundaron esa ciudad en una de las riberas del Tíber.

Podría decirse que el tamaño de la pieza es inversamente proporcional a la relevancia que tiene dentro de la historia que relata esta muestra, que cubre más de mil años y parte precisamente con el nacimiento de esa civilización.

El montaje ocupa las dos principales salas del Centro Cultural La Moneda y consta de casi ciento cincuenta obras pertenecientes a la voluminosa colección de los Museos Vaticanos, formada a lo largo de quinientos años y desplegada en diferentes galerías, jardines y edificios. Frisos, frescos, esculturas, mosaicos, alfarería y pintura procedentes de ese complejo van reconstruyendo la antigua Roma desde su surgimiento en el monte Palatino hasta el ocaso del Imperio. Es decir, entre los siglos VIII a. C. y V d. C.

“Se trata de una larguísima historia que se intuye a través de la calidad y variedad de las obras expuestas. Recorriendo las secciones de las que se compone la exhibición, se podría pensar que no hay ningún «parentesco» entre las piezas y que estas provienen de culturas diferentes. Pero lo que vemos aquí es una única y compleja ruta evolutiva, un hilo histórico y artístico durante el cual cambiaron los estilos, los gustos, la tecnología, los modos de expresarse e incluso la concepción de la vida, ya sea pública o privada”, explica Giandomenico Spinola, responsable del departamento de arqueología de los Museos Vaticanos y curador de “El mito de Roma”.

La observación de cada friso, estatua o fresco se complementa con mapas y textos impresos en las paredes que ayudan a comprender de modo más cabal los diversos periodos del mundo romano antiguo; es decir, la monarquía, la república y el imperio, que se extendió desde la Europa septentrional hasta el desierto arábigo.

Tal como menciona Spinola, la muestra se interna tanto en la vida pública como privada de los romanos: así como es posible conocer la dimensión política y militar de esa sociedad, su expansión hacia otros territorios y su poderío, también son aquí relevantes sus costumbres domésticas, las creencias religiosas, el trabajo, la división de clases, los hábitos funerarios y la vestimenta, entre otros aspectos.

UNA DE LAS COLECCIONES MÁS ANTIGUAS DEL MUNDO

Los frisos y frescos, por ejemplo, reproducen episodios de caza, de guerra y mitológicos, y muchos de ellos provienen de sepulcros (los romanos, indistintamente, enterraban a sus muertos o los cremaban), abundantes en decorados cuando sus dueños eran patricios y más sencillos si sus moradores eran plebeyos. Al mismo tiempo, hay ánforas y vasijas de uso diario, al igual que bustos y estatuas de emperadores (Adriano, Trajano, Augusto y oros) o dioses como Júpiter, Diana, Venus y Juno, adaptados del panteón griego y rebautizados.

Spinola afirma que la exposición incluye muchísimas obras imprescindibles para un recorrido aprovechado al máximo, pero menciona algunas que considera algo así como de primera necesidad. Entre ellas, está un busto de Julio César esculpido en mármol que fue adquirido en 1804 por los Museos Vaticanos y restaurado en 1823. “Es muy conocido por ser una de las pocas representaciones genuinas del gran dictador romano y ha formado parte de numerosas exposiciones internacionales”, explica, a la vez que recomienda ponerle también especial atención al “Grupo de Pan y Ninfa”, de mediados del siglo II.

“Al contrario del retrato de Julio César, esta es una obra más bien desconocida, pero tremendamente sugerente y de alta calidad escultórica”, afirma.

“Laocoonte y sus hijos”, descubierta en 1506 en Roma, es, en tanto, una de las piezas más imponentes del montaje. Elaborada entre los años 40 y 30 a. C. por los escultores de Rodas Agesandro, Atenodoro y Polidoro, esta cultura representa la muerte de ese célebre héroe troyano —quien intentó contener la entrada del caballo de madera— y sus dos hijos, los tres condenados por Atenea y Poseidón a morir asfixiados por serpientes.

“Desde una perspectiva romana de la historia, la muerte de estos inocentes está relacionada con la huida de Eneas (padre de Rómulo y Remo) y, por lo tanto, con la fundación de Roma”, se lee en la página web de los Museos Vaticanos, mientras Giandomenico Spinola destaca la importancia que tuvo su hallazgo en la constitución de ese complejo, ya que impulsó el crecimiento de una colección que hasta entonces era privada (perteneciente al papa Julio II) y el desarrollo de una infraestructura que permitió su difusión pública.

“Esta es una de las colecciones de arte más antiguas del mundo”, dice el curador. “Lo que Roma nos dejó como herencia es un patrimonio inmenso. La fortuna de Roma no se basó sólo en su ejército, sino sobre todo en su capacidad de adaptación a lo nuevo, lo que venía del exterior, y eso generó un patrimonio cultural que debía ser entendido como una oportunidad de enriquecimiento colectivo”.

—¿Qué efectos produjo en el arte de Roma la transición al cristianismo?

El arte cristiano nació como una forma expresiva pobre y popular. En los siglos de las persecuciones no se manifestó con claridad, sino que utilizó los llamados temas neutros: en la práctica adoptó una iconografía genérica —sobre todo, motivos bucólicos y paganos— que facilitaba las alusiones bíblicas sin ser explícitamente cristiana. Después del edicto de Constantino, que el año 313 estableció la libertad de culto, junto con una producción artística privada más bien modesta, empezó a surgir un arte cristiano público y oficial que con el tiempo alcanzó altos niveles de calidad y contenidos diversos y profundos. MSJ

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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje n° 665, diciembre de 2017.

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