Sobre la carta a una niña trans

Sr. Director:

No dejo de sorprenderme de nosotros, los seres humanos, y de cómo tan fácilmente nos adueñamos de la vida de otros y decidimos sobre sus proyectos, sus sueños, lo bueno, lo malo… y vamos por ahí dando cátedra. Pareciera que nada ni nadie pudiera hacernos cambiar frente a lo que hemos definido como cierto y verdadero respecto de nosotros y del resto. Pero, al leer «Carta abierta a los padres de una hija transgénero» (Mensaje N° 671), me doy cuenta una vez más de que lo único realmente verdadero por lo cual vale la pena gastarse la vida es el amor.

Frente a la realidad que viven esta familia, a quienes también tengo el regalo de conocer, y todas las familias que tienen un hijo o hija trans, solo puedo agradecerles. Los movilizó su hija, lo mucho que la quieren y la convicción de que ella es quien dice ser: su hija querida, hermana y amiga maravillosa. Querida por Dios, su familia, su colegio y su comunidad. Esto es superior por sobre cualquier otro sentimiento o juicio de valor. Ellos no se quedaron pegados ni aterrorizados en sus miedos. Tampoco se paralizaron ante las respuestas que no tenían para sus cientos de preguntas y angustias. Solo la miraron a ella y, al verla feliz y plena, sonriéndole diáfanamente a la vida, decidieron con valentía abrazar SU vida con amor.

La vida se nos regala y nos sorprende así. Nos invita permanentemente a ir más allá.

Es mucho lo que tenemos que aprender de esta familia y crecer en nuestra fe como católicos. El modo de Jesús lo conocemos, pero nos asusta. Lo adecuamos para que nos calce de manera «perfecta» con nuestros prejuicios y formas de ver la vida. Buscamos que no nos incomode. Sin embargo, el modo de Jesús no tiene un calce «perfecto». Va mucho más allá. Nos desafía a mirar por sobre nuestra manera de comprender lo humano y nos invita a abrazar la vida con amor desde su diversidad. Nos pone en el lugar del otro, en el lugar de esta familia y en el de tantas otras. Porque necesitan de nuestra ayuda y porque nosotros también podemos aprender de ellos, de ella. Porque su forma de ver el mundo y de ser familia también nos enseña, y mucho. A ser más humildes, más humanos, más cristianos.

Hoy más que nunca tenemos que atrevernos a cantar con el corazón: «Abre tu jardín, traigo una buena noticia, novedad sin fin, corramos a recibirla, ven levántate…».

Carmen Luz Güemes Álvarez

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