Safa y su familia tuvieron que huir a otra área de Alepo por culpa de la violencia. Vivieron virtualmente como unos sin techo durante año y medio.
Es muy duro sentirte como que eres una “extraña” en tu propia tierra. Una tiene que aprender a lidiar con las situaciones más problemáticas. Para una superviviente de la guerra, no se trata solo de estar viva. Safa*, desafortunadamente, ha experimentado todo esto.
“Hemos vivido aquí desde que éramos niños. Es increíble que hoy no podamos dar por sentado que somos los residentes originales; nos sentimos como rehenes en nuestros propios hogares”, lamenta Safa, de 50 años, madre de ocho niñas. Siete de ellas están casadas y ahora viven en el extranjero debido a la guerra.
Safa vive con sus dos hijos. “Todo lo que ahora tengo a mi alrededor son tres de mis hijos y dos heridas con las que vivir. La primera, es la muerte de mi hijo de 14 años, y la segunda, el sufrimiento que mi hija lleva soportando los últimos 11 años por un tumor cerebral”.
Como madre, no ha dejado piedra sin remover para que su hija tuviera la atención necesaria para su enfermedad. Lamentablemente, le fue negado el tratamiento mientras su ciudad estaba bajo asedio.
Safa y su familia tuvieron que huir a otra área de Alepo por culpa de la violencia. Vivieron virtualmente como unos sin techo durante año y medio. Al regresar al barrio, encontraron solo destrucción: las casas estaban muy dañadas y el comportamiento de la gente había cambiado drásticamente.
“El conflicto ha tenido un profundo efecto en las personas. Antes no faltaban manos cuando alguien necesitaba ayuda. La guerra parece haber hecho que la gente olvide su humanidad”, expresa dolorosamente con un hilo de voz, para que nadie de la comunidad escuche su queja.
“En los últimos seis años, ninguna otra ONG ha prestado servicios en este vecindario. Esta es una zona de mayoría kurda y esa es la razón por la que no quieren involucrarse. Pero yo no soy kurda y estoy completamente desamparada”.
Pero cuando continúa se le ilumina la cara: “Fue una agradable sorpresa cuando un día un grupo de jóvenes, luciendo camisetas del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) y acompañados por el supervisor del comité de kurdo, llegó en busca de un lugar para levantar su centro”. Sigue y añade: “Durante el conflicto, nunca nos sentimos como ahora. Con el sentimiento de que hay alguien que se ocupa de nuestras necesidades con tanta compasión, alguien que siembra la esperanza de un futuro mejor sin esperar nada a cambio”.
Hoy, y junto con el JRS, Safa sabe que puede hacer frente a sus problemas.
* Los nombres y detalles identificativos se han cambiado para proteger la privacidad de las personas.
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Fuente: http://es.jrs.net