Sr. Director:
Si bien ya ha pasado tiempo desde que en Mensaje fuera publicado el artículo: «Sacerdotes casados» (edición N° 659), acerca de permitir la ordenación sacerdotal de «hombres probados», me parece que ante las circunstancias que estamos experimentando como Iglesia, esa idea cobra todavía más sentido. Por el desarrollo del artículo debemos entender que se trata de ordenar sacerdotes a hombres casados que cuenten con una probada experiencia eclesial. Si bien los autores hacen una muy buena fundamentación histórica y teológica, no me parece que tenga igual profundidad su criterio pastoral.
A mi parecer, no hay una concordancia entre los autores. En su primera parte el texto deja de manifiesto que no existe una conexión esencial entre sacerdocio y celibato —si bien esta es una «característica» de la Iglesia católica—y las posibles propuestas de solución.
Mi mayor cuestionamiento al artículo dice relación con la expresión «la elección de su forma de vida debería ser expresión de una opción vital. Por eso este motivo, estamos en contra de que se les permita el ejercicio del ministerio a los sacerdotes que ya han dejado el ministerio y han sido dispensados del celibato y de las obligaciones vinculadas al sacerdocio».
Desde la experiencia pastoral, puedo señalar que exsacerdotes que han dejado el ministerio sacerdotal por otra opción de vida no han abandonado su opción de fe en la persona de Jesucristo. Continúan en comunión con la Iglesia. Las circunstancias —en especial, las de carácter pastoral, por falta de hombres y mujeres consagrados como de catequistas—, han exigido que asuman tareas pastorales y con verdadera generosidad junto a su cónyuge dan testimonio evangelizador. Creo que se debe superar todo prejuicio respecto a los exsacerdotes —aunque es cierto que no todos puedan estar en condiciones de retomar el ministerio— si a ellos se les aplica los criterios señalados para que ejerzan como pastores los viri probati, si están capacitados en lo humano, lo espiritual, lo intelectual y lo pastoral (cualidades que algunos sacerdotes en ejercicio no poseen). Ellos podrían trabajar a tiempo completo o parcial, como es propuesto por los autores. Muchos de quienes dejaron el ministerio sacerdotal reúnen los citados aspectos y pueden ser un gran aporte a la pastoral de nuestra alicaída Iglesia.
En definitiva, la solución para su reincorporación al ministerio es de tipo canónica y es una manifestación más del amor y la misericordia de Dios, que nuestra Iglesia quiere testimoniar.
Otra crítica a los autores del artículo es que reducir la ordenación sacerdotal a hombres casados a quienes ejercen el diaconado permanente es no valorizar el diaconado como un ministerio que posee valor en sí mismo.
Sin duda, este es un camino aun por recorrer y debe ser analizado en sus más variadas aristas institucionales. Sin embargo, si queremos que nuestra Iglesia siga fiel al mandamiento del amor, debemos entender que es una obligación ética abrirse a los nuevos tiempos.
Conrado Cartes