Sacar de la ecuación a los fanáticos

Sr. Director:

El acuerdo de cese el fuego impuesto por Donald Trump al gobierno israelí y Hamas ha sido muy criticado por ambas partes.

El gobierno israelí —el más extremista desde su creación como Estado hace 77 años— duda que Hamas deponga las armas y que no sea un agente activo en la conformación de un próximo gobierno en Gaza (es un hecho que hoy en día está recuperando violentamente su hegemonía). Asimismo, cuestiona la factibilidad de que todos los cuerpos de israelíes rehenes sean devueltos (quedan aún trece cuerpos por repatriar al momento de escribir estas líneas). Además, el acuerdo significa un fin —por ahora— a los sueños megalómanos y mesiánicos de buena parte de dicho gobierno, de expulsar «voluntariamente» a la población palestina de Gaza —o seguir exterminándola— y repoblar el territorio con asentamientos judíos (precedente para hacer lo mismo en Cisjordania). Por último, la liberación de terroristas palestinos con sangre en las manos a cambio de rehenes israelíes —vivos o muertos— es un tema muy controversial en el seno de la sociedad israelí en su conjunto.

A su vez, Hamas —organización radical islamista, que ha jurado desde su creación en los años 80 borrar a Israel del mapa mediante la lucha armada contra objetivos militares y civiles por igual (ya que «no existen “inocentes” en Israel», y que «todo el territorio es ocupado y todos los israelíes son colonos»: véase ataque del 7 de octubre de 2023)—, debe aceptar su propia desaparición como organización, como regente en Gaza, y dar por terminada dicha lucha contra la entidad ocupante sionista. Asimismo, debe aceptar que el ejército israelí aún se encuentre dentro de sus «fronteras».

En lo personal, Donald Trump no representa ninguno de los valores humanos con los que me identifico. Al contrario, su visión de mundo y sociedad representan, para mí, el «lado oscuro», por así decirlo. Pero, en este caso, tengo que admitir que a pesar de que el acuerdo está lejos de ser ideal —porque es de una fragilidad intolerable, porque tiene muchos vacíos, porque es «inimplementable» (ya ha sido violado por ambas partes varias veces) y porque por supuesto no da una solución justa, definitiva o inmediata al histórico conflicto entre los dos pueblos— sí significó, primeramente, un alto a los horrores que hemos estado presenciando hace dos largos años sobre la población de Gaza y su infraestructura, y el retorno a sus familias de veinte rehenes israelíes vivos. Eso era lo urgente a nivel humano y he ahí, para mí, el gran valor del acuerdo. A partir de ahí se puede seguir avanzando.

De hecho, este acuerdo podría abrir un eventual camino que culmine con la creación de un Estado palestino que, dicho sea de paso, sería una gran bofetada para los extremistas de ambos lados (que lamentablemente gobiernan), y una gran conquista para quienes creemos que algún día ambos pueblos pueden coexistir en armonía y en plenitud de derechos.

Sin duda, queda mucho para que aquello pueda realizarse el llamado, pues, es a sacar de la ecuación a los fanáticos de ambas partes.

Respecto a Israel, su himno reza la frase «Lihiot am josfhí beartzenu» («Ser un pueblo libre en nuestra tierra»). Hace mucho tiempo que existen lideres políticos en Israel que entienden que un pueblo que oprime a otro, nunca será libre. Que la sociedad israelí en su conjunto lo entienda sería un buen punto de partida.

Claudio Mandler

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