El sello Ignaciano llevó a San Alberto Hurtado a ser un “chiflado por Cristo” que supo encontrar a nuestro Señor en sus hermanos, especialmente en los pobres y excluidos.
La espiritualidad Ignaciana es un camino mistagógico de encuentro con Cristo en todas las personas y criaturas: “Amarte a ti Señor en todas las cosas y a todas en ti”; esta vinculación con la fuente de la vida conduce a “En todo amar y servir”, buscando inquietantemente “la mayor gloria de Dios”, y esa gloria es la vida plena que se consuma en Cristo (Jn 10,10). Este sello Ignaciano llevó a San Alberto Hurtado a ser un “chiflado por Cristo” que supo encontrar a nuestro Señor en sus hermanos, especialmente en los pobres y excluidos.
En 1944, tuvo una experiencia que le confirmó la presencia de Cristo en la persona de los pobres y excluidos:
“Un hombre pobre, en camisa manga corta, que sufría de amigdalitis y temblaba de frío, se me acercó diciendo que no tenía dónde refugiarse”.
Días después, en una plática de ejercicios espirituales hacía una lectura de fe de esa experiencia y la presentaba como un auténtico encuentro con Cristo:
“¡Cristo no tiene hogar! Cristo recorre nuestras calles en la persona de tantos de los pobres sufrientes, enfermos y desposeídos, y la gente los expulsa de sus miserables barrios marginales; Cristo se acurruca bajo los puentes, en la persona de tantos niños que carecen de alguien a quien llamar padre, que han sido privados por muchos años del beso de una madre en sus frentes… ¡Cristo no tiene hogar! ¿No deberíamos darle uno, nosotros que tenemos la alegría de un hogar cómodo, llenos de buena comida, y los medios para educar y asegurar el futuro de nuestros hijos? ‘Lo que le haces al menor de mis hermanos, me lo haces a mí’, decía Jesús” [i].
La experiencia íntima y profunda con Jesucristo en los ejercicios espirituales y el encuentro cotidiano con los más pobres y excluidos le lleva a sintonizar con la teología del “Cuerpo místico de Cristo”, muy de boga entre los teólogos franceses con los que se formó, y él hará una lectura encarnada y experiencial, narrativa, desde este horizonte teológico.
En Cristo estamos llamados a ser hijos y hermanos. Es un llamado universal «sin limitación alguna de razas, de fortuna, ni de otra alguna consideración» que se concreta en la solidaridad con los pobres. Para él, Cristo se revela no solo en el rostro del pobre, sino también, en la solidaridad con el pobre y el que sufre:
“Esta lección constituye el núcleo de la predicación cristiana. «El que no ama a su hermano no ha nacido de Dios», dice San Juan. «Si pretende amar a Dios y no ama a su hermano, miente. ¿Cómo puede entrar en él el amor de Dios, si rico en los bienes de este mundo y viendo a su hermano en necesidad le cierra el corazón?». Estos pensamientos valientes de San Juan nos denuncian que es falsa la piedad que se contenta en amar a Dios y olvida a su hermano” [ii].
La solidaridad es el camino de la salvación, es el sacramento del Cristo Cósmico, porque expresa que en Jesucristo somos hermanos:
“Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber, emigrante y te recibimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y fuimos a visitarte? El rey les contestará: les aseguro que lo que hayan hecho a uno de estos mis hermanos más pequeños, me lo hicieron a mí” (Mt 25,37-39).
“Mientras los católicos no hayamos tomado en serio el dogma del Cuerpo Místico de Cristo que nos hace ver al Salvador en cada uno de nuestros hermanos, aun en el más doliente, en el más embotado minero que masca coca, en el trabajador que yace ebrio, tendido física y moralmente por su ignorancia, mientras no veamos en ellos a Cristo nuestro problema no tiene solución”. La solución a nuestros grandes problemas exige la responsabilidad social, la solidaridad.
Y, haciendo una lectura de la situación mundial en que vivía, en plena posguerra, anuncia la fraternidad universal como camino para la paz, y reconcilia en su prédica espiritual las polaridades en conflicto del momento:
“Proletarios y no proletarios, hombres todos de la tierra, ingleses y alemanes; italianos, norteamericanos, judíos, japoneses, chilenos y peruanos reconozcamos que somos uno en Cristo y que nos debemos no el odio, sino que el amor que el propio cuerpo tiene a sí mismo” [iii].
Y desde la solidaridad que se consuma en el Cristo místico propone un camino alternativo al comunismo y al liberalismo, los dos modelos en tensión:
Frente al comunismo que postulaba la lucha de clases y llamaba a la unidad de los proletarios del mundo, San Alberto Hurtado llama a la unidad de proletarios e industriales desde la comunión en el Cuerpo Místico de Cristo. Frente al capitalismo que postula un individualismo y una superioridad del capital sobre el trabajo, nuestro Santo llama a ver en el obrero o en el patrón la presencia de Cristo [iv].
Frente a la lucha de clases, la solidaridad y corresponsabilidad de clases; frente al individualismo insolidarios del capitalismo, la responsabilidad social y la solidaridad fundados en la fraternidad, porque en Cristo todos estamos llamados a ser hermanos e hijos de Dios.
¿Cómo nos suena esta propuesta hoy en Venezuela? ¿Será remedio a tanto odio y resentimiento sembrado por ideologías e intereses de grupo? ¿Será verdad que Dios se revela en la solidaridad? ¿Hemos experimentado el Cristo Místico que vivió con tanta ternura y vigor San Alberto Hurtado?
REFERENCIAS
[i] https://www.padrealbertohurtado.cl/san-alberto-hurtado-el-patrono-de-los-multitareas/
[ii] Lo dijo el Padre Hurtado. Ediciones Mercurio. 2018, pg. 181.Ç[iii] Moral Social. Obra Póstuma del Padre Hurtado.
[iv] https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0049-34492010000300006
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Fuente: https://revistasic.gumilla.org