Si san Ignacio levantara la cabeza

Si san Ignacio levantase la cabeza probablemente estaría contento de ver que sus compañeros seguimos buscando trabajar por el Reino de Dios, en un contexto muy distinto al que le tocó a él.

Se ha vuelto un recurso bastante común en algunos ámbitos cargar contra los jesuitas por no estar de acuerdo con algo de lo que algún jesuita opina. Entonces, se empiezan párrafos con comentarios del tipo «los jesuitas han perdido definitivamente el norte», «qué se puede esperar de los jesuitas (y Bergoglio el peor)», o el infalible «si san Ignacio levantara la cabeza». Se supone, en opinión de esos comentaristas, que si san Ignacio levantara la cabeza moriría del disgusto. Y que a partir de Arrupe todo fue una decadencia. Pero la verdad es que no.

Si san Ignacio levantase la cabeza probablemente estaría contento de ver que sus compañeros seguimos buscando trabajar por el Reino de Dios, en un contexto muy distinto al que le tocó a él. Que entre nosotros sigue habiendo esfuerzos —y a veces tensiones (que le digan a él los desacuerdos que tuvo con Bobadilla o con alguno más)—; que no siempre vemos las cosas de la misma forma, y en ocasiones hay que pelear para que cambien (el tipo de vida religiosa que él mismo impulsó no era bien visto en su época y tuvo que librar por ello algún pulso eclesial fuerte, y lo hizo); que no somos esclavos del «siempre ha sido así», como él mismo no lo fue (tanto que la misma intuición primera de una Compañía nómada ya se vio, en tiempos del propio Ignacio, corregida con la estabilidad de los colegios).

Los jesuitas hoy en día no somos mejores ni peores que los de antes. Seguimos bebiendo en los ejercicios espirituales una aproximación al Evangelio y al encuentro personal con Cristo, que es a quien seguimos. Seguimos teniendo en la espiritualidad de la encarnación (y en la consecuente mirada a la realidad) un reto para dialogar con un mundo que tiene sus propias dinámicas. El conflicto por ese diálogo tampoco es nuevo —que se les diga a los defensores de los ritos malabares y la liturgia, a finales del siglo XVII—. Tampoco es nueva la polémica que siempre ha generado la Compañía de Jesús en algunos sectores (lo de ahora palidece en comparación con las Cartas Provinciales de Pascal y la controversia sobre la moral de entonces). Seguimos tratando de estar en fronteras diferentes (y sí, a veces eso es complejo, porque la frontera tiene mucho más de intemperie). Rezamos. Celebramos. Creemos. Buscamos a Dios. Compartimos la vida en nuestras comunidades. Acompañamos a personas. Educamos. Deseamos ser fieles. Y sí, también nos equivocamos y pecamos, pero resulta que a lo más necio de este mundo es a lo que Dios llama.

¿Somos menos? Sí. ¿En parte será responsabilidad nuestra? Pues seguramente. Si san Ignacio levantara la cabeza, ¿nos echaría alguna bronca? Seguro. Pero vamos, que eso le viene de carácter (y si no, no hay más que leer el memorial del Padre Cámara y ver cómo se las gastaba con sus compañeros en los años romanos). Por supuesto que hay mucho mejorable en nosotros —siempre—, y necesitamos encontrar caminos para ser más transparencia del Evangelio de modo que otros puedan sentirse invitados a compartir este camino. Pero los nostálgicos de otra época, que siempre están comparando las cifras con las de los años 40, 50, 60, 70… de algún modo están ciegos. Es toda nuestra sociedad la que ha cambiado. Y toda nuestra Iglesia la que se reduce (por tantos motivos distintos que se escapa a este post analizarlos). Si el disgusto de algunos es que la SJ no es la de antes, a eso se le llama nostalgia. Y a nosotros lo que nos tiene que mover es la esperanza.

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Fuente: https://pastoralsj.org

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