Sako, patriarca de los caldeos, promete luchar como Cardenal para que los cristianos vuelvan a Irak

“He aprendido mucho del Papa en términos de simplicidad y cercanía”. Quiere hacer del país “una sociedad democrática que proteja la dignidad de cada ciudadano”.

El jueves, en el consistorio cardenalicio, entre los que se visten de púrpura por primera vez, estará el patriarca de los caldeos, Luis Rafael I Sako. Pero poco tiene de “príncipe de la Iglesia” este prelado iraquí, y lo demuestra cuando afirma que “aunque la Iglesia debe permanecer sensible a las principales cuestiones políticas, debe estar atenta a no ser politizada”. “Miren al islam”, explica el neocardenal. “Su politización fue su fin. La politización de una religión termina por desnaturalizarla”. Y frente al fantasma de un cristianismo politizado, Sako explica en lo que cree: “En una Iglesia al servicio de los otros, como la del Papa Francisco: una Iglesia pobre, simple, una Iglesia de las periferias”.

Sako es un hombre modesto, un hombre de voz suave y de modales afables, bien diferente a muchos del clero de su tiempo. Por eso quiso hacerse ordenar sacerdote un 1 de mayo, fiesta de los trabajadores, para afirmar de una vez por todas que, como sacerdote, es el hermano de los obreros y un trabajador él mismo.

Elegido como patriarca en 2013, Sako es también el jefe de la Iglesia oriental, que más que todas las otras iglesias sufrió los ataques de Isis (Estado Islámico). Este es el hombre que más ha sufrido de todos, viendo a su grey dispersa; el hombre que lloró viendo a su Irak, la alegría de sus ojos, separado en tres: un Irak kurdo, el segundo chií y un tercero sunita. “Jamás habría imaginado que los eventos tan terribles pudiesen tocar tan profundamente a nuestro pueblo”, confió un día al periódico La Croix, comparando la catástrofe que abatió al pueblo iraquí el 6 de agosto de 2014, cuando 100 mil personas escaparon de noche hacia Kurdistán, con lo que experimentaron los primeros apóstoles en tiempos de los romanos.

Para Sako, queda lo amargo, sin ilusiones, debido al cinismo de un Occidente que él juzga cómplice, porque está ofuscado por los propios intereses económicos, hasta el punto de aceptar sin hacer nada cuando un pueblo entero es expulsado de su propia tierra.

Hoy, el Estado Islámico ha desparecido del territorio, pero el patriarca Sako continúa temblando, porque la disgregación de su país no ha terminado completamente y porque sus fieles rechazan aún volver a Irak, juzgando, a menudo con razón, que el virus del fanatismo continúa acechándoles.

“MÁS PESO”

¿Cómo percibe el patriarca Sako su nueva misión como Cardenal? “Me dará más peso y la posibilidad de llevar los problemas de justicia social, de igualdad y de ciudadanía”, declaró a la agencia de noticias del Vaticano, después de haber recibido el encargo. Para él, todo está en este “peso” que el título cardenalicio comporta y que él espera poder desarrollar en el Vaticano. Él confía también en que después de años de separación esta nueva función ayude a acelerar la reunificación de Irak y el retorno de los fieles de su Iglesia. Pero si él cree en el diálogo, no es ciertamente en el de los “salones”, sino en un verdadero diálogo que aliente a los cristianos de Irak a permanecer en el país o a volver. De otro modo “por debajo de un cierto número, su presencia no tendrá ningún efecto”.

APERTURA DEL ISLAM

Para el patriarca Sako, la presencia de cristianos en Irak dota al país de un cierto grado de apertura religiosa. Se trata de “ayudar al islam a abrirse, ayudarlo a desarrollar una nueva lectura de los textos sagrados, una lectura realista que los coloque en su contexto histórico y cultural”. Por esto cuenta con “el despertar por aquí y por allá”, y alaba a estudiosos como Hani Fahs, del cual lamenta no haber seguido la estela. Aprecia del mismo modo las contribuciones de Al-Azhar para una actualización del islam, así como la persona y el pensamiento del Ayattolá Ali Sistani. “Nosotros debemos estar cerca de todos estos esfuerzos, para defenderlos, para frenar los prejuicios y la islamofobia”, advierte.

LOS DOS FRENTES

El día después de las elecciones legislativas de mayo de 2018, que han cambiado el panorama de la política iraquí, la Iglesia caldea deberá luchar en dos frentes: nacional y eclesial. En el plano nacional, deberá estar atenta y lejana de la política. El patriarca Sako busca una reforma constitucional que privilegia a la ciudadanía y refuerza la libertad de religión. Él es consciente de la diferencia entre la fe vivida y la identidad. Esta última podría conducir al fanatismo y al fundamentalismo. “La experiencia iraquí nos ha enseñado mucho”, explica Sako.

Hostil a la imagen de los cristianos orientales como “grupo minoritario”, el patriarca Sako se remite a un informe publicado en 2015, en el cual tomó una posición firme contra las milicias “asirias” activas en Irak y Siria. No se necesita “pensar que la solución dependa de la creación de facciones de ejércitos aislados que están luchando por nuestros derechos”, dice como advertencia.

El neocardenal alienta a sacar de las “lecciones de la historia” la contratación de fuerzas regulares como el ejército iraquí oficial o los peshmerga kurdos. “Debemos darnos cuenta de que nuestro destino está ligado al de todos los iraquíes, y este es el único modo para asegurar nuestro futuro juntos”, escribe en este documento, invitando a los cristianos a “estar en el mismo barco donde está el resto del país para llegar sanos y salvos”.

“Nuestra ambición es construir… una sociedad civil democrática, para gestionar la diversidad, respetar la ley, proteger los derechos y la dignidad de cada ciudadano, independientemente de su pertenencia étnica, religiosa, o del peso de la propia comunidad en la población total”, concluye el texto.

EL PLAN ECLESIAL

En el plano eclesial, si bien está consciente de que la fascinación del Occidente es irresistible para muchos, el jefe de la Iglesia caldea lucha para que la gran marea humana que escapó de Mosul, Qaraqosh y de la llanura de Nínive en una noche de terror indecible, vuelva a los territorios abandonados y no emigre.

Él trata también de convencer a algunos miembros de su clero que se escaparon por la inseguridad, en una especie de insubordinación demasiado humana, de volver a la patria para servir a los fieles. La “preocupación para todas las Iglesias” que obsesionaba a san Pablo está omnipresente en la vida de Sako. Deplora el hecho que su clero “no rece lo suficiente”, invoca una reforma litúrgica que coloque la fe a la portada de la mano de los fieles del siglo XXI y teme el contacto con el relativismo y la “disolución” con su grey llegada a Occidente. Constata que sus fieles están fascinados por el confort material y por los derechos civiles que encuentran allí, al punto de olvidarse del relativismo moral triunfante y de su efecto destructivo sobre aquella que es la perla de sus ojos: la familia y, todavía más, el significado y los valores de la familia. “Perderlos quiere decir perder todo”, advierte.

SIGNOS DE LOS TIEMPOS

El discurso del patriarca Sako invita al final a una lectura de los signos de los tiempos. “La voz del sacerdote”, dice. “Debe tener un aliento profético para que la liturgia esté cargada de alma y esperanza”.

“He aprendido mucho del Papa Francisco en términos de simplicidad y cercanía”, dice el patriarca Sako. “Él tiene pocos amigos en una Iglesia que todavía sigue siendo muy moralista y clerical. Es a este precio que podemos permanecer en Irak y que nuestra presencia tendrá un sentido. También debemos ayudarnos unos a otros para permanecer. Tengo la íntima convicción en el Señor que, antes o después, la libertad religiosa se convertirá en ley. Mientras tanto, debemos tener paciencia, permanecer y obrar”, concluye. (C. Doody / AsiaNews)

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Fuente: www.periodistadigital.com/religion

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