XIII Domingo Ordinario. Seguir a Jesús no es cuestión de ideologías que nos esclavicen, sino de vida que brota de nuestro interior. ¡Cuántos pleitos, guerras y desencuentros nos evitaríamos si comprendiéramos estas palabras!
I Reyes 19, 16. 19-21: “Eliseo se levantó y siguió a Elías”.
Salmo 15: “Enséñanos, Señor, el camino de la vida”.
Gálatas 5, 1. 13-18: “La vocación de ustedes es la libertad”.
San Lucas 9, 51-62: “Tomó la firme determinación de ir a Jerusalén. Te seguiré a dondequiera que vayas”.
Para nuestra sociedad, llena al mismo tiempo de intolerancias y de componendas; llena de exigencias y de medias tintas, Jesús tiene una palabra clara que nos ayuda discernir y que al mismo tiempo cuestiona nuestra coherencia. Hoy Jesús presenta las condiciones para ser discípulos. Nos dice que debemos tomar decisiones firmes y estables; parecería hasta intransigente en cuanto a nuestra decisión de seguirlo: abandonar familia, dejar a un lado los bienes y las comodidades, no volverse atrás en la decisión… parece intransigente. Pero cuando los discípulos se comportan intransigentes y quieren hacer caer fuego sobre los samaritanos que se niegan a recibirlo, reciben una fuerte reprimenda. Este es Jesús y esta es su enseñanza: una clara decisión en su seguimiento, una exigencia en la vida de quien lo sigue; pero un respeto grande para el que es diferente.
Nuestro mundo, que cada día aparece más plural y nos obliga a aprender a vivir en relación con la diversidad, se ha dejado también llevar cada vez más por los fundamentalismos religiosos, políticos y raciales, como lo hemos estado viviendo y percibiendo en los últimos días. No aceptamos que el otro sea diferente y lo convertimos en nuestro enemigo. San Pablo resume en una frase machacona que viene a darnos el sentido del seguimiento de Jesús: “Cristo nos ha liberado para que seamos libres. Conserven, pues la libertad y no se sometan al yugo de la esclavitud” (Ga 5,1.13-18) Seguir a Jesús no es cuestión de ideologías que nos esclavicen, sino de vida que brota de nuestro interior. ¡Cuántos pleitos, guerras y desencuentros nos evitaríamos si comprendiéramos estas palabras!
Si hiciéramos caso tendríamos la verdadera libertad y no divisiones estúpidas que solo hieren y destruyen. Nosotros, igual que los discípulos, caemos en los exclusivismos y en las discriminaciones. ¡Qué dolorosa la historia de la Iglesia y de las religiones que se enfrascan en guerras y matanzas defendiendo a un Dios que es amor! ¡Qué triste dividir al país por ideologías estúpidas! Y ojalá esto hubiera quedado en el pasado, pero hoy está más presente que nunca. En nombre de Dios o de las ideologías, mueren miles en Irak, en África y en América. En nombre de las religiones y de las razas, se destruye y aniquila. Más que vivir la vida de Dios, nos hemos dedicado a defenderla. En nombre de Jesús se condena al que no piensa igual que nosotros.
En cambio, en la palabra de Dios de este día tenemos casos ejemplares de cómo es el seguimiento. Al primero que se ofrece espontáneamente para seguirlo, Cristo le pide que no se identifique con ninguna institución, que no busque sus propias seguridades, que no se haga esclavo de la riqueza, pues Él no tiene dónde reclinar la cabeza. Si queremos seguirle hemos de aceptar vivir en la inseguridad y renunciar a una vida cómoda y tranquila: Jesús nos quiere abiertos a todo y a todos, universales, no apegados a nuestros propios feudos.
La segunda invitación, “deja que los muertos…”, que algunos interpretarían literalmente y como una injusticia contra la propia familia, parece indicarnos más bien una nueva forma de la religión: romper con una tradición que esclaviza, con una costumbre que lleva a la muerte y con una sociedad que se agota en sí misma. Jesús ya ha roto y denuncia esa tradición. Pide que esa ruptura sea total, que no se viva en la indecisión, que no se retrase su opción y se disponga a anunciar la novedad del reino con urgencia y prontitud.
Al tercero le advierte que el seguimiento solo es posible con decisión firme y con mucha constancia. No se puede jugar a dos cartas. No se puede ser cristiano un día sí y otro día no. No se puede vivir en una religión a caprichos. No se puede arreglar un seguimiento a nuestros propios gustos. Hoy, como ayer, Jesús sigue llamando a hombres y mujeres que, dejándolo todo, se comprometan con la causa del Evangelio y, tomando el arado sin mirar hacia atrás, entreguen la propia vida en la construcción de un mundo nuevo donde reine la justicia y la igualdad entre los seres humanos.
El seguimiento de Jesús es una invitación y un don de Dios, pero al mismo tiempo exige nuestra respuesta esforzada. Es pues un don y una conquista. Una invitación de Dios y una meta que nos debemos proponer con tesón. Pero solo por amor, por enamoramiento de la Causa de Jesús, podremos avanzar en el seguimiento. Ni las prescripciones legales, ni los encuadramientos jurídicos, ni las prescripciones ascéticas pueden suplir el papel que el amor, el amor directo a la Causa de Jesús y a Dios mismo a través de la persona de Jesús, tiene de modo preponderante e insustituible en nuestras vidas.
Hoy están en juego dos preguntas que parecerían distintas pero que en realidad se unen en su fundamento: ¿Cómo estamos siguiendo a Jesús? ¿Cuál es nuestra actitud frente a quienes piensan diferente a nosotros? Y digo que están unidas en su fundamento porque si realmente seguimos a Jesús tendremos sus mismos sentimientos: un amor incondicional, incluso a los enemigos. ¿Cómo respondemos a las preguntas que nos hace Jesús?
Dios, Padre nuestro, ayuda a quienes queremos ser seguidores radicales de Jesús, a tomar también resueltamente la opción de dar nuestra vida día a día en el servicio a la Causa que Él con su entrega nos mostró. Amén
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Fuente: https://es.zenit.org