Ser misionero hoy

Ser misionero en el mundo actual es mucho más que trasladarse a tierras lejanas para predicar el Evangelio. Hoy, la misión se entiende como un testimonio de vida que brota del encuentro con Cristo y se expresa en la donación generosa a los demás. En un mundo marcado por la desigualdad, la exclusión y el individualismo, ser misionero significa ser presencia de esperanza, promotor de justicia y constructor de fraternidad.

El Concilio Vaticano II ya señaló que la Iglesia es por naturaleza misionera, pues su vocación es hacer visible el amor de Dios en la historia. Pero esta misión no se reduce a una actividad de algunos especialistas o religiosos enviados a lugares distantes. Más bien, todos los bautizados son llamados a vivir la misión en su realidad concreta: en la familia, en el trabajo, en las periferias geográficas y existenciales.

Todos los bautizados son llamados a vivir la misión en su realidad concreta.

Hoy, la misión se entrelaza con el compromiso por los pobres y la defensa de la dignidad humana. Como nos recuerda el papa Francisco, la Iglesia debe ser «en salida», no encerrada en sí misma, sino abierta al diálogo con las culturas, atenta al clamor de los excluidos y dispuesta a arriesgarse en los márgenes de la sociedad. Esto exige una espiritualidad de la encarnación, donde el misionero no impone su visión, sino que aprende de los pueblos, caminando junto a ellos en una relación de reciprocidad.

Ser misionero hoy es, en definitiva, hacer de la propia vida un don. Es testimoniar con obras y palabras que Dios sigue actuando en la historia, especialmente en los rostros de los más pequeños y sufrientes. En este sentido, la misión no es una tarea opcional, sino el corazón mismo de la identidad cristiana.

---

Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.